Encomiendas en la epoca colonial

Todos los pueblos conocidos de territorio Colombiano habían descubierto ya la agricultura, y casi todos los grupos la practicaban en forma continuada, habiendo establecido para tal efecto hábitos de ocupación sedentaria del suelo.  Sólo algunos  pueblos de los Llanos (fuera de la región Amazónica, desconocida en el siglo XVI) realizaban su agricultura en forma que podemos considerar itinerante.
El desarrollo de la Tecnología agrícola describía una serie continua, desde los agricultores de playones que no ejercían ninguna preparación del suelo hasta el cultivo de los chibchas, Sinúes, Taironas y Guanes, que utilizaban técnicas tan avanzadas e intensivas como acequias de desecación y riego y a veces terrazas, aunque no en gran escala.
Estos niveles de desarrollo de las técnicas productivas correspondían a diferentes densidades y magnitudes absolutas de población.  Los grupos mayores  fueron los Chibchas, Sinúes y Cuevas, que junto con los Taironas y Guanes tenían densidades muy elevadas.  Una población numerosa y densa requería formas más o menos desarrolladas de organización política;
abría el camino para la diferenciación social y el surgimiento de grupos especializados en el ejercicio de funciones políticas y religiosas.  Es claro que el grupo más desarrollado en este sentido era el de los Chibchas.  Estos tenían ya un poder por encima de las comunidades inmediatas, que ejercían formas nacientes de autoridad independientes de la estructura familiar o tribal.  Entre ellos, comenzaba a esbozarse clases o divisiones sociales con funciones especiales: sacerdotes y nobleza guerrera.
Dentro de esta misma etapa, pero con menor complejidad, se encontraban los Cuevas, los indios de Popayán, los de Guaca, los Guanes, la mayoría de los pueblos del Valle del río Cauca, los Tairona y los Sinú:  Se trata de grupos con caciques permanentes, desigualdad interna, funciones económicas de los jefes, y en las que la estructura económica había llegado a un nivel en el que se daba la especialización artesanal y regional y la existencia de un mínimo de producción destinada al comercio con otros grupos.  Es posible que en algunos de estos grupos se pagara tributo, pero éste no permitía sostener un grupo amplio de miembros del clero o guerreros permanentes, como era el caso entre los chibchas.
La mayoría de las otras comunidades Colombianas se encontraban en el estadio  “tribal”: La sociedad era igualitaria, los jefes se elegían solamente para responder a amenazas exteriores como la guerra y faltaba por completo todo tipo de institución política separada de los sistemas de parentesco.  El sistema productivo basado en la agricultura, no permitía aún poblaciones muy numerosas, y la productividad era tan baja, que resultaba imposible esclavizar a los enemigos con los que existía una situación de guerra permanente, excepto por breves periodos antes de su sacrificio.  Esto era el nivel de todos los grupos conocidos como caribes, y probablemente el de los Chocó, los Arahuacos y los grupos de los Llanos Orientales.
Es posible que en las selvas tropicales y  en los Llanos Orientales hubiera indígenas en el estado de “bandas” familiares, grupos de recolectores y cazadores, sin dominio de la agricultura o que apenas empezaban a realizar una agricultura itinerante, pero no se tiene información que permita asegurarlo.  Las bandas son usualmente muy pequeñas, y los españoles pudieron no prestarles atención;
La capacidad de resistencia militar de los grupos indígenas podía depender de su magnitud, del tipo de armamento disponible, de sus hábitos militares y su preparación moral para las guerras, y del tipo de estructura social.  En la medida en que el objetivo español era la sujeción de los indios para que realizaran tareas laborales, puede esperarse que sólo los grupos acostumbrados para sus caciques y el pago de tributos pudieron ser sometidos en forma permanente: éste fue el caso en particular de los chibchas, que además, pese a la presencia y la amenaza continua en sus fronteras de los caribes, tuvieron un armamento poco eficaz (sin arcos ni flechas y sin venenos), y una actitud no muy belicosa y algo resignada frente a la conquista;
Por estos factores – experiencia de tributación y servicio laboral, armamento poco eficaz contra los españoles, actitud derrotista, perdieron la ventaja que podría haberles elevado su número.  Los otros grupos relativamente numerosos, resultaron en la práctica de muy difícil sometimiento:  los indios no se resignaban a la sujeción y al trabajo servil, y aunque algunos contaban con un armamento que incluía el arco y la flecha, se trataba en este último caso de comunidades no muy numerosas.
Por todo lo anterior, grupos como los mencionados ofrecieron continuas resistencia, pero no lograron hacer gran daño a los peninsulares, y la situación de rebelión intermitente condujo habitualmente a su disminución numérica hasta el punto de su completa extinción.  Este proceso fue aún mas veloz en el caso de los indios de la costa, que fueron visitados por los españoles antes que los demás, en un momento en que los conquistadores tenían menos experiencia y tendían a usar la violencia con menor discriminación: los cuevas fueron sujetos a una campaña de un terrorismo inimaginable, pese a que no eran muy belicosos;
Los Taironas forman un grupo esencial, pues pese a su desarrollo y a su complejidad social lograron oponer resistencia continua a los españoles, al menos hasta finales del siglo XVI, quizás tuvo importancia para esto el hecho de que habían adaptado el armamento caribe de sus vecinos, así como la aspereza de la zona a la que pudieron replegarse, en la Sierra Nevada.  Los demás grupos que ofrecieron resistencia constituían tribus sin diferenciación interna armados con arco y flecha y situados en medios con alguna dificultad para los españoles.  Este fue el caso de muzos, Chimilas, Yalcones, Pijaos, etc.
En resumen, los españoles lograron dominar un grupo cuantitativamente importante, el de los chibchas, e implantaron su dominación, a costa de una mayor disminución del grupo indígena pero sin destruirlo del todo, entre los indios pastos y quillacingas y en algunas zonas de alto Valle del Cauca.  En casi todos los demás sitios los grupos se desaparecieron en el proceso de dominación y sólo fue posible sujetar partes insignificantes de los indios;
Rodrigo Bastidas hizo la primera exploración Costanera en 1500.  Probablemente Colón mismo bordeó el Cabo Tiburón (Chocó) en 1502, en su último viaje.  Pero el proceso de Conquista empezó realmente por Urabá (Alonso de Ojeda – 1508).  Antes de que este intento fracasara por la belicosidad de los indios y por los pleitos entre hispanos, Vasco Núñez de Balboa, partiendo de Urabá, halló el Océano Pacífico en 1513 y allí, bajo su mando directo, se construyeron los barcos que habrían de emprender con Pizarro la Conquista del Perú y Chile.
Los tres coincidieron en la planicie donde Quesada fundó Santa Fé de Bogotá en 1538.  Gente del mismo fundador sentó reales en Tunja en el mismo año.  Destacamentos de Belalcazar bajo el mando de Jorge Robledo siguieron haciendo fundaciones por la Cordillera central, desde Anserma hasta Santa Fé de Antioquia (1541).  Quesada y su hermano ampliaron también su ámbito en los años siguientes.  Lo propio hicieron otros conquistadores.
El contingente humano que realiza la Conquista se compone de soldados cazafortunas, curas y funcionarios recaudadores.  Traían la fresca lucha contra los moros y la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, dos comunidades que tenían hasta la víspera del descubrimiento cultura e importancia de verdaderas naciones partícipes de la España Medieval.
Por consiguiente, los conquistadores herederos legítimos de los cruzados sabían mas de guerra y de tropelías filosófico-rapaces, que de comercio o del cultivo de la tierra.
Eran en su mayoría Castellanos, extremeños y andaluces, fundamentalistas católicos, iletrados, pastores de ovejas, ancestralmente ajenos del mar y del resto de Europa.  Inicialmente no hubo mucho quién quisiera o supiera ser colono.  Pocos trajeron mujer y familia, puesto que la idea era regresar pronto y ricos a España.  Como resultado, la avaricia y la lujuria fueron su ética frente a los nativos.  Todo ello bajo el mando de una religión militante, por lo general benévola en el trato físico de los indios, pero del todo intransigente con respecto a sus culturas.
y su escuela, una casta de «golillas» vivifores de pleitos, que hará por siempre la segunda voz en el coro de violencia.  El estado se impone desde el inicio como autoridad judicial, antes que como administrador.  Por su parte la iglesia regirá la vida espiritual a través de otro tribunal, el Santo Oficio (Cartagena, 1610), otros escenario que avivará un ambiente donde van a dominar los hacedores de leyes, los jueces y los abogados.
En un medio como ese, nació desde la alborada de la colonia la “Real Audiencia” de Santa Fé en 1550 que gobiernan el Nuevo reino hasta 1564 cuando se crea la figura del presidente, vigente hasta 1717.  En este periodo se consolidan las nuevas instituciones (Encomiendas, resguardos, tributos, mita, reducciones, adoctrinamiento forzado, diezmos).
La historia Colonial transcurre con el progresivo vasallaje de los indígenas rebeldes, la importación de esclavos africanos para explotar las minas y construir fortificaciones contra las acometidas en todo el litoral Caribe, el monopolio del Comercio por la Casa de Contratación (hasta 1590) y el desestímulo a la producción agrícola y a las artesanías, mantenidas en nivel de autoabastecimiento, con excepciones pocas y temporales: cueros, añil, cacao, tabaco, maderas, algodón, quina.
Entre tanto, el arte vive en función de la liturgia.  La teología, la caza de brujas y el eurocentrismo son los pilares de la vida intelectual.  Un contraste relevante fue la Expedición Botánica, cuna del espíritu científico y del pensamiento de la ilustración que contagia a una docena de investigadores criollos, en vísperas de la independencia.
Contemporáneamente hubo alzamientos similares en las demás colonias, como el de Tupac Amarú en el Perú.  Avanzaban por su parte la Revolución Norteamericana y se desencadenó la Francesa: había pues un clima universal de cambios.  La sangrienta represión desatada contra los líderes comuneros, ante quienes la autoridad virreinal había capitulado con argucias para obtener su desmovilización, creó el germen revolucionario que habría de fructificar pocas décadas más tarde.
El mercantilismo no era en realidad una doctrina formal y consistente, sino un conjunto de firmes creencias, entre las que cabe destacar la idea de que era preferible exportar a terceros que importar bienes o comerciar dentro del propio país.  Así se formaron un extenso cuerpo de ordenanzas destinadas a regular, con diversos grados de severidad y minuciosidad, el comercio, lo que da persona debía producir, como había de producirlo, cuanto debía ganar y como tenia que disponer de sus ganancias.   
fin de alcanzar la prosperidad material, los mercantilistas encaminaron sus esfuerzos a incrementar las reservas nacionales de metales preciosos, que estimaban era el mejor índice, si no la causa principal, de esa prosperidad, tanto para el individuo como para la nación.  Esta creencia errónea derivada de la gran necesidad de moneda durante el periodo feudal como medio de intercambio que estimulara el comercio nacional e internacional.
Al elevar la potencialidad política y económica al estado a la categoría de supremo fin de de la conducta humana, los mercantilistas consideraron a las personas como simples medios para alcanzar tal fin.  En cambio los adeptos al posterior librecambismo clásico, aunque también tendía al enriquecimiento del estado, preconizaron métodos radicalmente diferentes al recomendar que se diera al individuo libertad máxima en sus esfuerzos para obtener su propio bienestar económico;
Durante los siglos XVIII y XIX se produjo un desplazamiento inconsciente del objetivo de engrandecimiento nacional al bienestar individual.  El error fundamental de los mercantilistas consistió en cambiar la moneda con las mercancías, por lo que estimaron que la explotación de bienes era la fuente de la riqueza.  Para cumplir este fin, estimularon la producción de mercancías de explotación y consideraron favorablemente el aumento de la población, que suministraba el aumento de mano de obra.  Ignoraron las doctrinas humanitarias y supusieron que los salarios bajos y el trabajo infantil daban ímpetu a la producción.
El descubrimiento de los nuevos territorios, fue para ellos algo así como la tabla de salvación o como la solución a todos sus problemas de caja que los aquejaban.  El sueño de encontrar el famoso Dorado, o las minas de oro a ras de piso, los adentró en los nuevos territorios generando rutas de población y desarrollo a sangre y fuego.
La necesidad de acumular oro y metales preciosos como medida de la capacidad económica, hizo de la minería una de las fuentes esenciales de la producción en las colonias americanas.  Adquirir el oro y la plata americana a toda costa para trasladarlos a Europa como elemento de dominio económico se convirtió en obsesión no solamente de los soberanos, sino de los emigrantes conquistadores, que aspiraban el prestigio y la ascensión social.  Para el Estado se trataba de llenar las arcas;
Encomienda americana, institución característica de la colonización española en América, que, jurídicamente, era un derecho otorgado por el monarca en favor de un súbdito español (encomendero) con el objeto de que éste percibiera los tributos o los trabajos que los súbditos indios debían pagar a la monarquía, y, a cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano.
El establecimiento legal de las encomiendas o de los repartimientos de indios surgió de una Real Provisión de 20 de diciembre de 1503, en la que se establecía la libertad de los indios, su obligación de convivir con los españoles y la de trabajar para ellos a cambio de salario y manutención, junto con la obligación de los encomenderos de educar a los naturales en la fe cristiana.
Este documento, elaborado con el consejo de expertos letrados, juristas y teólogos, pretendía garantizar la mano de obra necesaria para explotar las minas y asegurar el asiento de una población castellana que afianzara la colonia recién descubierta.
No parece que en Santa Maria la Antigua se hubieran hecho adjudicaciones de encomiendas en sentido estricto.  Allí se hicieron esclavos y se obtuvieron naborías, pero quizás solo hasta 1524, durante la alcaldía de Gonzalo Fernández de Oviedo, se repartieron algunos indios en forma legalmente equivalía a una concesión de encomienda.
Pero la primera distribución formal fue hecha por García de Lerma en 1529, en Santa Marta.  No sabemos cuantos indios fueron distribuidos (el mismo gobernador se asigno 26 caciques) ni cuantos españoles recibieron encomiendas, pero es evidente que durante los primeros años el usufructo de estas no estuvo sometido a regulaciones muy precisas.  Incluso es probable que los indios de encomienda no hubieran sido utilizados en forma habitual para cultivar tierras del encomendero y atender sus ganados, y que la concesión de la encomienda equivaliera mas bien, en una zona donde todavía la sujeción de los indios era muy tenue, a la asignación a los españoles beneficiados de un pueblo o tribu del cual podían tratar de obtener oro, alimentos y mantenimientos, en cantidad fijada teóricamente por el gobernador pero dependiente en la practica de la capacidad del conquistador para presionar u obligar, a sus indios.
En los años siguientes se hicieron distribuciones de encomiendas en la región, y a medida que se fundaron nuevas ciudades (Tenerife, Tamalameque, Ciudad de los Reyes, etc.) los indios fueron repartidos a los colonos, pero nunca fue esta zona  una donde la encomienda adquiera importancia fundamental.  Los indios resultaron demasiado violentos y su número se redujo con rapidez.  Para 1560 las cifras sobre encomiendas dadas por López de Velasco, omiten el número de encomendados de Santa Marta y de Valledupar y apenas señalan un corto numero de habitantes en las demás ciudades.
Heredia al distribuir los indios excluyendo zonas bastantes despobladas o aun no sometidas, como la llamada culata de Uraba, el Darién, la zona de San Jorge y el alto del Sinú estuvo sometido a normas mas restrictivas que las que tuvo que aplicar García de Lerna.  Durante los años 30 la legislación insistió en que el gobernador, al dar los indios, debía fijar el tributo conjuntamente con el obispo, para lo cual debía tener en cuenta las posibilidades de producción de los indios y la cantidad de tributo que hubieran pagado antes a sus propios caciques;
se ordenaba que nunca se fijara un tributo superior a este.  La última orden, por supuesto, resultaba imposible de cumplir, pues casi todos los indios de la región, si no todos, habían desconocido el tributo.  Pero Heredia se atuvo a las demás formalidades y al repartir los indios de Mompox preciso lo que debían pagar en oro y señalo diversas obligaciones de servicio personal y trabajo.
A los encomendados les impuso la obligación de enseñar religión a los indios y mantener casa n Mompox, caballo y armas, y los autorizo para criar ganados, aves y tener otras granjerías en sus encomiendas.  Además, cada encomendero recibía el derecho exclusivo de comerciar con sus indios, lo que lo colocaba indudablemente en una posición muy ventajosa para apropiarse del oro que aun les quedara.
Las demás asignaciones de encomienda de Cartagena fueron probablemente similares a la anterior, en su inclusión de tributos precisos de oro y de imprecisas obligaciones de servicio personal y en su atribución al encomendero de obligaciones esencialmente militares, sin que insistiera en este aspecto de la cristianización del indio al que han dado tanto énfasis historiadores posteriores y que recibió mucho menos entonces.  Por otra parte, el que se pudieran tener ganados y realizar otras actividades productivas de cuenta del encomendero introducía ambigüedad en la posesión de la tierra y abría así el camino no tanto a la apropiación de la tierra de los indios, para lo que no hacia falta ninguna autorización, como a su posterior legalización por las autoridades españolas.  En el sur de Colombia los primeros repartimientos los hizo probablemente Bel alcázar en 1536, al fundarse Cali, luego en Popayán, el año siguiente.  Aldana hizo un nuevo repartimiento en Popayán en 1539, y ese mismo año se distribuyeron las primeras encomiendas en Timana.  Jorge Robledo asigno a los indios de Anserma y Cartago en 1540;
los de Antioquia fueron repartidos por primera vez en 1542, cuando la población se traslado a la región de frontin, y fueron redistribuidos al menos dos veces en los tres años siguientes, a causa de los cambios de jurisdicción allí ocurridos.  Con el traslado de Cali al sur, las encomiendas quedaron bastante alejadas de la ciudad y fueron redistribuidas en 1539 por orden de Aldana;
la fundación de Anserma y Cartago debió sustraer algunas zonas de los encomenderos de Cali y nuevas asignaciones hechas por Anda Goya volvieron a baraja la situación.  Para 1541, Belalcázar juzgaba que el número de encomenderos de su gobernación era ya de unos 300, aunque la cifra pueda estar algo, pero no muy exagerada, por su interés en mostrar su inconveniencia de la fragmentación excesiva de la encomienda que atribuía a robledo.  Por lo mismo su afirmación de que pocas encomiendas en Cali tenían más de100 tributarios y la mayoría entre 20 y 30 debe ser subestimación.  En todo caso, hacia 1558 una enumeración de encomiendas permite contar más de 180, sin incluir a pasto, bimana, Madrigal y la Plata;
las cifras de López de Velasco, para 1560 aproximadamente señalan cerca de 275 encomiendas, aunque en algunos casos es evidente la disminución de un número anterior más elevado de pueblos.  En cuanto al tamaño de la encomienda, en 1544 los vecinos de Anserma cuentan 27 y dicen que tienen 3000 casas repartidas, algunas de mas de una familia, lo que indica allí un promedio superior a 100 tributarios por encomienda.
Y en Almaguer se reparten con ocasión del establecimiento de la villa española unos 8000 tributarios entre 40 encomiendas, o sea, cerca de 200 por encomendero.  Para 1560, finalmente, el promedio se acerca a 290 tributarios por repartimiento, cuando sin duda había disminuido, pese a posibles unificaciones de pueblos diversos en una sola encomienda.
El repartimiento inicial, carecía de bases legales, suficientemente claras, y los conquistadores tuvieron siempre temor de que se reasignara.  Quesada, en realidad, apenas había asignado los indios en depósito, sin adjudicar encomiendas en firme, pues su autoridad no era suficiente para eso último.  Esta situación de inestabilidad, al mismo tiempo que llevaba a un manejo mas explotador de la encomienda misma, para tratar de obtener el máximo de ellas antes de que pudiera ser entregada a otro, hacia el grupo encomendero nervioso e inestable, listo a aliarse con quien pareciera garantizar la permanencia de una distribución o, para quienes estaban satisfechos, con quien pudieran modificarla.  Así, en 1541 jerónimo lebrón fue acogido en Vélez como gobernador tras declarar que no modificaría la distribución de las encomiendas;
los vecinos pidieron en  especial que confirmara legalmente la repartición existente.  Hernán Pérez de Quesada y Gonzalo Suárez Rendón, quienes ejercieron sucesivamente la tendencia de gobernación, hicieron algunos cambios en las encomiendas, pero la mayor sacudida se produjo con la llegada de Alonso Luis de Lugo, quien utilizo las disensiones existentes entre los antiguos pobladores, los resentimientos de quienes no habían recibido encomienda o la habían recibido mas pequeña de lo que creían merecer, para poner todo en movimiento.  Lugo se sirvió de una petición, quizás hecha por sugerencia suya, en la que muchos conquistadores solicitaban una modificación del reparto de encomiendas, para cambiar la situación.  Muchos encomenderos, presionados o ilusionados con la promesa de recibir una encomienda mejor, hicieron “dejación” de ella;
Lugo demoro entonces la nueva asignación durante un largo periodo, en el cual se apropio de los tributos recibidos, y al hacer la nueva distribución se reservo para el mismo algunos de los pueblos mayores y distribuyo a los demás en la forma que juzgo conveniente, dando por supuesto algunas de las encomiendas a los españoles que habían venido con el.  Muchos de los antiguos conquistadores, sobre todo aquellos que se habían ausentado con Hernán Pérez de Quesada en la marcha al dorado, perdieron sus indios y quedaron a la espera de una nueva vuelta de la rueda de la fortuna.
Lugo respeto poco, por otra parte, las normas sobre la forma de asignar la encomienda, pues a demás de las obligaciones de tributo y servicio de los indios incluyo en los títulos el derecho de los encomenderos al dominio de las tierras de los indígenas, como lo habían hecho tamben los títulos expedidos por Hernán Pérez de Quesada.  Así, el encomendarse los indios de bogota, Fontibon, Guatavita y otros pueblos, señalo que lo hacían “con tierra y la sabana grande y tierras y estancias y labranzas de ellos”, frase que quizás apuntaba mas que a la propiedad de la tierra al establecimiento de un dominio de corte señorial sobre los territorios indígena.  La tasación del tributo, además, se hizo sin la formalidades usuales, sin precisar el monto del tributo en oro o mantas l que tenia derecho l encomendero y sin la presencia de la autoridad eclesiástica o del protector de indios.
El Nuevo Reino fue la zona donde se dio un numero mas elevado de encomiendas, y también allí el tamaño de cada encomienda fue mayor: en las primeras distribuciones de Santa Fe y Tunja el promedio de tributarios que recibe cada español es de cerca de 1000, lo que permite asegurar la presencia de encomiendas mucho mayores, que debían dar por lo tanto un ingreso bastante alto a sus beneficiarios.  Los sitios distribuidos posteriormente Tocaima en 1544, Pamplona en 1549, Ibagué en 1550, Villeta y la Plata en 1551, Mariquita en 1552, victoria en 1557, San Juan de los Llanos en 1556, Muzo y Remedios en 1560 y la Palma en 1559, no fueron tan ricos en indios, pero la existencia de minas vecinas hacia atractivas encomiendas mas pequeñas;
El total de encomiendas distribuidas en el territorio actual de Colombia es por supuesto imposible de determinar con la documentación actualmente conocida, aunque los datos de López de Velasco permiten formarse idea global, para un momento en el que la mayor parte de la población indígena se encontraba sometida ya al dominio español.  Pero debe tenerse en cuenta que hacia 1560 ya el proceso de despoblación indígena había avanzado mucho, y en forma muy desigual, de modo que el número de tributarios era sin  duda bastante inferior al distribuido originalmente.  También muchas encomiendas distribuidas separadamente habían sido unificadas en una sola en ese momento.
El sistema de la encomienda, implantado inicialmente en la isla de la Española constituía una delegación del poder real en el encomendero para recoger el tributo y usar los servicios personales de los indios, pero la monarquía, que velaba por sus propios intereses, no hizo nunca concesión de este derecho a perpetuidad, excepto en México con Hernán Cortés.
Esta legislación estableció disposiciones para regular y mejorar el régimen de las encomiendas y dio un gran protagonismo a la figura del visitador o encargado de vigilar el cumplimiento de las leyes, pero, en la práctica, los abusos continuaron y la población indígena de las Antillas siguió sufriendo un acentuado descenso demográfico.
No cabe duda alguna de lo que interesaba al español al recibir la encomienda era la posibilidad de apropiase de una buena porción de la riqueza del grupo indígena que se le entregaba, o de utilizar la mano de obra de los indios para la producción de nueva riqueza.  En la primera forma, el conquistador podía estar interesado en el pago de tributos en oro o especie por parte de los indios, en la posibilidad de comerciar exclusivamente con ellos, o muy secundariamente, en los derechos de utilizar la tierra de la tribu local.  En el segundo caso, le interesaba que los indios destinaran parte de su labor a producir objetos con los cuales se iba a saldar la obligación tributaria con el español, dentro de la organización tradicional indígena de la producción,  que dieran un cierto numero de trabajadores a empresas mas o menos orientadas y dirigidas por el español.
Que forma de explotación de la encomienda predominara, dependía del tipo de comunidad que se sujetaba, del momento en que se realizara la distribución de la encomienda (pues con ese momento variaban tanto la legislación vigente como las urgencias de la comunidad española), de la disponibilidad de determinadas producciones en el área local, etc.  Y las encomiendas de una zona siguen un proceso de cambio que va alteando la importancia relativa de cada una de las formas de extraer el producto excedente a la población indígena.
En general, la extracción de un tributo en oro corresponde a la etapa de establecimiento de la encomienda y se confunde un poco con el saqueo practicado antes.  Tan pronto se estabiliza la encomienda, la tendencia lógica a acentuar el esfuerzo por inducir la mano de obra local a la producción continua de un excedente.  Esto puede hacerse estableciendo un tributo, que si es en productos usuales de los indios no requiere una intervención estricta de los españoles en los procesos de producción de los indígenas: estos continúan produciendo su oro, sus mantas o sus alimentos en la forma tradicional, aunque deban modificar la intensidad con la cual trabajan.  A veces el tributo se señala en oro sin que la comunidad indígena sea productora de el, lo que la obliga a aumentar la producción de sus artículos tradicionales para intercambiarlos por el oro con el cual pagaran su demora o lleva al arriendo de trabajadores a cambio de dinero que se destina al pago del tributo, aunque esta situación aparece mas bien tardíamente.
La segunda forma de forzar la producción de un excedente y de utilizar el trabajo indígena es subordinándolo directamente, en forma mas o menos estrecha, al control español.  La tendencia a hacer esto se da continuamente para la prestaron de “servicios”: transporte, tareas domesticas, servicios sexuales, y para la producción de objetos de consumo directo del encomendero: la construcción de su vivienda, el corte de leña, el acarreo de agua, etc.  Pero se da también en actividades en las que esto implica una transformación substancial de las formas de organización económica, en la producción de bienes para un mercado local o mundial.  El caso mas visible es sin duda el de la producción de oro único producto para el mercado mundial de esta época, los españoles.
Siempre que pudieron, utilizaron a los indios para la extracción y lavado de oro en las minas de aluvión descubiertas, bajo el control de mayordomos y dentro de una organización del trabajo completamente independiente de la comunidad indígena y dictada por el español, aunque la tecnología siguiera siendo la esencia de los indios.  Situación similar, bastante frecuente, si bien con tecnología introducida por los europeos, se dio en las haciendas ganaderas y en los sembrados de cebada y trigo, ya bastante extendidos en la región d Tunja y santa fe para 1550.  Y en menor escala, por ser productos cuya siembra y recolección podía dejarse a los indios, y bastaba señalar la cantidad a sembrar, ocurrió lo mismo con los cultivos de papa, maíz y yuca.
Ahora bien las concesiones de encomienda dadas por los gobernadores se habían hecho en formas más o menos arbitrarias, fijando continuamente obligaciones tributarias y de servicio personal en una manera que probablemente reflejaba la estimación hecha por los colonizadores españoles de las posibilidades locales.  La corona española, por su parte había estado sometida durante años a un continuo bombardeo de críticas de encomienda, y en particular a su función como institución de organización y control directo de la mano de obra.  A los duros trabajos a los que los encomenderos sometían a sus indios se atribuía gran parte de la despoblación indígena;
La corona opto entonces por tratar de eliminar el sistema utilizado temporalmente (para poder continuar dando un premio a los conquistadores por sus acciones militares  y sus servicios a la corona sin acabar con los indios), pero substancialmente modificado.  La idea central era convertir la institución simplemente en un sistema de tributo sobre los indios: estos debían un tributo a la corona, como cualquier vasallo, y la corona cedía ese tributo a los conquistadores en recompensa a sus servicios.  Pero el sistema terminaría pronto, pues a la muerte de cada encomendero los indios pasarían directamente a la corona, que asumiría el cobro de los tributos y las tareas de aculturación y gobierno, mediante el nombramiento de funcionarios reales.
El esfuerzo por eliminar la prestación de servicios laborales como parte de la encomienda se advierte en varias normas de la corona.  Así, por ejemplo, en 1538 se prohibió que los indios encomendados fueran utilizados en las minas, lo que sin embargo no s cumplió, como tampoco la prohibición de que los encomenderos arrendaran a los indios a otros españoles.  Pero en 1542 un conjunto de normas, conocidas como las leyes nuevas, intento corta de un tajo la situación en el sentido mencionado: toda clase de servicio personal a los encomenderos quedo prohibido.  De este modo las relaciones laborales debían salirse completamente del marco de la encomienda;
como era inevitable el uso del trabajo indígena para la conservación de las colonias y la extracción del excedente que justificaba económicamente la conquista, la corona esperaba que los indígenas se emplearan en forma voluntaria, a cambio de un salario justo.  A la larga se confiaba en estableces un mercado que podríamos llamar libre trabajo, aunque la mentalidad de la corona y las limitaciones reales de la situación s manifestaron inmediatamente al ordenar la ley que las autoridades españolas debían establecer y fijar tasas adecuadas de salario.  En el fondo se pretendía realizar una revolución completa en la forma de organización de la economía colonial, reemplazando el trabajo forzado al cual habían estado sometidos los indios por un trabajo libre, aunque en ciertas áreas, donde se considera que el trabajo era demasiado pesado para los indígenas, los esclavos negros debían reemplazar a los indios de encomienda.
Otros aspectos de las leyes nuevas se orientaban a controlar y regular las relaciones entre el encomendero y sus indios.  Se prohibía a los funcionarios de la corona y a los eclesiásticos la posesión de encomiendas, se prohíbe toda clase de transacción de estas y se señalaban castigos drásticos para los españoles que maltrataran a los indios o trataran de forzarlos a realizar servicios personales o pagar tributos no señalados por las audiencias reales o virreyes.  Se les prohibía también a los encomenderos vivir entre los indios.  Para suavizar las relaciones con los indios, se prohibía la realización de nuevas entradas y conquistas, a menos que contaran con la autorización de la audiencia real.   
Para hacer cumplir estas leyes en el territorio de Santa Marta, Cartagena, Popayán y el Nuevo Reino fue escogido, como visitador, miguel Díaz de Armendáriz, quien llego a la costa a finales de 1544.  En Cartagena y Santa Marta logro poner en ejecución algunas de las normas, como las que quitaban las encomiendas a los funcionarios reales, aunque suavizándolas un poco en la practica.  Sin embargo, el hecho de que no hubiera tenido que enfrentar un esfuerzo coordinado y decidido de los encomenderos contra las nuevas leyes y buena parte de las objeciones vinieron de oficiales de la corona muestra ya la debilidad del grupo encomendero local;
A donde llego en noviembre de 1546.  Inmediatamente advirtió la oposición local a las leyes nuevas, que resultaban de abierta contraposición con la realidad local.  Dada la aversión de los españoles a la realización de cualquier trabajo material y los costos de adquisición de esclavos negros, era evidente que solo la utilización de de la mano de obra indígena permitía mantener la colonia.  Y era ingenuo creer que los indígenas, que todavía podían obtener su subsistencia con el trabajo de sus propias tierras, irían a prestar sus servicios a los españoles, como lo decían la leyes “con consentimiento, paga y con moderación”.  Convertir una población con posesión de tierras suficientes para la subsistencia en asalariados, va a resultar una de las más difíciles tareas de todo el periodo colonial, y que nunca se resolvió satisfactoriamente para quienes consideraban el sistema salarial como más adecuado.  Los colonos eran concientes de ello y el mismo obispo de Santa Mata y Santa Fe, Fray Martín de Calatayud, preocupado por el destino de su Grey.
Escribió en 1545 en defensa de la encomienda “porque estas indias, en cuanto a los naturales de ellas, no podrán sujetarse a su obediencia a su majestad sin que haya poblaciones de españoles, y estos no podrán durar ni permanecer sin que los moradores de ellas tengan cuenta con los indios por vía de repartimiento…”.
Incluso en tares tan duras como el transporte de carga resultaban, en opinión fe Fray Martín, imprescindibles los indios: “porque el servicio de los indios libres… no se puede excusar, por no haber acá españoles de quien servirse, por que estos puestos acá no quieren servir a nadie, aunque en España no hayan sido de oro oficio sino servir… porque llevar indios cargados de camino tampoco se puede excusar… pues bestias no las hay.
El siglo XVIII fue la fase Reformista de la economía colonial.  Propios de este periodo son las reformas borbónicas en la administración colonial, la centralización política, las reformas fiscales, el fortalecimiento de la burocracia colonial y los intentos por diversificar la economía para romper con las barreras proteccionistas creadas por el Mercantilismo en los principales mercados europeos.  También se le puede considerar el siglo de las grandes tensiones sociales y económicas que llevaron a los movimientos tumultarios de las masas populares americanas.
El Occidente del Nuevo Reino de Granada, en las tierras de la Gobernación de Popayán, Antioquia, Chocó y Valle del Cauca y áreas circunvecinas, fue región económicamente caracterizada por la minería intensiva, por la agricultura y la ganadería en las grandes haciendas, en cuya explotación se emplearon negros esclavos procedentes de África.  El área de Pasto en el Sur del Nuevo Reino se  caracterizó por sus actividades agrícolas y artesanales.
Características Economía Colonial Para comprender el proceso económico de las colonias americanas es necesario tener en cuenta la política económica española en este momento y, en especial, la gran importancia que se le dio a la acumulación de metales preciosos como principal y casi única fuente de riqueza nacional.  España necesitaba de estos metales y América parecía tener reservas ilimitadas.  Se implantó entonces un sistema económico con características bien definidas:
No existió una agricultura estable y con fines comerciales.  Como actividad económica fundamental para la subsistencia del hombre.  La agricultura se practicó en Nueva Granada pero subordinada a la industria minera, es decir, con el fin de satisfacer las demandas del trabajo de las minas y no para realizar intercambios comerciales y, mucho menos, para exportar.  Fue pues, una agricultura para el consumo inmediato.
Tampoco se incrementó la industria manufacturera.  España no se preocupó por crear en la metrópoli una industria que la abasteciera de productos elaborados sino que se limitó a comprarlos a otros países europeos, utilizando para ello el oro y la plata procedentes de las colonias.  Por ejemplo, los textiles elaborados eran importados de Francia y Holanda, a pesar de que España disponía de materia prima para establecer una industria textil.
Este monopolio comercial, implantado por España, repercutió profundamente en el desarrollo económico de las colonias, concretamente en el territorio Colombiano.  El desarrollo de una manufactura local no le convenía a la península, ya que los productos elaborados en las colonias hubieran competido, necesariamente, en calidad y precios con los que la metrópoli importaba.
El desarrollo de una pequeña industria manufacturera sólo se pudo realizar en la zona oriental del Nuevo Reino de Granada, en los territorios que actualmente corresponden a Santander.  La rápida extinción de los indios de esta región determinó una diferente colonización.  Mientras en el centro y occidente del territorio, Cundinamarca, Boyacá, Cauca y Nariño, las masas indígenas fueron sometidas a trabajos forzados por parte de los españoles, en el oriente la colonización fue llevada a cabo por personas que no tenían a su servicio una gran cantidad de nativos ni necesitaban mucha mano de obra.
La dominación española en América impidió el desarrollo económico posterior.  Las colonias, entre ellas la Nueva Granada, una vez independientes de España, debido a su atraso económico se vieron obligadas, según se tratará en temas posteriores, a aceptar otras formas de colonialismo que perduran aún en nuestros días.
Al comienzo de la colonización, como una solución rápida, la Corona permitió la facultad de adjudicar la tierra a los adelantados y capitanes, pero tiempo después, al conocer la magnitud  del descubrimiento, estableció ciertos requisitos para la obtención de la propiedad : a quien le fuera otorgada la tierra, la debía utilizar para su vivienda y también para trabajarla.  Es decir, que la Corona fue muy clara en exigir del laboreo de las tierras.  La Corona prefirió entregar gratuitamente estas tierras a sus moradores con el interés de poder exigirles el cuidado que sobre ellas debían tener.
La Corona legisló con exactitud: cómo se debían de trazar los poblados y qué tierras debían poseer.  También dio las formas relativas a las zonas del campo que se debían utilizar para las fincas, haciendas y hatos.  Es decir que la Corona delimitó las zonas de poblados, de las zonas campestres.
El sector utilizado para poblados debía poseer  a su alrededor un terreno bastante amplío llamado ejido.  Este sería utilizado para aumentar los bienes de la población y como terreno donde pastara el ganado, se almacenara la leña y se utilizara el agua que por allí pasara.
Como la Corona sabía de ciertas irregularidades, conocía que las tierras se habían asignado de diversas maneras: por merced de la Corona, por usurpaciones hechas por los encomenderos, por otorgamiento de los cabildos, etc., como no se cumplían sus órdenes, propuso en 1591 la primera reforma agraria que pretendió recortar los latifundios y revisar la forma como estaba repartida la tierra, entregando títulos a las personas que cumplían los requisitos exigidos por la Corona, de habitar y labrar la tierra, a la vez que quienes se excedían en la cantidad de tierras, debían comprarlas por grandes sumas de dinero, es decir, les correspondía la composición,  y las tierras que no entraran en ninguno de los dos casos, volverían a ser tierras de la Corona.
La voluminosa y constante explotación de metales preciosos de las colonias españolas contribuyó a precipitar la revolución de precios en Europa convirtiendo a la metrópoli española, con una incipiente industria, en intermediaria del oro para el resto de los países europeos.  El medio circulante que se empleó en gastos para la guerra y en derroches nobiliarios, invadió a España en una verdadera y profunda inflación, cosa que ya en el siglo XVII llevó a la metrópoli a la decadencia económica.
El surgimiento de una nueva frontera minera en el Chocó indujo algunos cambios en el latifundio original.  Por un lado, la minería creó un mercado que podía absorber algunos productos agrícolas, y sobre todo aguardiente de caña.  De otro, la presencia masiva de esclavos alteró en algo la ecuación hombre – tierra.
comienzos de la Colonia, no existía problema, pues el indígena aún daba abasto para los cultivos, y porque el encomendero se le tributaba en especie, pero con el transcurrir del tiempo, el indígena se va acabando y los pocos que quedaban se confinan a sus propios resguardos lo que produce una disminución de la mano de obra al servicio de los dueños de las tierras.
Desde la misma Conquista, se empezaron a traer nuevos productos a estas tierras: García de Lerma introduce las semillas de cereales, hortalizas y árboles frutales, posteriormente se trae la caña de azúcar y otros productos.  Es notoria la introducción de animales domésticos: gallinas, cerdos, cabras, ovejas y animales de carga como el caballo, yeguas, mulas, etc.
Comerciantes El comercio fue una actividad integradora del mundo colonial español.  En la medida en que comerciantes itinerantes se desplazaban por las regiones del Imperio, éstas quedaban ligadas a circuitos más vastos de circulación de los bienes.  Los comerciantes eran los agentes del desplazamiento de riquezas y del drenaje de excedentes.  A pesar de los riesgos de su actividad, entre los que figuraban los malos caminos y la precariedad de las relaciones jurídicas, el comerciante gozó siempre de ventajas económicas frente a los productores directos.  Desde los tiempos de la Conquista el comerciante estuvo por encima del resto de los ocupantes, si no en consideración social, por lo menos en cuanto a las oportunidades de amasar una fortuna excepcional.
El papel de los comerciantes como acumuladores de riqueza no se limitó.  Durante los siglos XVII y XVIII, cuando encontraron una aceptación social más favorable, los comerciantes no se contentaron con hacer una fortuna para disfrutarla en España.  Muchos buscaron incorporarse a la nueva sociedad e invirtieron en minas y haciendas.  A este fenómeno puede atribuirse, por lo menos, en parte la nueva prosperidad alcanzada en el siglo XVIII.
El comercio no fue una actividad estrictamente profesional en América.  Durante todo el período colonial los funcionarios de la Corona fueron acusados insistentemente de buscar un lucro en el comercio e inclusive en el contrabando.   De otro lado, la venalidad de ciertos cargos abrió la puerta para que comerciantes buscaran el prestigio que aquellos implicaban y los compraran.  En ciertos casos, la práctica comercial era hasta una ventaja para ejercerlos.
Desde un punto de vista profesional, los comerciantes eran de dos clases: mercaderes de la carrera o comerciantes al por mayor, con vinculaciones directas con Cartagena y Sevilla, y simples tratantes o comerciantes locales al por menor.  Los mercaderes de la carrera eran en su mayoría españoles, aunque muchos de ellos estuvieran avecindados en Cartagena, Mompós, Santa Fe, Tunja, Honda, Popayán o Quito.  Estas ciudades fueron muy pronto los centros nodales del comercio, desde donde las tiendas de los mercaderes repartían los géneros a centros mineros o ciudades menores.  Los mercaderes de la carrera manejaban capitales que desde el siglo XVI podían sobrepasar los cien mil pesos de plata (o patacones), riqueza con la que sólo contados terratenientes y algunos mineros podían rivalizar.
Los grandes mercaderes se hacían cargo también de “empleos”, es decir, de dinero de los particulares (fueran comerciantes o no) que deseaban hacer una inversión fructífera en las ferias de Cartagena o en la plaza de Quito.  Estos “empleos” ampliaron el desastre a muchas fortunas del interior cuando ocurrió el saqueo de Cartagena por los franceses en 1697.  Precisamente en este año muchos comerciantes de Quito, Popayán y Santa Fe habían bajado a esperar la armada con sus propios capitales y numerosos empleos.
Desde el siglo XVI las fortunas más considerables, aun entre encomenderos, pertenecían a aquellos que podían dedicarse al comercio.  Algunos encomenderos lo hacían por interpuesta persona (sobre todo cuando tenían tienda abierta) para no inhabilitarse para el ejercicio de cargos honoríficos, generalmente en el cabildo de su ciudad.
El comercio de esclavos y  el contrabando estuvieron en el origen de las grandes fortunas de la época y de la influencia creciente de este sector.  En algunos sitios la competencia por el poder local originó conflictos con otros sectores que finalmente se resolvieron a favor de los comerciantes, privilegiados por la política ilustrada de los últimos Borbones.
Las necesidades de los pobladores españoles atrajeron desde muy temprano mercancías europeas.  Durante la conquista estos artículos habían sido escasos, pues el aprovechamiento desde Europa no sólo era precario sino que el mismo internamiento de las expediciones las alejaba de los sitios a donde llegaban.  De allí que los conquistadores tuvieran que pagar las mercancías europeas, casi literalmente, su peso en oro.
No solo el comercio lícito estaba dominado en la fuente misma de su monopolio, Sevilla, por capitales franceses, genoveses, etc.,  ya desde comienzos del siglo XVII, sino que otras naciones fondeaban sus barcos en las costas del Caribe o sobornaban a los funcionarios de los puertos para vender sus mercancías de contrabando.
El comercio (legítimo o ilegítimo) obtenía tasas de ganancias exorbitantes y servía para drenar no solo el metal amonedado sino también el oro físico.  Era el origen de las fortunas más sólidas en el Nuevo Reino y la gobernación de Popayán, y la fuente de capitalización de minas y haciendas cuando los comerciantes de la carrera (generalmente españoles) decidían avecindarse.  Naturalmente, la suerte del comercio estaba ligada a la coyuntura general y, sobre todo, al ritmo de la explotación de oro.
Algunos géneros agrícolas podían ser objeto también de transacciones provechosas.  Los cereales del Nuevo Reino, por ejemplo, alimentaron mercados urbanos, centros mineros y la plaza fuerte de Cartagena hasta comienzos del siglo XVIII, cuando fueron sustituidos por las harinas que introducían los ingleses de sus colonias, al amparo de la trata negra.  Las harinas del Nuevo Reino fueron objeto de un prolongado debate en el siglo XVIII.  Algunos virreyes quisieron estimular este comercio, pero otros autorizaron a asentistas particulares para que introdujeran esclavos negros y con ellos bastante harina como para abastecer a Cartagena.  Gran parte de las diferencias residían en el transporte de las harinas desde el interior.
El último cuarto del siglo XVIII trajo consigo cambios radicales en los patrones de comercio entre España y sus colonias.  El fin de la guerra de los siete años (1756-1762), en la que España participó en 1762 por un lado, y por otro el crecimiento experimentado por los países de Europa occidental en los inicios de la revolución industrial, aceleraron la puesta en práctica de los principios reformadores que caracterizaron la política ilustrada de los últimos Borbones, especialmente de Carlos III.
Las huestes eran abastecidas por medio de un sistema comercial que enviaba productos españoles desde Sevilla a las Indias, desembarcaba las mercancías usualmente en Santo Domingo, donde eran vendidas (casi siempre a crédito) a los agentes de los conquistadores para equipar sus expediciones o eran enviadas en buques a los diversos establecimientos de tierra firme, atraídas por la existencia más o menos abundante de oro en cada sitio.
Pero no siempre la actividad comercial se limitó a mercaderes privados y conquistadores.  Con frecuencia otros funcionarios de la corona trataron de negociar por cuenta propia, pese a que esto estaba prohibido en forma drástica, bajo pena de muerte para aquellos empleados que hicieran negocios en ventaja propia.
El comercio con las Indias estuvo caracterizado por varios rasgos muy generalizados, entre los que vale la pena subrayar la tendencia a un régimen de precios muy altos, provocado por la escasez de moneda confiable, los altos costos de transporte y el elevado margen de riesgo, la irregularidad de los abastecimientos, la tendencia al monopolio y la necesidad de precaverse contra compradores a los que habitualmente era necesario dar a crédito los productos requeridos.   
Durante las etapas iniciales de la Conquista aquellos elementos de gran utilidad inmediata, como caballos, ganado, armamentos, y en menor medida los alimentos, alcanzan precios exorbitantes, que luego se reducen sensiblemente, al mejorar el abastecimiento desde fuera o comenzar a producirse en la región productos de consumo español (trigo y carnes sobre todo) o algunos que pudieran sustituirlos.
Se contó con un flujo regular de productos alimenticios locales.  El más importante de todos fue posiblemente el maíz, a cuyo sabor parecen haberse acostumbrado rápidamente los peninsulares.  La provisión de maíz dependía en forma directa de los indios, que no sólo daban grano para el consumo del encomendero sino que debían entregar el necesario para abastecer toda la comunidad española;
Los encomenderos no obtenían únicamente maíz de sus indios, sino que a veces recibían en el tributo productos que podían colocarse en los mercados locales o incluso enviarse a regiones más distantes.  Se sabe que los encomenderos de Santa Fé despachaban a veces las mantas que tejían sus tributarios hasta las zonas mineras y en ocasiones a sitios tan lejanos como Popayán.  Otros, como los encomenderos de Vélez, Mompós y Cali, usaban sus indios para el transporte de las mercancías, cobrando por sus servicios o arrendándolos  a los comerciantes.  Este uso de los indios como bestias de carga era bastante extendido, y se convirtió desde temprano en uno de los rasgos esenciales del sistema de transporte neogranadino.
Es posible que en otros casos los gobernadores hubieran determinado, al menos sobre el papel, la cuantía del tributo y las obligaciones de los indios, pero toda la documentación originada por el conflicto de las Leyes Nuevas deja ver claramente que hasta entonces los encomenderos gozaron, en la práctica, de un derecho ilimitado a determinar arbitrariamente lo que iban a recibir de los indios.
Por supuesto, este derecho resultaba limitado por consideraciones relativas a los efectos que pudiera tener una explotación demasiado violenta sobre la población indígena, pero es evidente que los encomenderos, al comienzo, dominados por la urgencia de un rápido botín y temerosos de que se les arrebatara la encomienda para asignarla a otro conquistador, prefirieron buscar los mayores rendimientos a corto plazo, aún a costa de la rentabilidad futura de la institución.
La norma ya señalada de ajustar los tributos a lo que pagaban antes los indios, para que la sujeción  a los nuevos conquistadores no fuera a resultarles más pesada que la antigua, no podía aplicarse en la mayoría de los casos por el simple hecho de que los indios no habían pagado antes regularmente tributos a sus caciques y muchas veces ni siquiera existían caciques permanentes.
En casi todos los casos, los indios declaran en interrogatorios realizados hacia 1600, que antes de la conquista pagaban a sus caciques tributo en trabajo, al realizarles siembras y labranzas, y en especie, mediante el pago de mantas, productos alimenticios y a veces oro.
Así, a principios de las leyes nuevas, la tasación de tributos comenzaba a estabilizarse bajo la influencia de las decisiones de la audiencia, que aunque cercanas en sus puntos de vista a los intereses de los encomenderos, debían atender a la presión de la Corona Española, de la legislación vigente y de sectores del Clero alineados en una actitud de protección a los indígenas.  El nivel de los tributos representaba una pesada carga para los indios, que debía entregarse a trabajos de una intensidad a la cual estaban desacostumbrados, pues tradicionalmente su economía había utilizado la mano de obra en forma muy ligera, con grandes períodos de ocio intercalados con las épocas de actividad.
La Alcabala: Impuesto de origen árabe con que se grababan todos los artículos vendibles, en la primera venta y en las sucesivas.  Se recaudaba cuando las mercancías llegaban al puerto.  Los dueños de haciendas enviaban periódicamente una declaración juramentada de los productos vendidos.  Los comerciantes ambulantes debían informar de sus ventas y pagar el 2% de impuesto el mismo día que las hacían.  La alcabala se aplicaba a bienes muebles e inmuebles.
Estaban exentos artículos como caballos, libros pan, metales depositados por los mineros en casas de moneda y armas.  También lo estaban los productos vendidos por los indígenas y las ventas realizadas por monasterios y parroquias sin ánimo de lucro.
El problema del Quinto Real, además de la corrupción de los Almojarifes y la ausencia de contadores asignados por Madrid para cuidar de las arcas de su majestad -aunque su efectividad fuera poca- era perfectamente claro que el Quinto Real no era un impuesto para los españoles residentes en las Indias, pues para ellos regalar un quinto de su infinita riqueza, gracias a los monopolios que sólo ellos controlaban era una erogación pírrica al año.
Los indígenas y los artesanos (mulatos y zambos libertos) les tocaba hacer esfuerzos sobrehumanos, pues es Quinto significaba mucho para ellos, ya que como mucho, ellos eran propietarios de una casa, que tenían que hipotecar a los usureros -españoles- para poder pagar el Quinto, además de los vicios a los que muchos eran adictos y eran también controlados por los españoles por medio de monopolio Además se cobraba al fundir los metales y el sello con que se marcaban las barras al pagar el impuesto garantizaba a la vez la ley.
La denominación de Barlovento alude geográficamente a las islas de las pequeñas Antillas, pero en términos generales a finales del siglo XVI este término se usaba como referencia al espacio marítimo por el que los navíos españoles entraban en el Caribe en su ruta a América y, más específicamente, al área en conflicto permanente por los ataque de los piratas, que podía incluir las grandes Antillas y la costa de Tierra Firme.
Finalizada esta misión la Armada se dividió y una parte regresó directamente a España donde llegó en marzo de 1606, mientras la otra esperó en La Habana la llegada de las flotas mercantes, para protegerlas en su camino hacia España de los ataques de holandeses, franceses e ingleses, llegando a Sevilla en octubre del mismo año.
Variaba entre 5 y 8 pesos anuales, que se pagaban en productos agrícolas o en moneda.  En cada pueblo indígena se hacia una lista de tributarios.  Los caciques y sus hijos no estaban obligados a contribuir.  En algunos regiones de Nueva España los zambos (hijos de padre negro y madre india) tuvieron que pagar tributo.
Impuesto eclesiástico que pagaban los propietarios de tierras, de acuerdo con la producción agrícola y las cabezas de ganado.  Los reyes católicos y sus sucesores podrían cobrarlo, gracias a una bula del Papa Alejandro VI, en 1501, a cambio de sostener el culto y construir y dotar a los templos.  También se introdujo en las colonias la venta de indulgencias, cuyo producidos se destinaba al sostenimiento de las guerras contra los infieles.
Mesada, Media Anata Y  valimientos Descuentos especiales a los sueldos de los empleados públicos, la mitad de lo que se ganaban en su primer año de trabajo.  Un procedimiento para aumentar los ingresos del tesoro real fue la venta de cargos públicos, adoptados por los reyes de Habsburgo.  Estos puestos no se otorgaban únicamente al mejor postor, sino que además se tenía en cuenta la idoneidad del comprador.  También se vendieron títulos mobiliarios.
En todo caso, el comercio se hacía intercambiando mercancías europeas por oro local.  El ritmo de la actividad comercial, y en efecto incluso el ritmo mismo del proceso de colonización, estaba directa o indirectamente ligado a la existencia del metal precioso.
algunos españoles se orientaron hacia la utilización de la encomienda como medio de organización de explotaciones agrarias, pero muchos seguían viendo el oro como riqueza.  Antes el oro obtenido había sido casi gratuito.  Los conquistadores se desprendían de él a manos llenas a cambio de un caballo o unas pocas provisiones.  Pero desde que hay que producirlo la situación empieza a modificarse.
El modelo de desarrollo que nos correspondió por suerte, fue basado en la explotación de recursos con la anuencia de la iglesia católica, y el desprecio por el valor del trabajo, acompañada de un gigantesco oscurantismo que las autoridades eclesiásticas, en su afán por permanecer en los nuevos territorios, utilizaron para dominar las colonias.
Por el contrario haciendo la comparación con el modelo de desarrollo que les correspondió a loa habitantes del norte de América, basado en el valor del trabajo, la austeridad con fines de estabilidad económica y una marcada herencia calvinista que permitió que estos territorios se desarrollaran más velozmente que nosotros.
Como conclusión podemos extractar que el atraso que presentamos hoy, no es más que la herencia que recibimos del pasado, pero que no podemos seguir llorando sobre esa realidad, sino que tenemos que sobreponernos a ella y generar la cultura de cambio que requerimos para abandonar las ataduras de atraso económico y por fin despegar hacia nuestro propio modelo de desarrollo.
Existía en la época precolombina entre los incas, consistía  en un sorteo periódico para determinar que indios debían trabajar durante un tiempo al servicio de los peninsulares a cambio de un salario fijado (el cual era muy bajo)  que  les permitía a los mitayos pagar sus obligaciones fiscales y de esta manera los españoles contaban con un trabajo obligatorio  en haciendas  agrícolas y ganaderas.
La mita trajo consecuencias altamente negativas para la raza aborigen ya que  hizo posible trasladar indios de un lugar a otro y cambiar de oficios, y debido a los cambios de clima  y el exceso de trabajo en las minas murieron miles de nativos;
Como los nativos fueron concentrados en tierras mucho menos extensas que sus antiguos territorios, al despojárseles de estos los encomenderos y colonos en general, tuvieron oportunidad de aumentar sus dominios mediante la compra de terrenos arrebatados a los indios por el sistema del resguardo.
La vida y obra de este religioso dominico español supusieron un punto de inflexión en la historia de la conquista de las Indias por los españoles, en tanto que consagró su actividad a denunciar los abusos que durante dicho proceso se estaban cometiendo, por parte de los colonizadores, sobre la población.
Se embarco dentro de barriles a tierra firme  en una expedición  de Martín Fernández Enciso, en donde planeo una conspiración en contra  de este y lo puso prisionero en su propio camarote, de allí llegó a Santa María  de la Antigua del Darien, en el Golfo de Urabá, en su estadía en ese pueblo recibió información de que existía un mar lleno de oro por lo que organizó una expedición compuesta por doscientos  españoles, 1000 hombres y algunos perros  entre ellos Leoncico que era de su propiedad.
A su regreso se encontró con la noticia de que otro conquistador había emprendido viajes y que se encontraba cerca, por lo que se dio a la tarea de saber quien era cuando le informaron que se trataba de Sebastián de Belalcazar, ambos hombres se preparaban para la guerra cuando  llegó Nicolás Federmán, por lo que decidieron reunirse en Santa Fe de Bogotá, en donde Jiménez de Quesada ofreció dinero a cambio de que devolvieran y lo dejaran en aquel territorio, Federmán acepto y se devolvió a España, mientras que con Sebastián de Belalcazar decidieron viajar a España donde el rey quien concedió  a Belalcazar el actual departamento de Antioquia y Quito Ecuador, y a Jiménez de Quesada la Sabana de Bogotá.
Sebastián de Belalcázar Nacido en la localidad cordobesa de Belalcázar (que ha pasado a formar parte del nombre con el que se le conoce, aunque en ocasiones haya sido trascrito incorrectamente por Belalcázar), el conquistador español Sebastián de Belalcázar fundó las ciudades ecuatorianas de San Francisco de Quito, la actual Quito (1534), y Santiago de Guayaquil, hoy en día Guayaquil (1535), que pocos años después hubo de ser refundada por Francisco de Orellana;
Desafortunadamente, para comienzos del siglo XVII, las comunidades religiosas habían perdido en parte su clero apostólico y se dejaba conducir por toda clase de excesos, procurando vivir en medio de las comodidades y con un interés mínimo en cuanto a la liturgia y el adoctrinamiento de los indígenas.
Aun cuando gran número de religiosos se dejaron llevar por la ambición y perdieron de vista el objetivo de sus vidas, curar almas y dar sentido a la vida de muchos infieles, es claro que solo pocos alcanzan  a vislumbrar su verdadera labor, y como pocos que son, pasan a las páginas de la historia como personas que atravesando las barreras de su tiempo se sitúan más adelante de su época encontrando por esto mismo innumerables obstáculos y acusaciones por quienes mantienen las cosas iguales y son enemigos de todo cambio.
Los dominicos, que llegaron a Colombia en 1529, sobresalieron por su afán de proteger al indígena.  A esa orden pertenecieron sacerdotes como Montesinos y las Casas quienes denunciaron ante la Corona las atrocidades cometidas con los nativos.  La metodología con que se llevó a  cabo la evangelización durante este período consistía en predicar la religión, valiéndose de intérpretes o aprendiendo los idiomas nativos y bautizar a los indígenas.
Siglo XVII: Se caracterizó por los continuos choques, entre los que querían una verdadera labor misionera y los que querían perder los privilegios conseguidos.  Este es el periodo más perfecto en lo que se refiere a las misiones ya que, por primera vez, los sacerdotes tuvieron contacto con los indios sin intervención de las armas.  Tal fue el caso de las reducciones jesuitas en varios lugares del continente y, concretamente en el Nuevo Reino de Granada.  El papel de los jesuitas en este período fue muy importante, no solo en el aspecto misional, sino por la creación de instituciones docentes, por ejemplo la Universidad Javeriana fundada en 1622.  En 1653 se fundó la tercera universidad colombiana con el nombre del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
partir de la llegada de las primeras noticias del descubrimiento de lo que sería dado en llamar Nuevo Mundo a cargo de Cristóbal Colón, los Reyes Católicos y sus sucesores comenzaron a recibir numerosas concesiones, relacionadas con el derecho de ocupación de las nuevas tierras y el dominio sobre sus habitantes, como una donación papal.
Para poder llevar a cabo esta labor, la Corona adquirió el derecho a intervenir en numerosas competencias, que hasta ese momento eran exclusiva de la Iglesia católica: cobro de diezmos, capacidad para organizar la Iglesia de América y el envío de misioneros, presentación de candidatos a todos los cargos eclesiásticos y decisión sobre la construcción de catedrales e iglesias.
La fundación de pueblos de indios y de reducciones, en los que se concentró a la mayor parte de la población indígena, facilitó la labor de adoctrinamiento y la administración de los sacramentos a grandes masas de conversos, aunque siempre estuvo presente la pervivencia de la idolatría, con importantes rebrotes a lo largo de los tres siglos de la vida colonial en múltiples poblaciones;
Alrededor de los inicios de la Era cristiana, el grano empezó a adquirir cada vez mayor importancia, y en el siglo XVI las sociedades más complejas lo tenían como un renglón muy importante de su vida diaria, mientras que muchos cacicazgos menos complejos le daban una importancia más marginal.
El desarrollo económico  y el proceso  de mestizaje formaron una sociedad con diferencias patronales muy notables, que originaron gran división social: burócratas, terratenientes, mineros, comerciantes, peones asalariados, arrendatarios minifundistas, artesanos.
Población La población colombiana es el resultado de la mezcla entre los españoles y europeos que conquistaron y colonizaron el territorio desde el siglo XVI hasta el XIX, los africanos (negros) importados como esclavos desde el siglo XVII hasta comienzos del XIX, y los aborígenes americanos (indígenas) Desde el siglo XIX y a lo largo del siglo XX la inmigración de árabes, especialmente hacia la costa del Caribe y la isla de San Andrés, ha sido cada vez más relevante.
En las diferentes regiones del país pueden identificarse tres grupos: mestizo (mezcla indígena-blanco), mulato (mezcla negro-blanco) y zambo (mezcla indígena-negro) La mayor parte de la población del país, que reside en las vertientes de las cordilleras y los altiplanos, es mestiza.
antes de terminar la época de la Conquista, Belalcázar y otros conquistadores piden la introducción de negros esclavos traídos de África, con el fin de acrecentar el trabajo en las minas y los trabajos más fuertes.  Es así como en el siglo XVI los grupos raciales aumentan a tres: blanco, indígena y negro.
El blanco español, dominador de estas tierras, tomó para sí el poder político y económico a la vez que estaba a la cabeza de la organización social.  El blanco, administrador de las tierras conquistadas, exigió sumisión por parte del indígena y trajo al negro en calidad de esclavo.
Estuvo encargado de velar por el manejo de estas tierras, ocupando los puestos de adelantado, gobernador, oidor, virrey, etc.
Para comienzos del siglo XVI, el español vino sin mujeres y se une a las nativas, originando el mestizaje.  Pero con el pasar del tiempo y la llegada de las mujeres españolas, nacen los criollos, españoles también, pero nacidos en América.  Los españoles peninsulares no les permitieron a sus hijos ocupar los más altos cargos, ni tener su misma posición política, por considerarlos más comprometidos con los intereses americanos.
Los criollos fueron educados en Europa, conocieron la ideología de la época  manejaron los asuntos financieros y comerciales durante la Colonia.  Al pasar a sus manos las fortunas de sus pades, desearon también ocupar altos cargos públicos, pero estos le fueron vedados, causándoles resentimiento.  Eran muy celosos de su posición y cuidaban de no mezclarse con otras razas.  Los criollos, personas instruidas con posibilidad de hacer los estudios más importantes de la época, fueron adquiriendo una conciencia clara de la mirada recelosa que la Península Ibérica les confería y ellos, hostiles ala política española, crearon el ambiente propicio para la independencia de la patria.
La nobleza criolla, descendiente de españoles, solo tenían acceso a cargos públicos y religiosos de menor importancia pero poseían encomiendas y latifundios, podían explotar minas o dedicarse  al comercio, a pesar de los prejuicios que había sobre esta actividad.
Lo conformaban blancos pobres, castizos (mezcla de blancos y mestizos), mestizos (mezcla de blancos e indios), mulatos (mezcla de blancos y negros) Trabajan en  las haciendas  como jornaleros en las haciendas, artesanos, pequeños comerciantes, pequeños mineros y minifundistas.
Sin embargo, esta ley, al igual a las que se dictaron en 1832 y 1843, obligaba al indígena a habitar, por un mínimo de tiempo, el terreno que le había sido adjudicado y le prohibía venderlo antes de que se venciera el plazo fijado por la ley.
Se puede ver entonces, que a mediados del siglo XIX existían algunos grupos sociales interesados en conservar la tradición heredada de los españoles (los terratenientes, el clero) y otros que pedían un cambio a favor de una economía sin trabas y de una cierta democratización de la sociedad lo cual era muy importante para los comerciantes y artesanos, cuyas ganancias dependían de la capacidad de compra de grupos menos favorecidos económicamente.
Durante la colonia el indígena fue obligado a trabajar en las labores del campo, la minería y los servicios personales.  Argumentando la carencia de alma y las costumbres bárbaras del nativo, la Corona permitió en primera instancia su esclavitud, pero pocos años después, por las Leyes de Burgos, fue ordenada su libertad.
Al no permitirse su esclavitud, el español estaba obligado a darle una remuneración por su trabajo, luego le salía más costoso el mantener un trabajador indígena con jornal que conseguir un esclavo negro, que si bien lo tenía que comprar y alimentar, hacía el trabajo de tres indios juntos.
Pero el español no podía permitir que este indígena, que al fin y al cabo era una fuerza de trabajo, no le produjera, y tomando las mismas instituciones que creó la Corona para beneficio y estabilidad del grupo indígena, las acomodó a sus propios intereses buscando la explotación de la mano de obra.
Al indígena se le permitió mezclarse con el español y aunque sus hijos no alcanzaron su misma posición, si lograron un trato más humano y ascendieron en la escala social.  En la mayoría de los casos se efectuaron matrimonios de mujeres indias con hombres españoles;
 A finales de la colonia  representaban le 5 %  de la  población la  mayoría se encontraban en las  minas y haciendas del Cauca y Choco, en la  Costa Atlántida y en las zonas mineras de Antioquia.  El aumento  de las rebeliones  de esclavos  (cimarronaje y palenques) disminuye la mano de obra  en las minas y condujo a, la decadencia  de esta  labor en  Antioquia, no así en el Valle del Cauca.
Uno de los palenques más conocidos y que llegó a hacerse famoso fue el de San Basilio, localizado en las cercanías de Cartagena.  Las autoridades buscaron la forma de someterlo pero les fue imposible.  Los negros cimarrones eran perseguidos y en ocasiones, con la ayuda de indígenas sobornados, se lograba tomarlos presos;
estos eran sometidos a fuertes castigos que iban desde los azotes hasta la pena de muerte.  Algunos amos, no precisamente por sentido humanitario, dieron un trato adecuado a sus esclavos, proporcionándoles suficiente alimentación y cuidados médicos, pero con el interés de retenerlos para sí y que les produjesen buen trabajo.
Mestizaje en su acepción más amplia, es todo cruce de dos razas.  Desde el mismo momento de la conquista se inició en nuestro territorio la fusión entre la raza blanca y la indígena.  El español, buscando una estabilidad en los territorios recién descubiertos, consiguió la compañía de una mujer que le sirviera de ayuda.  La Corona española aceptó la mezcla de razas como medida de darle continuidad a la población y si bien es cierto que el nativo fue considerado inferior, nunca la Corona dictó leyes buscando su exterminio.
El mestizo era despreciado y se le discriminaba no permitiéndole ejercer algunas profesiones como la de maestro, escribano sacerdote.  Pero con el crecimiento tan rápido de la población mestiza en el territorio de la Nueva Granada, va adquiriendo fuerza y llegan a originar serios conflictos al pretender ascender socialmente ya que habían logrado una cierta posición económica.
El proceso de mestizaje se hace más intenso en los sectores económicamente más fuertes como en las zonas mineras y agrícolas, y especialmente en las costas Atlántica y Pacífica y en los territorios de los actuales departamentos de Valle, Cauca y Antioquia.  Uno de los aspectos de mayor importancia para lograr una posición socia elevada era el demostrar la «limpieza de sangre», es decir, en la sociedad colonial, el estatus o posición del individuo ante los demás estaba fuertemente unido a la mezcla de razas.
El primer centro educativo llamado la enseñanza, fue creado un siglo mas tarde que el de los hombres en 1783.  En la sociedad colonial la situación jurídica era similar a  la  España, sólo en pocos casos se le reconocía  la plena capacidad  civil (derecho a tener propiedades o desempeñar cargos) La mujer dependía  económica y civilmente del padre y no existía, de su hermano mayor  y en el matrimonio pasaba a depender de su marido.
En la etapa inicial, al tiempo con la fundación de ciudades, predominan las poblaciones indígenas no-nucleadas.  Posteriormente, la cercanía de los aposentos a los indígenas, al igual que el patrón de poblamiento «disperso» que caracteriza a sus asentamientos, el cual no se ajusta a las necesidades de los españoles de recaudar tributos, adoctrinar y vigilar, llevan a la corona a ordenar la creación de pueblos de indios.
Es cada vez más frecuente encontrar en las investigaciones arqueológicas reportes de tumbas indígenas con las características de los entierros prehispánicos en sitios como Tenza (Ueras, 1989), Ubalá (Botiva, 1984) y Samacá (Boada, Therrien y Mora, 1989), cuya cronología o ajuar funerario permiten asociarlos al período inicial colonial, caracterizado por los asentamientos indígenas no-nucleados en donde no ha sido implantado el modelo urbano español.
Al imponerse el modelo de nucleación en los pueblos de indios (siglo XVII) se observa, en el ámbito comparativo entre asentamientos prehispánicos y los de períodos posteriores, el cambio en la escogencia de las tierras, como se anota en una prospección realizada a lo largo del río Sutamarchán.  En ella se pone de manifiesto que el patrón de asentamiento no corresponde al indígena sino al impuesto por los españoles;
En uno de los sitios reseñados por esta prospección, dentro de lo que correspondía al resguardo colonial de Ráquira, se efectuaron excavaciones que permitieron determinar la presencia de áreas de habitación y producción alejadas del pueblo de indios pero dentro de los límites del resguardo.  Algunos estudios han interpretado esta contravención del modelo nucleado español como la persistencia de las prácticas de poblamiento prevalente entre los indígenas antes de la conquista.
Sin embargo, en los procesos de formación del registro arqueológico que muestran un patrón de asentamiento disperso dentro del resguardo, se encuentran explicaciones distintas: la conveniencia de la dispersión en un territorio que topográficamente no brinda grandes extensiones de tierras explotables agrícolamente, cercanas al pueblo.
Se facilita el desarrollo de actividades alternas como la producción cerámica y, de esta manera, se complementan las labores agrícolas para las cuales no se requiere de cuidados constantes.  Al estar localizados en sitios alejados del pueblo, se impide la apropiación de las tierras por parte de los hacendados o colonos y se evita el paso del ganado, frecuente destructor de los cultivos indígenas.
Pese a las disposiciones reales en sentido contrario, en este periodo la distribución de tierras y el control sobre los indígenas recayó exclusivamente en manos de los miembros del cabildo, y sólo hasta finales del siglo XVI la Real Audiencia se hace a la jurisdicción sobre los asuntos indígenas y territoriales.
La corporación se llamaba a sí misma “el muy ilustre cabildo, justicia y regimiento de la muy noble y muy leal ciudad de Santa fe”, título que resume sus funciones básicas: era la asamblea representativa, instancia judicial ordinaria (no mayor) y administración de la ciudad.
Así, pese a que posteriormente las corporaciones legislativas locales  en algunas ocasiones emplearon el término Cabildo para referirse a sí mismas, ya eran pocas las similitudes que guardaban con la institución original: más que nada buscaban realzar su prestigio antes que señalar una continuidad efectivamente existente.    
Su  establecimiento el 7 de abril de 1550, en obedecimiento de real cédula del 17 de julio del año anterior, puede considerarse como el final del período turbulento de la conquista de la región dominada por Santa fe y el comienzo del esfuerzo de la Corona por establecer un régimen institucional y jurídico que permitiera la colonización ordenada del territorio.
Junto a  las funciones judiciales que desempeñó como tribunal de apelación en los casos civiles, penales, administrativos e incluso eclesiásticos, ofició como organismo de control de los funcionarios reales y de los municipales, y operó como instancia administrativa de la ciudad con potestad sobre el control de precios y abastecimientos, sobre la realización de obras públicas y sobre la adjudicación de tierras y encomiendas.
Desde 1564 hasta la instauración del régimen virreinal, el presidente de la Real Audiencia fue investido con la máxima autoridad política y militar en el Nuevo Reino de Granada, e incluso después del nombramiento de los primeros virreyes el tribunal conoció de las apelaciones interpuestas contra las disposiciones del representante directo del rey, mientras que su jurisdicción sobre los asuntos de la Real Audiencia incluso se amplió con el establecimiento del cargo de regente en 1776.
Entre los principales cargos de la Real Audiencia se pueden contar el de presidente, los oidores (jueces de segunda instancia), el fiscal (defensor del patrimonio real y de los indígenas), el alguacil mayor (encargado de velar por el cumplimiento de las disposiciones del tribunal) y los escribanos (responsables del registro de los negocios) Finalmente fue suprimida en 1819 por Simón Bolívar para dar paso a la Alta Corte de Justicia, establecida como el tribunal superior de administración judicial de la república.   
Desafortunadamente la real audiencia tuvo muchos inconvenientes para su trabajo, inconvenientes de orden interno como sobornos, negocios ilícitos, desacuerdo entre los mismos oidores.  También inconvenientes externos por cuanto al tener que estar de acuerdo con los presidentes y virreyes, se desataron múltiples tensiones y conflictos.
Estos gobernantes estaban rodeados de mucha pompa y boato, pues daban la imagen del rey en estas tierras.  Traían consigo 40 o más personas en cargos de mayordomos, capellán, médico, secretarios, asesores, reposteros, cocineros, despenseros y criados inferiores.  Implicaba demasiados gastos su sostenimiento, así que sólo territorios muy fuertes económicamente lograban mantener ese tipo de gobierno;
se regresa nuevamente a la presidencia, pero en 1740 se establece definitivamente hasta nuestra independencia.  El sueldo de un Virrey podía estar en los 70.000 pesos anuales, más las gratificaciones, mientras en otros trabajos, se ganaban 700 pesos anuales y un empleado corriente podía ganar 400 pesos anuales.
Durante todo este período, ni los presidentes, ni los virreyes contaron con ningún tipo de elemento proveniente de la colonia.  todo era de origen hispánico: las personas, las leyes, las formas de manejo, etc.  todos los instrumentos político – administrativos eran implantados directamente de la metrópoli.
Al examinar el manejo del Nuevo Reino de Granada, en España, se concluyó que el tipo de gobierno colegiado, es decir, entre varios, como el de la Real Audiencia, era el causante de los desajustes que ocurrían, el rey decidió sobre el nombramiento de un presidente de la audiencia, quien ejercía por sí solo el mando fortaleciéndolo y no cediendo ante los desmanes que se pudiesen cometer.  El presidente estaba encargado de los repartimientos de indígenas y de todo lo que se encargaba la Real Audiencia.  Estos presidentes coloniales fueron llamados togados, es decir presidentes letrados y otros presidentes de capa y espada, quienes eran militares.
Se ha denominado colonia al periodo comprendido entre 1550, fecha en que se instituyo la real audiencia de Santa Fe, y 1810, cuando se proclamo la independencia de nuestro territorio.  El nombre que se le ha dado a esta época no corresponde a una casualidad, debido a que este término explica los acontecimientos ocurridos en Nueva Granada en ese lapso durante los territorios americanos dependieron económicamente y políticamente de España.
También encontraron grupos humanos que tenían una cultura atrasada en relación con la europea.  Durante la conquista estos grupos fueron sometidos por la fuerza, ya que los españoles conocían técnica mas avanzadas y, en general, su nivel cultural era superior.  La sociedad indígena, que no podía competir con la europea, paso a depender de ella.
Al consejo  de indias pertenecían altos nobles españoles, conocedores de  los problemas  americanos, tenia como misión dirigir  los destinos  de las colonias, nombrar los altos funcionarios, administrar la hacienda colonial, resolver los problemas relacionados con los indígenas, organizar el comercio  demarcar limite.
Los temas relacionados con la guerra y la justicia militar, los nombramientos de cargos de relieve en la política indiana y la administración de pagos fueron competencia, durante largo tiempo, de juntas en las que figuraban el presidente y varios miembros del Consejo, tales como la Junta de Guerra de Indias, la Cámara de Indias o la Junta ordinaria de Hacienda, que se formaron en función de las necesidades.
Organismo español de carácter colonial, su función era la de controlar el comercio con los territorios bajo soberanía hispana en las Indias, y estuvo en vigor desde 1503 hasta 1790.  Era una institución dependiente  del consejo de indias, la cual estaba  a cargo de los  asuntos  referentes  a comercio entre España   y América.
La Casa de Contratación, que en principio intentó monopolizar el comercio con las nuevas tierras, se vio desbordada por la rápida extensión del ámbito americano y pasó a ser el órgano competente en la inspección y control del movimiento de personas y mercancías, tanto en el aspecto fiscal (pago de impuestos), como en el técnico (cartas de navegación o formación de pilotos).  La reglamentación de la Casa de Contratación se hizo mediante reales ordenanzas, dictándose las primeras en 1503 y rectificándose y ampliándose en 1510, 1531 y 1571.
Como se sabe,  el territorio español  estuvo ocupado por árabes  durante ocho siglos   la guerra  de reconquista  emprendida por los españoles fue una campaña político-militar, que  se llevo a cabo en nombre de la religión, como una guerra  santa que cuyo objetivo  era recuperar la península para los cristianos.
La preponderancia de los encomenderos les permitió también usurpar tierras de los indios.  Entre 1550 y 1590 estos debían trabajar gran parte de sus tierras en beneficio exclusivo de sus encomenderos al cultivar para ellos tributo en especie (trigo, cebada, maíz, y a veces garbanzos, habas, fríjoles, caña y lino).  Fuera de esto debían dar indios de servicio para los aposentos de los encomenderos.
los caciques mismos entran a funcionar como elementos del sistema de dominación de los indios.  Las encomiendas resultan de magnitudes muy diferentes según el tamaño original de las comunidades repartidas.  Por otra parte, con frecuencia el número de encomiendas resulta inferior al de participantes de expediciones de conquista, de modo que muchas veces no hay indios suficientes para dar a todos los españoles.
Así pues, en la medida en que el encomendero se convierte durante los primeros años de ocupación de una región en la figura dominante y en que la encomienda es la institución básica del sistema productivo, la división entre los encomenderos y no encomenderos forman la división social principal del sector español, expresada en la distribución del poder y las oportunidades económicas, así como en diversos estilos de vida y formas de conducta que animan y dan color a la vida local y conducen, con frecuencia, a enfrentamientos entre grupos y personas separados por intereses divergentes.
El ingreso de un encomendero dependía principalmente del número de tributarios que tuviera su repartimiento, de modo que mientras algunos conquistadores podían vivir bastante bien, otros apenas tenían lo suficiente para subsistir:  Hacia 1560 Quesada hizo un listado de Encomiendas en el que añadió al número de indígenas de cada uno, un comentario sobre el grado de bienestar que procuraban al encomendero: Usualmente habla de que un español tiene «Bien de Comer” cuando posee más de 500 o 600 indios (por supuesto, a veces una encomienda pequeña puede ser muy productiva por razones locales);
Una visión de la distribución en algunas regiones señala los grados de diferenciación dentro de cada ciudad.  En las zonas más pobres pocos encomenderos podían vivir holgadamente de sus tributos, pero debe tenerse en cuenta que fuera de los tributos en oro o productos, el encomendero gozaba de los beneficios obtenidos en la explotación de las tierras y minas que recibiera, así como en operaciones comerciales a las que muchos se dedicaron.   
En conjunto, no obstante es evidente que para 1560 sólo unas cuantas decenas de encomenderos podían vivir de acuerdo con la imagen señorial a la que trataban de adaptarse los españoles:  los beneficiarios de encomiendas de más de 600 o 700 indios, que daban a su usufructuario un ingreso aproximadamente igual al de un obispo o un oidor, fuera de una extensa servidumbre doméstica gratuita.
Los encomenderos que no pertenecían a este grupo podían, pese a que sus tributos apenas les permitieran mantenerse con un mínimo de holganza, beneficiarse con actividades económicas adicionales.  Casi todos recibían tierras de los cabildos, fuera del lote urbano asignado a todos los vecinos, y muchos trataron de participar en la explotación de las minas de metales preciosos.  Pero las continuas quejas sobre las pobrezas de los encomenderos, aunque exageradas sin duda por el interés de lograr determinados favores de la monarquía, así como las peticiones de que no se dividan las encomiendas, muestran que existía la idea generalizada de que las pequeñas encomiendas no permitían a los españoles vivir al nivel deseado y conducían a una explotación excesiva de los nativos.
Como grupo los encomenderos conformaron, como ya se dijo, una compacta oligarquía que fuera de estar colocada en el nivel más elevado de la jerarquía social controlaba los cargos públicos locales, en particular las sillas del cabildo y los demás empleos municipales.   
El gobernador y el cabildo constituyeron las autoridades principales de las poblaciones españolas en el territorio Colombiano hasta 1550, cuando el establecimiento de la Audiencia modificó la estructura de la administración.  Al gobernador correspondían las funciones de autoridad política militar y de apelación judicial, mientras el cabildo asumía las funciones judiciales menores, a través de los alcaldes, y las tareas de administración local.  En estos años se encuentra el Cabildo de Tunja, por ejemplo, fijando precios de venta a la leche, los quesos y la mantequilla;
Desde el punto de vista económico, quizá la función más notable era la capacidad de asignar tierras a los pobladores, que fue utilizada intensamente por los encomenderos para obtener “estancias” en los alrededores de la ciudad.  La rapidez con la que se hizo la distribución de las tierras que la despoblación indígena dejaba desiertas o que no eran ocupadas continuamente por los indios fue asombrosa, hasta el punto que para 1542 ya era difícil conceder “caballerías” en las vecindades de Santa fe y Tunja.
El control de la mano de obra indígena, de las instituciones locales de administración y de la tierra dio al grupo encomendero una posición de supremacía que no resultaba fácil desafiar.  Internamente, los encomenderos podían estar bastante diferenciados, y es posible que los cargos de los cabildos hubieran tendido a concentrarse dentro de círculos restringidos, quizás entre los encomenderos más ricos.
los demás, denominados a veces “estantes” podían ser soldados o comerciantes de paso o gentes que aún no habían decidido habitar continuamente en un sitio, pero podían también ser españoles que por no tener ingresos o propiedades independientes vivían como criados o clientes de vecinos más ricos, jornaleros o vagabundos.   
Un sector estaba compuesto por aquellos peninsulares que desempeñaban funciones para las que se requería alguna calificación especial, como clérigos, escribanos y artesanos, y que podían estar más o menos satisfechos en su lugar dentro de la estructura social.  Pero probablemente la mayoría eran, como los mismos encomenderos, españoles venidos a hacer fortuna y a obtener una posición mediante el uso de las oportunidades ofrecidas por el proceso de conquista, sobre todo las de explotar a los indios y apoderarse de sus bienes.
otros habían llegado después de la distribución y dominio de los indios y por lo tanto sus pretensiones, aunque insistentes, tenían menos posibilidades de satisfacción.  Sólo excepcionalmente una vuelta de la fortuna, un nuevo gobernador enemistado con los antiguos pobladores, una redistribución de las encomiendas, la muerte sin herederos de algún conquistador y otros sucesos igualmente aleatorios podían favorecer a algunos de los recién llegados.   
Pero, en términos generales estos españoles, cuya ambición era asimilarse al grupo encomendero, sólo podían contar con nuevas conquistas para llenar sus aspiraciones.  Conformaban por lo tanto un grupo inestable, inquieto, siempre dispuesto a la aventura, a presionar para que se hicieran nuevas expediciones y a participar en intrigas y luchas locales.  Son ellos los que han dado la imagen proverbial del conquistador.
Mientras no hubiera buenas perspectivas de expediciones prometedoras, los españoles sin encomienda se dedicaban a diversas actividades que les permitían subsistir, y buen número de ellos se convertía en vecinos de ciudades recién establecidas, lo que indica cierto ánimo de permanencia.
Un amplio sector se dedicó a tareas artesanales.  Las grandes expediciones incluían siempre algunos artesanos, muchos de ellos imprescindibles.  Los herreros, por ejemplo, desempeñaban una función esencial en una sociedad en la cual el caballo era medio esencial de transporte y una de las fuentes primordiales de superioridad militar.  No menos importantes eran otros oficios artesanales, por ejemplo, en Cali había plateros, sastres, herreros y zapateros.  En Cartagena había Médico y boticario.  A Santa Fé llegaron en 1546 un cirujano barbero, un herrador, un calcetero y sastres, carpinteros, tejedores, entre otros.
Por lo tanto en el Nuevo Continente, la esclavitud adquirió una importancia definitiva para el desarrollo económico de las colonias.  Las primeras expediciones trajeron ya algunos negros con el fin de que ayudaran a llevar a cabo esta empresa.  Los primeros negros que vinieron a este continente estaban cristianizados y adaptados a la civilización europea.
Pronto, la economía colonial requirió un gran número de esclavos.  Ya vimos cómo la explotación a la que fueron sometidos los indígenas provocó la extinción parcial de esta raza.  La crisis demográfica adquirió proporciones alarmantes presentándose una crisis de mano de obra disponible.  Por otra parte, Fray Bartolomé de las Casas, en su lucha por defender a los indígenas propuso la importación de negros, apoyado en la creencia de que la raza africana era más fuerte y podría soportar mejor los rigores del clima y la crudeza de l trabajo.  Estos factores (crisis de mano de obra y afán de proteger al indígena) determinaron que la Corona autorizara la introducción de negros, en gran cantidad, a las colonias americanas.  Los esclavos debían ser capturados en África y transportados a América.  Estos negros que viajaban directamente de África al Nuevo Mundo fueron llamados bozales.
Es de anotar que los hombres africanos traen consigo elementos que alimentan nuestra cultura, con sus tambores, desencadenando en ritmos conocidos hoy como la salsa y el jazz, además sus danzas, que hoy son representativas en muchos sitios de Latinoamérica, obviamente con evoluciones pero con raíces claras y, con las marcas en su cuerpo que aunque eran tortuosos métodos de distingo, se ven reflejados en la actualidad por medio de los tatuajes.
Los negros africanos poblaron las Costas Atlántica y Pacífica, los Valles del Magdalena, Cauca, Patía y Atrato, concentrándose posteriormente en Chocó, las razones ya fueron mencionadas, por el alto índice de muerte de indígenas, por causas físicas, en excesivo trabajo, o por su naturaleza belicosa, que los llevaba a enfrentarse con los españoles teniendo condiciones en contra tan determinantes como el armamento, pues el de los conquistadores era abrumadoramente mas efectivo.   
Muchos de los conquistadores llegados a estas gobernaciones tenían esclavos, algunos obtenidos legalmente, cuando había sido posible y en sitios donde era lícito, como las islas del Caribe y Nicaragua.  Estos esclavos habían acompañado a sus amos a diversas expediciones y cuando los españoles se asentaron pasaron posiblemente a trabajar en sus minas o haciendas.
La aguda controversia alrededor del tráfico negrero y de la esclavitud giró en torno de principios éticos, morales y religiosos.  La institución entró en crisis a finales del siglo XVIII, agudizándose tras el proceso de independencia de las colonias españolas en el siglo XIX.  La crisis del sistema esclavista tuvo antecedentes remotos en los palenques y quilombos de los negros, en la imagen y visiones que de sí mismos construyeron los esclavos, en el papel de los negros y mestizos en la sociedad de castas, en las vías jurídicas de la manumisión y en las prácticas de las compras de la libertad y aún en la apelación a la violencia.
Grandes compañías negreras se formaron en Italia, Inglaterra, Francia, Dinamarca, Holanda, España y Portugal, de las cuales fueron socios algunos reyes, que se dedicaron a la caza de negros en el África para llevarlos a los puertos del caribe y de la costa este de los Estados Unidos, y es aquí donde aparece el esclavismo como forma productiva puesto que los vendían o cambiaban por productos de la tierra u otras mercaderías.
Parece seguro que desde la última década del siglo XVI el esclavo negro sustituyó al indígena en el trabajo de las minas, siendo entonces destinada la poca población nativa a la producción agraria y a labores de abastecimiento.  En efecto, la Corona, ante el proceso de extinción del indígena, había dispuesto una legislación más rigurosa respecto del empleo de los aborígenes en el trabajo minero, y si bien es cierto que tales normas sólo fueron observadas parcialmente, el grave problema de la mano de obra quedaba resuelto, a lo menos en parte, con la provisión de esclavos africanos al regularizarse el tráfico mediante la concertación de grandes asientos, así como por el continuo y numeroso contrabando.
partir de la segunda mitad del siglo XVI punto crítico de la catástrofe demográfica, la participación del elemento nativo en la explotación de los minerales necesariamente tuvo que ser reducida, pues si bien es cierto que la mita y las conducciones sustituyeron la rapiña inicial de la fuerza de trabajo indígena por parte de mineros y encomenderos, para entonces las parcialidades se hallaban diezmadas.
De otra parte, la recuperación demográfica indígena, de haberse dado efectivamente, no pudo ser factor determinante de cierta reactivación de la economía minera.  Por lo demás, para entender esta recuperación económica, así como la crisis de la economía minera, habría que considerar en primer término la masiva introducción de esclavos africanos, el agotamiento y hallazgo de nuevos yacimientos mineros, los conflictos entre comerciantes mineros y hacendados, la política económica de la metrópoli, los sistemas de abastecimientos, el auge en el contrabando de mercancías y en general la reorganización de la explotación, las cuales como factores interactuantes y junto con el demográfico incidieron en el sensible aumento registrado en la extracción de metales a partir de 1580.
La población esclava en el siglo XVI ya debió de ser apreciable, pues fue creciente el temor a sublevaciones y rebeliones, puesto de manifiesto en las medidas coercitivas y en las disposiciones y ordenanzas de cabildo relativas a los negros, así como en la dureza de la represión contra el cimarronismo.  De otra parte, los conflictos con la población de color fueron constantes y desde muy pronto se prohibió el “que los esclavos negros, cada vez más frecuentes en la Nueva Granada”, viviesen entre los indios, todo lo cual es indicio del volumen en ascenso de la población esclava.
asimismo, otros segmentos de la economía colonial fueron atendidos por la población africana.  En efecto, aparte de las numerosas cuadrillas de mineros, muchos esclavos fueron destinados a otras actividades como la agricultura, la ganadería y una amplia gama de oficios artesanales y de servicio domestico.
El número de esclavos de una cuadrilla oscilaba entre 10 y 40, pero por lo general una mina tenia varias cuadrillas, las cuales estaban integradas por hombres y mujeres, si bien éstas laboraban preferentemente las minas de aluvión y aquéllos las de veta.  Por su parte, los ancianos y los niños eran dedicados a trabajos agrícolas y funciones domésticas.
La distribución y abastecimiento de la mano de obra esclava corría por cuenta de los comerciantes, quienes despachaban desde Cartagena grupos de 10 y 20 negros.  Los precios en los centros de trabajo eran altos, pues por lo general duplicaban los registros en el puerto y el sistema de venta de crédito, hipotecando la mano de obra ya existente, no sólo incrementaba los costos, sino que daba origen a numerosos enfrentamientos y pleitos entre mineros y comerciantes.
parte de su desempeño en la minería los esclavos fueron muy apetecidos en las zonas urbanas puesto que el ansia de prestigio, la ostentación y el lujo hizo que muchos funcionarios y familias ricas invirtieran grandes sumas de dinero en la adquisición de esclavos africanos que servían como cocineras, niñeras, amas de cría, lavanderas, etc..
Muchos funcionarios alquilaban a sus esclavos y recibían los jornales, constituyéndose este sistema  en fuente importante de recursos para los dueños de esclavos.  En Cartagena, por ejemplo, la mayoría de los funcionarios de la Corona que compraban esclavos o los recibían como obsequios de los tratantes en los frecuentes casos de soborno, solían arrendarlos para el trabajo en obras públicas, trabajo de las murallas, en cárceles, hospitales, mercados o como aseadores, conserjes, tamboreros, bogas, pregoneros, etc.
El sistema de alquiler de esclavos adquirió gran importancia, pues, además de los funcionarios, muchos propietarios, y especialmente mujeres de medianos y escasos recursos económicos, compraban negros esclavos con el objeto de arrendarlos para el desempeño d numerosos oficios, o para la venta de comestibles, dulces y frutas.  Una dueña reclamaba sus esclavos alegando que siendo “…un artículo de tanto beneficio para mí y para mis hijos… y siendo su trabajo precio estimable no debo perder los jornales ….”.  No faltaron los casos en que los propietarios obtenían ingresos provenientes de la prostitución de sus esclavos.
De otra parte, la población africana y especialmente los esclavos domésticos se utilizaban para respaldar operaciones de préstamo, hipoteca, permuta, trueques y pagos por servicios, y en muchas ocasiones eran objeto de especulación gracias a las habilidades del esclavo y a las fluctuaciones de precios provocados por los comerciantes, en tal forma que los negros eran tratados efectivamente como mercancías con valor de uso y valor de cambio.
La iglesia por su parte, critico severamente la ocupación de muchos esclavos en trabajos domésticos, pues les quedaba mucho tiempo libre y dado ese tiempo ocioso ellos podían generar malos pensamientos, cosa que no era muy conveniente para seres que sufrían de muy malos tratos.
Gracias al grado de civilización más evolucionado de que eran portadores algunos grupos de africanos, muchos se desempeñaron con habilidad en trabajos mecánicos, de tapicería, en sastrería y manufactura de artículos de vestir, en carpintería y trabajos de la madera, herrería y trabajos en metales, albañilería y labores en fortificaciones y obras de defensa.
Muchos adquirieron destrezas como asistente y algunos oficios fueron confiados casi exclusivamente a los negros, lo que les permitía disfrutar de relativa independencia frente al común de los esclavos, si bien es cierto que tanto los propietarios como las autoridades fueron extremadamente celosos para prevenir actividades autónomas de la población negra.
De acuerdo con algunos registros de venta y transacciones realizados en Cartagena, pueden afirmarse que con excepción de los indígenas, los restantes grupos socio-raciales, incluyendo muchos negros libertos, adquirieron esclavos, bien para la explotación directa o para especular en operaciones económicas.
Los mayores compradores eran los comerciantes de negros, quienes se encargaban de la introducción de la mercancía a los sitios de trabajo, pero también se destacaron los funcionarios, las comunidades religiosas y los artesanos.  Durante el asiento de la Compañía Cacheu, de los 425 compradores 31 adquirieron 10 o más esclavos y solamente uno compró más de 100.  Esto hace evidente cierta amplitud de la trata, si bien esos 31 compradores adquirieron 55% de los esclavos vendidos en el puerto.  El 63% de los tratantes eran hombres, el 34% mujeres y los restantes representaban entidades como conventos, cabildos, etc.  Por lo general, los esclavos se adquirían por unidades, pero era frecuente la negociación por “toneladas de negros”, “piezas indias”, “cabezas” y “lotes”.
El esclavo ocupó el estrato más bajo en la sociedad colonial: no tenia ningún derecho y era considerado como mercancía.  Al venir a América tenía que adaptarse a la cultura europea y era forzado a abandonar la suya propia.  Sin embargo, a pesar de estas presiones, el negro se mostró siempre hostil y se resistió a asimilar totalmente las enseñanzas que provenían de los europeos.  Orgulloso de su cultura, acomodó el cristianismo a sus antiguas creencias y ritos, resultando así una religión que mezclaba los elementos europeos con los africanos.  Así ocurrió en todos los aspectos de la cultura.
Ante la ley, su situación fue inferior a la de los indígenas.  Legalmente eran esclavos y existieron para ellos leyes de especial dureza en contraste con las disposiciones que, al menos teóricamente, protegían a los indios.  La mayoría de las leyes estuvieron destinadas a combatir la rebeldía de los negros (que fue constante durante el período colonial) y crear hostilidad entre estos y los indios, temiendo que ambos grupos se unieran contra los blancos españoles.
El descontento de los esclavos se manifestó especialmente en las huidas, individuales o colectivas, que llevaban a cabo.  Los negros fugitivos eran llamados cimarrones porque se escondían en las cimas de las montañas.  Aunque la Corona trató por todos los medios de combatir esta forma de rebeldía, nunca pudo suprimirla totalmente.
Muchas veces los cimarrones formaron poblados independientes llamados palenques por estar rodeados con empalizadas.  Estas concentraciones de negros constituyeron núcleos que conservaban las costumbres de los pueblos africanos y eran  sociedades sobre las cuales el sistema colonial no representaba ninguna autoridad.
El primer palenque que se formó en Colombia fue San Basilio, cerca de Cartagena, en el departamento de Bolívar: en 1600, 37 negros cimarrones formaron esta población y durante 12 años resistieron los ataques españoles para someterlos nuevamente.  Ante la imposibilidad de hacerlo, la Corona decidió conceder la independencia.  San Basilio de Palenque subsiste en la actualidad y, aunque se ha asimilado en parte a la cultura del resto del país, todavía se conserva en él gran influencia de la cultura africana, lo que se deduce del comportamiento actual de la población.
Durante el siglo XVIII se acentuó el movimiento de palenques que representó entonces un gran peligro para el sistema colonial.  En 1772, un mulato llamado Pablo promovió una sublevación en Cali con el fin de unirse a 500 negros de las minas de Yurumanguí y formar un palenque en las montañas.  En 1785, se presentó un caso semejante en Cartago, al norte de la provincia del Cauca;
Los palenques pueden ser considerados como los primeros pueblos libres de América.  Fueron comunidades con economía y gobierno propio y en ellos se conservó la cultura africana.  Aunque muchos de ellos fracasaron a corto o largo plazo, demostraron al gobierno colonial que los negros querían conservar su libertad y que eran capaces de hacerlo.
El amplio movimiento de palenques, así como las continuas revueltas protagonizadas por los esclavos, demostraron que la institución de la esclavitud estaba en crisis.  La dificultad para conseguir esclavos a bajo precio y la difusión de teorías humanitarias antiesclavistas crearon, desde finales del siglo XVIII, la mentalidad de que ese sistema debía ser suprimido.
El mayor volumen de esclavos se obtuvo mediante la caza directa y utilizando la violencia, el fraude, promoviendo las guerras ínter tribales  y fomentando la avaricia, en príncipes y gobernadores africanos, a quienes se les convirtió en intermediarios del comercio, básicamente por los tratantes portugueses, holandeses, franceses e ingleses.
Tratándose de una mercancía tan especial, la corona española, dispuso una serie de medidas no sólo para controlar estrictamente el comercio y asegurar los impuestos y gabelas, sino para impedir el paso de algunas tribus consideradas peligrosas para el proceso de aculturación del indígena, así como la concentración excesiva del elemento negro que pusiese en peligro la seguridad de los puertos y de las propias colonias, estableciéndose una legislación que regulaba la calidad y cantidad del tráfico de esclavos.
pero además a los tratantes les resultaba particularmente atractivo arribar a Cartagena y comerciar precisamente allí, pues siendo el Nuevo Reino el mayor productor de oro y dicha ciudad el puerto de salida de los metales, el precio de los esclavos tendía a ser superior y, de otra parte, las posibilidades para el contrabando de los minerales resultaban excepcionales.
Cabe advertir que la política de la Corona en relación con los puertos de permisión, obedecía, además, al interés oficial por continuar en estos grandes depósitos el proceso  de aculturación del elemento negro, el cual supuestamente comenzaba en las costas de africanas.  De otra parte, el esclavo negro necesariamente entraba en relación con otras castas y grupos socio-raciales, sobre todo con el indígena, lo que a juicio de los funcionarios españoles constituía un riesgo para la labor de cristianización de los aborígenes, si no se adoptaban  medidas preventivas en el momento mismo de la llegada de los esclavos a territorio americano.
Cartagena, en razón de la conquista y defensa militar de los territorios ocupados se convirtió, casi desde su fundación, en punta de la lanza de colonización en la etapa continental y fue además puerto de gran movimiento, centro administrativo de primera importancia, lugar de intenso intercambio y de servicios de una externa región.  Sin embargo, la actividad más lucrativa y el comercio más apetecido fue el que se adelantó con la fuerza de trabajo esclava, convirtiéndose éste en la mayor fuente de riqueza.
Aun sin haberse establecido la magnitud del movimiento negro ni la intensidad del comercio durante el siglo XVI y primera mitad del XVII, es de presumir que fue a partir y alrededor de las transacciones con la mercancía fuerza de trabajo esclava como se formaron los grandes capitales de intermediarios y comerciantes, y, por su parte, el tesoro real, como sostenían los propios funcionarios reales, “recibía mayor beneficio con un navío de negros que con galeones y flotas”.  A pesar de la continuas quejas de las autoridades del puerto sobre el decaimiento del comercio esclavista, Cartagena fue, desde 1595 hasta 1615, el único puerto de América española autorizado para recibir las cargazones de los asentistas y tratantes de esclavos;
Mediante una red organizada de grandes comerciantes españoles y criollos, la mercancía humana se distribuía por mar, ríos y caminos a los distintos centros de mercados y sitios de trabajo de América, así como a los distritos mineros y  a las regiones agrícolas de la Nueva Granada.
Debido a la constante demanda y a la consiguiente especulación, los comerciantes de esclavos, tanto los que abastecían el mercado en las costas africanas como quienes traficaban en los puertos americanos, obtuvieron beneficios extraordinariamente altos.  En efecto, los costos de la mercancía en las costas africanas variaban según los métodos de obtención, pero como normalmente se utilizaba el trueque, los precios de intercambio no afectaban sensiblemente a los tratantes europeos.  Éstos utilizaban para sus operaciones como artículos de trueque vino, armas, tejidos, hierro, caballos y ganado.
Aunque no se dispone de información suficiente para calcular el movimiento de mercancías, artículos de lujo, objetos de valor, bastimentos y productos de consumo en general, parece seguro que por lo menos en el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII, los capitales se invertían más en fuerza de trabajo que en utensilios, aparejos, maquinaria y herramienta.  En otros términos: este movimiento de recursos y esta inversión en fuerza de trabajo más que en capital, reflejan un mayor interés por los hombres que por las riquezas.
De acuerdo con lo dispuesto en las licencias, contratos y asientos, la mercancía humana debía trasladarse de las costas africanas a los puertos en permisión, y sólo con la debida autorización se podrían habilitar puertos de refresco o sitios de escala.  Legalizada la mercancía mediante el pago de impuestos, examen médico e imposición de la coronilla real o marca, se procedía a la subasta pública por lotes o por “piezas de indias”y posteriormente a su distribución e internación a los distintos sitios de trabajo.  En el caso de la Nueva Granada, los esclavos eran conducidos en pequeños grupos por los ríos Magdalena y Cauca hacía Santa Fe, Antioquia, Cali, Popayán, Chocó y demás centros y zonas de actividad y explotación económicas.
Los precios de los esclavos en los puertos de arribada, por lo general no sufrieron bruscas fluctuaciones durante el desarrollo de un asiento, pero sí se dieron marcadas diferencias entre los de uno y otro contrato.  La relativa estabilidad que se dio a pesar de las continuas interrupciones de los asientos y de la irregularidad en el envío legal de los esclavos fue el resultado del contrabando en gran escala.
Ahora bien las variaciones de precios que se daban en los remates dependían básicamente de la demanda, pero otros factores como la casta, el sexo, la edad, la forma de pago y el estado físico de las armazones, también incidían.  Las enfermedades, las llamadas tachas, “vicios” y defectos de los esclavos eran determinantes en la conformación de las “piezas indias” y de las “toneladas de negros” y obviamente en los precios.
La corona, por su parte, para prevenir el drenaje de los metales que ocasionaba el contrabando de mercancías y de esclavos, adoptó un sinnúmero de medidas y dispuso una amplia vigilancia, pero no obstante estas y el celo de muchos funcionarios, el fenómeno fue prácticamente incontrolable y persistente.  Los puntos de desembarco y los sitios de mayor movimiento ilegal fueron Santa Marta, Riohacha, Mompox, Chirambira, Buenaventura y Barbacoas.  Sin embargo, aún en Cartagena el comercio de contrabando era considerable, mediante el soborno y pago de comisiones a funcionarios de todo rango destacados en el puerto.
En la Nueva Granada, puede considerarse que durante los años de comercio negrero hasta el momento de decretarse la libertad de comercio en 1789, arribaron al puerto de Cartagena entre los 130.000 y 180.000 esclavos, cifra que en principio puede parecer demasiado pequeña si se tiene en cuenta lo que tradicionalmente se ha afirmado sobre este comercio.
Entre 1580 y 1600, Cartagena de Indias recibiría 1500 esclavos al año, mientras que entre 1600 y 1640 habría llegado un mínimo de 2.000 africanos.  El gobernador de Cartagena en comunicación de 1598 se refiere a los negros que “viene de Guinea, Angola y Cabo Verde, que de un año a otro serán más de 2.000” y para 1621 se calcula la población negra de la provincia de Cartagena en más de 20.000 esclavos.
Para fines del siglo XVIII habría en la Nueva Granada 53.788 esclavos y para comienzos del siglo XIX la población negra mulata, así esclava como libre, sería de 210.000.  Según algunos cálculos recientes, la población de origen africano negra y mulata en la actual República de Colombia alcanza a ser el 30% de la población total.
Uno de los aspectos más importantes en relación con el comercio de los esclavos africanos es el relativo a los orígenes de la población negra, no sólo desde el punto de vista de la contribución biológica, sino fundamentalmente para precisar el aporte cultural y social de las diferentes castas, naciones o países a los distintos grupos de esclavos.
Lamentablemente, no se ha adelantado trabajos sistemáticos en este sentido y las referencias al origen tribal del elemento negro importado a la Nueva Granada son muy generales y vagas, sin que hasta el momento se hayan confrontado, por ejemplo, la información de archivo con las conclusiones de los trabajos de campo adelantados.
En las primeras etapas de la trata y especialmente durante los siglos XVI y XVII, los sitios de donde debían ser extraídos los esclavos africanos se establecían en las licencias y asientos.  Durante dicho lapso los únicos lugares autorizados fueron los llamados Islas del Cabo Verde y Ríos de Guinea, pues los negros de estas zonas eran considerados de mejor calidad y ofrecían mayores posibilidades económicas a los tratantes.  Sin embargo, de acuerdo con los trabajos de algunos investigadores y teniendo en cuenta la información de documentos como las licencias, los asientos, los registros de compraventa, documentos notariales, testamentos, etc.
“….los esclavos negros que se traen en Cartagena y venden en ella son de tres suertes.  La primera de más estima los de los ríos de Guinea que llaman de Ley que tiene diferentes nombres… y su común precio es a 200 pesos de plata ensayada de contado.  La segunda suerte es la de los ardas o araraes, de estos son los menos que se traen y se venden a 160 ducados de a 11 reales, comúnmente de contado.  La tercera e ínfima es de los angolas y congos de que hay infinitos en su tierra y se venden comúnmente a 150 ducados de contado….”  
Al  parecer, la mayor parte de la población africana llegada a la Nueva Granada era portadora de una cultura económica y tecnológica más evolucionada, en algunos aspectos, en relación con la de los aborígenes, lo que en cierto sentido determinó la función socio-económica de la población negra, y obviamente, dio lugar a luna inversión en el status social respecto de la condición legal entre el negro y el indio.  Sin embargo, aún no existen trabajos suficientes ni estudios sistemáticos no sólo sobre el origen tribal sino sobre la distribución de la población africana.
Inicialmente y en desarrollo de una política de excepciones, recompensas, estímulos y garantías, la corona concedió permisos individuales para pasar  a la América entre tres y ocho esclavos negros, supuestamente para el servicio doméstico y no negociable,  a casi todos los funcionarios designados por las autoridades de la metrópoli y sin el pago de derechos, lo que constituía, en efecto, una especie de gastos de representación.
En desarrollo de esta política, los virreyes por lo general recibían 12 permisos y excepcionalmente 20, los oidores 4 y los funcionarios de la tesorería 3, así como los inquisidores del Santo Oficio y los corregidores.  Por su parte, un arzobispo tenía derecho a 6 permisos de esclavos, los obispos a 4 y el clero secular 2.  En muchas ocasiones la Corona eximió igualmente del pago del pago de derechos a las órdenes religiosas, conventos y cabildos municipales para introducir esclavos con destino al servicio y no con fines de venta.
Estos permisos, libres de todo cargo y en pequeñas cantidades, se concedieron durante casi todo el siglo XVI, sin perjuicio del desarrollo de la nueva política financiera de la Corona, que encontró en las licencias para introducir esclavos en las colonias, una fuente importante de recursos.  En efecto, la concesión de permisos negociables para el traslado de mano de obra esclava de las costas africanas y de la propia Península, además de causar notables ingresos, fue utilizada como mecanismo muy a  propósito para atender los altos intereses que ocasionaban la confiscación de caudales privados, mediante el otorgamiento de juros que se traducían en licencias, pues el principal provecho que perseguían era el comerciar con ellas.  De esta manera, las concesiones negociables se convirtieron en fuente de recursos y básicamente en instrumento económico y político de gran importancia.
El periodo de las licencias se extendió prácticamente desde 1510 hasta 1595, lapso durante el cual la Corona atendió la creciente demanda de mano de obra esclava con el otorgamiento de permisos, licencias menores y licencias monopolistas y se sentaron las bases de lo que sería la política de la trata de negros en América.
Es evidente la incidencia de estos factores en el desarrollo y auge del comercio de mano de obra negra, pues, de una parte el esclavo africano se convirtió en elemento fundamental en el proceso de conquista y colonización, y de otra, los recursos provenientes de derechos de introducción y trata de negros jugaron papel importante en la política de expansión europea.
Ahora bien, establecer el número de licencias concedidas es factible, no así el número de esclavos introducidos.  Si se acepta el cálculo de que la mercancía fuerza de trabajo negra representaba cerca de un millón de ducados al año y si se tienen en cuenta los promedios de tonelaje de los barcos dedicados a la trata, se podría concluir que durante el período de  las licencias se habrían introducido legalmente más de cien mil esclavos a las colonias españolas y básicamente a la Nueva Granada y al Perú.
El sistema de licencias individuales y de permisos negociables hizo crisis frente a la creciente demanda de mano de obra esclava, pues, de una parte, encareció notablemente la mercancía, ya que en el proceso de reventa el intercambio pretendió un margen de ganancia cada vez mayor, y de otra parte, esta modalidad no permitía satisfacer las necesidades del mercado.  De esta manera se abrió paso al sistema de contratos semi-monopolistas, para llegar finalmente a la concesión del gran monopolio.
En este largo período que se extendió desde 1595 hasta 1789, con algunas interrupciones y esporádicas vueltas al sistema de las licencias, se dieron dos etapas bien diferenciadas.  La primera comprendió los asientos portugueses, ciertos periodos de transición y algunos asientos menores, celebrados entre 1595 y 1689.  La segunda etapa se dio a partir de la intervención directa de los nuevos países expansionistas como Holanda, Francia e Inglaterra, decididos a lograr por vía de pacífica negociación política o como resultado de capitulaciones de paz el monopolio del comercio de esclavos.  En efecto, para entonces la trata de negros no sólo era un pingüe negocio con una rentabilidad que llegaba al 800%, sino el medio más directo y eficaz para debilitar el deteriorado dominio de España en América y, en último término, para sustituir un imperio por otro, aunque ya no sobre bases de predominio político, sino fundamentalmente de control económico.
De este modo, Portugal, Francia, Holanda e Inglaterra, que poseían factorías en las costas africanas y colonias en América y contaban con grandes compañías negreras bien organizadas, ejercieron a partir de 1595 pleno control sobre el lucrativo comercio de esclavos, que dada su importancia, se convirtió desde entonces en pieza clave en el tablero de expansionismo, la política europea y el predominio económico dentro del marco del desarrollo capitalista mercantil.
El masivo traslado de la fuerza de trabajo africana a las colonias americanas contribuyó al crecimiento y predominio de países y compañías capitalistas.  Si los primeros metales llegados a Europa estaban manchados de sudor y sangre indígena, el desarrollo del capitalismo supuso la sangría del Continente africano y el comercio con los esclavos incrementó la explotación durante casi cuatro siglos.
De los grandes asientos cabe destacar los celebrados con las compañías de Cacheu de Portugal, Guinea de Francia y Mar del Sur de Inglaterra, no sólo por el carácter de tratados internacionales, sino por la naturaleza de las compañías, la concentración de grandes capitales y, finalmente, por el papel desempeñado en la desarticulación de la estructura económica del imperio Español en América.
Los asientos reflejan el proceso de concentración de esclavos en grupos y compañías monopolistas, pues de las licencias individuales se pasó a los contratos semi-monopolistas de los primeros asientos en los cuales el monarca español se reservaba aún el derecho de conceder algunas licencias especiales a particulares y cabildos, y de éstos a los grandes asientos internacionales que tuvieron el monopolio absoluto de la trata.
La libertad del tráfico negrero no sólo supuso la ruptura con un sistema de monopolio y el sacrificio de los derechos que pesaban sobre la trata, sino que simultáneamente pretendió acelerar el desarrollo de la gran hacienda tabacalera y cacaotera, así como el de los grandes ingenios azucareros sobre la base de la introducción masiva de esclavos.
Las relaciones que se dan entre esclavos y señores surgen de la naturaleza misma de la institución, y la condición servil hacía al esclavo y al señor, recíprocamente, al mismo tiempo enemigos, pero igualmente se daban relaciones de franco paternalismo y mutuo acuerdo.
En el caso de la Nueva Granada, el apreció que sentía el elemento español por el trabajo del esclavo en razón de su productividad y por el elemento negro en general en parte determinado por la cultura más evolucionada, de que eran portadores algunos grupos africanos fue de tal índole, que se dio una verdadera inversión en el status social respecto de la condición legal entre el negro y el indio, siendo éste desplazado por aquél, aún tratándose de la explotación de una mano de obra en lo legal completamente desprotegida.  Sobre este particular son abundantes y elocuentes los testimonios.  El obispo de Cartagena, por ejemplo, a mediados del siglo XVII, en carta a la Corona sostenía:”estos pobres indios padecen la más dura servidumbre que han conocido las gentes por los malos tratamientos de sus encomenderos, los cuales miran por sus esclavos que lo costaron su dinero dándoles lo necesario y curándoles sus enfermedades.  Pero a estos pobres indios los tratan peor que a bestias ….
Pero si los costos de la mano de obra esclava y el capital invertido en su adquisición obligaban al usufructuario a contener la represión, a morigerar la violencia en las relaciones con el esclavo, el objetivo de lograr una mayor productividad necesariamente aceleraba el consumo de la mercancía humana.  Los empresarios mineros, así como los grandes hacendados, sentían ya “los tormentos civilizados del trabajo excedente”, y siendo los esclavos considerados como una inversión productiva, se explica la ansia de obtener el máximo de rendimiento en el menor tiempo posible, si bien a la larga el proceso la convertiría, en una verdadera “desinversión”.
Obviamente, es imposible medir la productividad del esclavo en el trabajo minero y tanto más en términos comparativos respecto del aborigen.  Factores como la naturaleza de las minas, la riqueza de los yacimientos, las técnicas utilizadas, las condiciones de trabajo, etc,  incidían en el rendimiento del esfuerzo humano.  De acuerdo con algunos datos, en la Nueva Granada, a comienzos del  siglo XVII y sobre la base de 300 días laborales al año, un negro esclavo extraía de las minas de Zaragoza, en promedio, un poco menos de un peso de oro diario.  En tales condiciones, y sin tener en cuenta los gastos de sostenimiento del esclavo, los cuales se podrían calcular en un real diario, pero tampoco el trabajo suplementario que desarrollaba, el empresario minero recuperaba en un año la inversión que representaba el precio del esclavo.
Si bien es cierto que en su condición de esclavos el elemento negro estaba completamente desprotegido y sin que se le reconociera ninguna capacidad jurídica,  no es menos evidente que el empresario, movido por razones económicas, tuvo un comportamiento y actitud, en términos generales, bastante humanitario, trato dispensado básicamente a la población en condiciones de producir y el cual se traducía en alimentación adecuada y cuidado en las enfermedades.
diferencia de lo que sucedía con el indio mitayo, el esclavo africano era alimentado por el amo y la dieta y raciones eran aceptables y muy superiores a las que podía procurarse aquél.  La base de la alimentación del esclavo era el maíz, e igualmente se le suministraba carne, pescado, yuca y plátano, y en algunas ocasiones se le facilitaban tabaco y aguardiente.  De otra parte, tanto en obedecimiento de las disposiciones de la Corona como en guarda de sus propios intereses, muchos mineros adoptaron medidas de seguridad y prevención y dispensaron atención médica aceptable a los enfermos.  Es claro, sin embargo que ni sobre este ni muchos otros aspectos de la esclavitud pueden hacerse generalizaciones válidas pero es forzoso aceptar que un propietario difícilmente podría expender un capital por insensibilidad o egoísmo.
Esta circunstancia permitió que, a lo menos, un sector de la población esclava no sólo recibiera un tratamiento especial, sino que fuera objeto de confianza del empresario blanco.  En las haciendas se les empleaba como mayordomos y administradores, en las minas como jefes de cuadrillas y en las casas señoriales como camareras, doncellas, amas de cría, etc.
Si bien es cierto que en esta sociedad colonial el esclavo desplazó al indígena, que muchos lograron la confianza y el aprecio de los amos y que en general recibieron un tratamiento humanitario sin ocupar el nivel más bajo de la sociedad, no se alteró la naturaleza del sistema ni desaparecieron las formas más extremas de abuso y explotación.
Por lo general, éstas fueron muy tensas y de mutua hostilidad, en razón a la participación del elemento negro en algunas empresas de conquista y la tendencia el esclavo africano a utiliza y abusar del indígena y sus bienes.  Pero más que impedir esto la Corona veló por que el proceso de cristianización de la población aborigen no sufriera ninguna interferencia por parte del elemento negro, de por sí considerado como naturalmente malo.
Similar  preocupación produjo en la población blanca, y desde luego, en las autoridades, el número y en  las actividades de los esclavos, principalmente del os concentrados en las zonas urbanas.  Así desde muy pronto se prohibió el porte indiscriminado de armas y la utilización de cierta indumentaria, se estableció una especie de toque de queda para los negros, se limitó la libertad de reunión y la asistencia a bodas, bautismos y velorios;
Sin embargo, la legislación más drástica se reservó a la huida y el cimarronismo.   En efecto, uno de los primeros problemas que debieron enfrentar los dueños de negros y  las autoridades coloniales, fue la rebelión y escape de los esclavos, fenómeno que se presentó desde antes de la primera mitad del siglo XVI.  Para detener esta actitud se dieron normas severísimas y se estableció una escala de castigos físicos que iba desde los azotes hasta la pena de muerte, pasando por el cepo y la mutilación de miembros.
Y aunque la legislación diferenciaba las penas de acuerdo con la gravedad de los delitos y se establecía el proceso que se debía seguir, en la mayoría de los casos los amos, fuertes defensores del derecho a juzgar y castigar por sí mismos a sus esclavos, cometían grandes abusos y excesos.
La situación de desamparo jurídico del esclavo y el carácter punitivo de la legislación sólo varió en la segunda mitad del siglo XVIII con la expedición de la Instrucción o especie de Código Negrero de tono humanitario y proteccionista.  A semejanza de lo que se había dispuesto par la población aborigen en el siglo XVI, se estableció un protector de esclavos y las exigencias de doctrina, buen trato, alimentación y vivienda decentes fueron continuas y aun se previeron penas y multas para los amos, y los cabildos y audiencias abundaron en legislación para contener las atrocidades de los amos.
Es evidente que la política de la Corona y la nueva legislación no variaron esencialmente la situación del esclavo, pero sí se atentaron algunos excesos, no sólo gracias a la reciente actitud hacia la población esclava sino ante la situación social tensa, las dificultades crecientes para la consecución de la mano de obra debido al bloqueo inglés a la trata y a los asientos de negros, así como en virtud a la opinión adversa, a la esclavitud  y al comercio de fuerza de trabajo.
La iglesia y en particular algunos miembros del clero y órdenes religiosas como los jesuitas, aun aceptando la institución de la esclavitud, procuraron por muchos medios un tratamiento humanitario de parte de los amos, aunque la preocupación fundamental fue la cristianización y la salvación del alma del esclavo.
Es verdad que el interés y el celo por la evangelización del esclavo no fue muy grande, pero en esto ni los tratantes ni los amos deseaban tener problemas de conciencia ni dificultades con la Iglesia y, en general, no obstaculizaron la acción del clero y especialmente de los misioneros empeñados en administrar a los negros el “pasto espiritual”.  En la primera mitad del siglo XVII, por ejemplo, fue notable la labor de dos jesuitas que se dedicaron a atender las armazones en Cartagena de Indias: Alonso de Sandoval y Pedro Claver.  El primero elaboró, sobre la base de sus experiencias en Lima, una especie de código misional para la cristianización de los esclavos, tratado que siguió su discípulo, el padre Claver.
La metodología y el proceso de catequesis propuesto por el padre Sandoval, inspirado claramente en el principio aristotélico de que “…el amo y el esclavo que por naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca”, conducía el elemento negro a la aceptación resignada de su “ condición natural”.   
Alonso de Sandoval recomendaba a los doctrineros métodos y modalidades de catequesis basadas en consideraciones religiosas pero determinadas por circunstancias económicas “…Dígales que su amo les quiere mucho y (que si) hace lo que dice, que le pedirá y rogará les trate bien, les regale y cure y después de buen amo que vivan contentos en su cautiverio…”  
Los ofrecimientos radicalmente utópicos, la felicidad dentro del cautiverio y la alegría en el trabajo forzado, llevaban indefectiblemente el afianzamiento del sistema colonial, y las enseñanzas y prácticas religiosas, por lo general, fueron utilizadas como ideología de dominación, para la explotación y control de la población.
pero esta modalidad convenía a los comerciantes y dueños, pues, al parecer, era muy común la opinión de que un negro, debidamente cristianizado, perdía precio frente a un esclavo bozal.  Por su parte, los mineros y empresarios agrícolas, aduciendo numerosas disculpas, eludían la obligación de promover la cristianización del esclavo sin tener en cuenta las sanciones económicas que esto podría acarrear y que iban desde una multa equivalente a la mitad del precio del esclavo hasta la confiscación de los mismos.
La actitud de los propietarios hacia el proceso de aculturación variaba sólo cuando el amo estaba seguro de que mediante la doctrina y las prácticas religiosas se podría controlar la conducta del elemento negro, y en esta forma evitar las indemnizaciones y costas judiciales que les ocasionaba el comportamiento licencioso del esclavo.
Factores de diversa índole contribuyeron al cruzamiento de razas, fenómeno bien característico de la sociedad colonial hispanoamericana.  Dada la condición del esclavo, el amo abusaba impunemente de las mujeres de su propiedad.  Estas, por su parte, despertaban cierto atractivo en la población blanca y, en general, preferían mantener relaciones sexuales con lo amos, con la esperanza de que los hijos alcanzaran la libertad o por lo menos pudiesen retenerlos.  De otro lado, el elemento negro se  vio limitado en su satisfacción sexual no sólo por los abusos del dueño y por la desproporción que se daba entre la población esclava, aproximadamente un tercio de esclavos eran mujeres, sino también por las dificultades e impedimentos para contraer matrimonio con la esclava.  Son abundantes los testimonios de archivo, juicios, pleitos y procesos por abuso sexual, promiscuidad, estupro, prostitución y amancebamiento dentro de la sociedad esclavista, comoquiera que estos problemas y excesos se dieran con mucha frecuencia.
pesar de la política de separación racial promovida por la Corona y determinada básicamente por factores económicos y políticos, así como por consideraciones religiosas y morales y de la consiguiente legislación segregacionista, las uniones entre miembros de distintos grupos raciales, especialmente las ilegítimas fueron frecuentes en particular en los siglos XVII y XVIII, y dio origen a los zambos (mezcla negro-indígena) y mulatos (mezcla negro-blanco).
NEGROS, Nación de gentes ó por mejor decir Naciones diferentes de varios Reinos y Provincias del África, que aunque no son aborígenes de América, les damos lugar porque forman la principal parte de los habitantes de estas Regiones, que hoy si no exceden, á lo menos igualan á sus naturales, porque estos son los que trabajan las minas, los que cultivan la tierra, y los que se emplean en todos los oficios serviles en la América, en los dominios de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda &c., que los compran en las Costas de África, y los llevan por esclavos, donde son tratados con el mayor rigor é inhumanidad, como si no fueran de la especie racional: el célebre Fr.
Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapa fue el que con zelo indiscreto propuso para libertar á los Indios de la servidumbre, llevar Negros esclavos para el trabajo, como si esta parte del género humano debiera carecer de los privilegios de la humanidad por la diferencia del color que les da el nombre, y en unos es mas atezado que en otros según las Provincias de que son, y llaman castas, como Congos, Mandingas, Chalaes, Ararares, y otras muchas: generalmente son bien hechos, membrudos, fuertes, y de mucha resistencia para el trabajo: tienen la nariz chata, los labios abultados, el pelo muy encrespado y la dentadura blanca: se diferencian las castas en algunas señales características entre ellos, como los Chalaes que tienen tres verdugones de alto A bajo en las mejillas de otras tantas sajaduras que les hacen desde pequeños: los Araraes que se liman en punta los dientes &c.: los Ingleses, Holandeses y Portugueses hacen este infame comercio en las Costas de Guinea para venderlos después en la América y en las Islas, donde al cabo de algunos años de trabajo y esclavitud tienen derecho á conseguir la libertad dando al amo la cantidad que le costó;
pero aun este corto alivio respecto á lo que han padecido, que dispuso sabiamente el gobierno Español, no suele tener efecto por lo que elude el interés y dureza de los dueños: es cierto que el carácter general de los Negros es de malísimas costumbres, porque son embusteros, supersticiosos, dados á hechicerías, vengativos, crueles y ladrones, y sin el castigo y rigor con que son tratados seria imposible avenirse con ellos, pero aboga en su disculpa el amor de la libertad y la sin razón de la esclavitud;
y no deja de haber muchos en quienes se observan virtudes morales como entre las Naciones mas cultas: los Españoles, que entre todas son los que los tratan menos mal, han abastecido desde poco tiempo después de la conquista sus Provincias de Negros por medio de contratas celebradas con diferentes condiciones primero con los Genoveses, sucesivamente con Don Domingo de Grillo, el Consulado de Sevilla, Don Nicolás Porcio, Don Bernardo Marín y Guzmán, la Compañía de Portugal, la de Francia llamada de Guinea hasta el año de 1713.
El descubrimiento de América favoreció el hallazgo de especies vegetales y animales hasta entonces desconocidas en Europa.  España después del oro, comenzó a fijarse en la agricultura y la ganadería, viendo grandes posibilidades de abrirse a nuevos mercados y productos.  La tierra desde entonces ha sido la causa de las mas sangrienta luchas en nuestro continente y, para muchos esta situación no cambiara sino hasta el día que la tierra les pertenezca a quienes de verdad la merecen y la trabajen en pro de satisfacer sus necesidades, pero también con pensamientos guiados por una clara conciencia social.
La agricultura colonial comenzó no sólo para proveer de alimentos a los colonizadores, sino también para producir cosechas comerciales y suministrar alimentos a la metrópolis;  nace entonces concepto el de importación y exportación, debido a la transferencia de productos de un lugar a otro.  Esto representaba el cultivo de productos como el azúcar,  el trigo, el algodón, el tabaco, la papa o patata, el tomate y el té, así como la producción de productos animales tales como lana y pieles.
Cuando fueron descubiertas por los conquistadores españoles, las civilizaciones más avanzadas del Nuevo Mundo disfrutaban de economías agrícolas desarrolladas, pero carecían de animales de tiro (Gallipato) y desconocían la rueda.  Los clanes y otros grupos consanguíneos, o de tribus dominantes que habían creado sofisticados sistemas de gobierno, poseían la tierra, a la que no tenían acceso como propietarios los particulares o las familias individuales.
La dependencia de los Muiscas con las actividades agrícolas y su permanente contacto con la tierra, les facilitó adquirir conocimientos prácticos para una mejor explotación de ésta.  Aprendieron a percibir la importancia de los cambios de luna y los ciclos de lluvia y de sequía.  Sus principales productos agrícolas fueron el maíz y la papa, y solo cuando las cosechas eran abundantes y estaba asegurado el sustento, se dedicaban a  actividades artesanales.
una caballería  abarcaba cinco peonías y una peonía equivalía a:  Quinientas Fanegadas de labor para pan de trigo o cebada, cincuenta de maíz, diez hierbas de tierra para huertas, cuarenta para plantas de otros árboles, tierra de pastos para cincuenta puercas de vientre, cien vacas, veinte yeguas, quinientas ovejas y cien cabras;
con el agravante de que por desconocimiento del terreno los linderos quedaban inciertos, amparados de lo  cual los propietarios abarcaban más tierra de la que les pertenecía, con resultados como los que se vieron en el siglo XVI en la nueva granada, en que una merced de quinientas hectáreas, por ejemplo, se hubiera convertido en el curso de poco tiempo en un latifundio improductivo de 20.000 hectáreas;
Y que a merced de 10.000 hectáreas, otorgada a alguno de los nobles del reino, hubiera dado origen de la noche a la mañana a un imperio territorial de 200.000 Hectáreas cuando no más.  De esta manera se había cumplido la ocupación de las tierras que por su localización y calidad tenían un gran valor.
Para obviar esto la Corona decretó el Régimen de Composición por el cual quienes comprobaran haber tenido la encomienda durante cierto número de años y mediante el pago de determinada suma de dinero, podrían adquirir el título de propiedad.  Cuando  se legalizaron las tierras como propiedad individual de cada español, se cometieron ciertos abusos, pues para otorgar los títulos de propiedad, se tenia que pagar a la corona, así tierras que hubiesen acaparado ilegalmente, serian validadas por la corona como legales, gracias a ese dinero que se le pagaba.
Los animales domésticos eran desconocidos en América antes de la llegada de los europeos.  No en todas partes se adaptaron igualmente bien.  Al principio algunos, como los caballos, inspiraban terror a los indios, pero éstos  no tuvieron más remedio que aprender a manejar toda clase de bestias.
Esta domesticación  permitió también  reducir el esfuerzo en obtener los productos agrícolas, lo que posibilitó un mayor desarrollo cultural, ya que el ser humano podía entonces empezar a disponer de más tiempo para otras actividades.  La cabra, la oveja y la vaca fueron algunas de las primeras especies en ser domesticadas.
El desarrollo científico y tecnológico permitió aumentar la eficacia en la cría de ganado mejorando las condiciones sanitarias y, en general, las condiciones de La domesticación de animales permitió también utilizarlos para realizar trabajos agrícolas o transportar cargas.
Durante el periodo colonial la economía de Nueva Granada se basó en la minería o explotación del subsuelo, con el fin de extraer oro y plata para llevar a Europa.  El desarrollo de la agricultura y la ganadería se limitó, casi en su totalidad, al consumo local.  La producción, el fisco, la explotación de recursos y la estructura socio-política se ordenaron alrededor de la concepción absolutista y mercantilista que caracterizan a la Corona.
Castilla organizó y controló, desde la Península, la economía de las posesiones españolas en América, orientada a solucionar las necesidades de España.  Por eso se concentró en la extracción de materias primas y de metales preciosos (oro y plata) para sostener su hegemonía en Europa.  La monarquía también se preocupó por crear condiciones que permitieran cultivar productos tropicales en algunas zonas de América, especialmente cerca al mar: caña de azúcar, tabaco, cacao, algodón, arroz y madera.  No obstante, se puede decir que en Nueva Granada no existieron plantaciones, es decir grandes extensiones de tierra dedicadas al cultivo de un sólo producto para el comercio internacional.  Predomino, en cambio, el sistema de hacienda señorial, especialmente en el Valle del Cauca y en la Sabana de Bogotá, que producía varios productos para el consumo local.
La Corona, durante casi toda la Colonia, impuso un rígido sistema de monopolio mercantil, con estricta fiscalización estatal, par impedir el acceso de los extranjeros a los recursos americanos y retener el derecho de comerciar productos europeos.  Por ello, prohibió que los extranjeros emigraran a América y comerciaran con las colonias.
Con pocas excepciones, la hacienda granadina produjo apenas para mercados locales y es muy significativo que no hubiera aparecido en la Nueva Granada, durante el período colonial, la gran plantación azucarera, tabacalera o cacaotera, capaz de producir excedentes para la exportación, como existió en otros territorios del imperio español como México y aun la capitanía de Venezuela.
Algunos productos, como la uva y los olivos, no se podían cultivar en las colonias.  Esta restricción tenía como finalidad evitar la competencia con la Península de donde se importaban el vino y aceite de oliva.  La producción agrícola se hacía en las haciendas, con mano de obra indígena organizada en mitas y encomiendas y, a veces, con esclavos negros.
Después del oro, el segundo renglón económico en importancia fue la ganadería.  Se dedicaron grandes regiones a la cría de ganado, actividad que exigía poca mano de obra.  Las mayores haciendas  ganaderas que se establecieron en el oriente antioqueño y en el Valle del Cauca (Buga y Roldanillo) proveían de carne a los centros mineros de Antioquia y Popayán.  La región del Alto Magdalena también fue zona productora de carne, para Santa Fe y Mariquita.   
Desde la ini­ciación de la conquista y a través de los tres siglos de vida colonial, el oro fue su primero y casi único artículo de exporta­ción, no obstante que en la segunda mitad del siglo XVIII, la política de los reyes borbones hizo un esfuerzo por diversificar las exportaciones estimulando la producción de géneros agrícolas como el tabaco, el algodón, el cacao, las maderas tintóreas, las quinas, etc.
En las décadas que van de 1570 a 1610 los yacimientos de Antioquia dieron sus mayores rendimientos y las exportaciones promedio sobrepasaron, para el conjunto de la Audiencia, la cifra del millón de pesos anuales, sin incluir el cuantioso contrabando que en éste, como en los siglos posterio­res, pudo calcularse en un ciento o cuando menos en un 50% del oro legalmente registrado.
Para ese período no había llegado a su clímax la disminución de la población indígena, aunque ya estaba altamente diezmada, especialmente en esta provincia, y los cuantiosos botines recogidos, en las operaciones de saqueo a los indígenas y sus santuarios religiosos, así como los capitales hechos en lucrativo comercio de la conquista, permitieron la aplicación de considerables capitales a la explotación de las minas.
Pero una vez explotados los más fáciles y superficiales aluviones y vetas, la productividad empezó a descender, con ritmo desigual en los diferentes distritos, pero con una tendencia que no deja duda sobre el comienzo de una profunda crisis, que se inicia hacia 1630 y está en su plenitud a mediados del siglo.
Un minero poseedor de una cuadri­lla de 30 esclavos era una excepción en Antioquia, donde, el mayor volumen de la producción era aportado por los pequeños mineros, propietarios cuando más de dos o tres esclavos, o por los lavadores de oro independientes, los innumerables «mazamorre­ros» que dieron a la minería de Antioquia el carácter popular y constituyeron el activo agente de cambio social que han destacado varios historiadores de la región, particularmente Álvaro López Toro, en su ensayo Migración y Cambio Social en Antioquia.
La prolongada depresión del sector minero, sólo empezó a superar­se en las primeras décadas del siglo XVIII, cuando entraron en explotación los yacimientos auríferos del Chocó, donde un grupo de ricos hacendados y comerciantes de Popayán y Cali-Arboledas, Mosqueras, Gómez de La Aspriella, Caicedos, Garceses, Piedrahítas, etc.- pudieron emplear cuadrillas de más de 50 a 100 escla­vos.
La extracción de metales preciosos fue el principal interés de la Corona en las colonias americanas.  Hasta  1560 el metal más importante fue el oro.  La plata adquirió importancia después, cuando se pusieron en producción las minas peruanas de Potosí y las de México.  Nueva Granada fue el mayor productor de oro durante la Colonia.  Las minas de plata con una producción importante fueron muy pocas.
Los monarcas españoles se reservaron el derecho de aprovechar las minas que se descubrieran en América, pero otorgaban permisos de explotación a particulares, siempre y cuando entregaran al Estado una parte de lo obtenido (el quinto real).  Por lo general, estos permisos se otorgaban por uno o dos años;
las minas más ricas fueron explotadas directamente por el Estado.  El oro, en su mayor parte, se obtenía en la arena de los ríos, y se extraía de las minas con métodos muy primitivos.  La plata se extraía rudimentariamente y los pedazos se mezclaban con azogue, que había que traer desde el Perú o Europa.
La extracción de metales preciosos durante el siglo XVI y gran parte del XVII estuvo a cargo de la población indígena.  El decrecimiento de la población aborigen condujo a su sustitución, a finales del siglo XVII, por esclavos africanos, algunos mestizos y blancos pobres asalariados.
El primer régimen de comercio en los territorios recién descubiertos data de 1493, con el segundo viaje de Colón.  Prohibían que los particulares llevaran mercancías europeas para negociarlas en el Nuevo Mundo.  En esa época, todas las transacciones comerciales se efectuaban a la vista de un funcionario real, que las consignaba en un libro.  Las operaciones comerciales iniciales entre españoles e indígenas se llamaron rescates.  El conquistador estaba obligado a entregar a la Corona la quinta parte del oro obtenido y la décima de otros productos.
En Cádiz, punto inicial de partida de los barcos que venían al Nuevo Mundo, se estableció una aduana bajo la autoridad del obispo Juan Rodríguez de Fonseca.  En 1503 se creó la Casa de Contratación de Sevilla, para controlar el comercio entre España y sus colonias.  A partir de ese momento, desde el cual salían hacia América embarcaciones con mercancías europeas y fue escogida como sede de la casa de contratación, por tratarse de una ciudad protegida de ataque de extranjeros y piratas.
En 1566 se estableció la salida anual de dos flotas:  la Flota de Nueva España, que salía en mayo hacia el puerto de Veracruz, (México), desde donde se conducían las mercancías por vía terrestre hasta Acapulco con el Océano Pacífico, para transportarlas luego a Filipinas.  Los barcos regresaban por México a Sevilla, cargados de productos asiáticos.  Esta flota abastecía de productos europeos a muchas zonas de Centroamérica y el Caribe.
La otra flota era la de Tierra Firme.  Salía en agosto, rumbo a la costa del norte de Sudamérica y dejaba mercancía en la Guajira, Santa Marta, Cartagena y Portobelo, desde donde se conducía por tierra a Panamá, para ser llevadas a Perú y Chile.  Los barcos regresaban a Panamá cargados de productos suramericanos, especialmente plata del Perú.  En Cartagena cargaban el oro y regresaban a España.  Los productos europeos descargados en Cartagena se conducía n al interior por la ruta del ría Magdalena hasta Honda, desde donde se transportaban a Santa Fe, Bogotá Quito.  Este sistema encarecía notablemente las mercancías.
En el siglo XVIII, cuando la dinastía Borbón llegó al trono de España, se eliminó el sistema de flotas y se permitió el viaje de navíos sueltos, de diversos puertos españoles.  En 1764 se establecieron correos mensuales y se autorizó el comercio entre puertos hispanoamericanos.  La Casa de Contratación fue perdiendo importancia y desapareció en 1790.
La geografía fue un factor decisivo para que el comercio interno en Nueva Granada fuera muy reducido.  Los accidentes del terreno dificultaban el paso de una región a otra.  Había muy pocas vías de comunicación.  Esto originó regiones muy distantes, con diversas características socio-económicas y etnológicas.
Las mercancías que llegaban a la Península a comerciantes importantes de Cartagena, Santa Fe, Honda, Popayán y Quito, eran distribuidas en los puertos del río Magdalena o enviadas a centros mineros, donde casi siempre se entregaban en consignación a minoristas.  Existían comerciantes viajeros que vendían todo tipo de productos europeos y aun mercancías neogranadinas.  Además de vino, aceite de oliva, muebles y ropa, también vendían esclavos.  Legalmente, estos comerciantes solo podían venderle a terratenientes y dueños de minas, pero en la práctica le vendían a mineros indígenas y a esclavos, quienes no estaban autorizados para comprar, para evitar que robaran oro.  Muchos de estos comerciantes se enriquecieron rápidamente y se dedicaron a prestar dinero a interés a los mineros para la explotación de las minas y la compra de esclavos.
La fortuna de muchos comerciantes ricos en –Nueva Granada tuvo origen ilegal.  El exagerado control por parte del Estado llevó a la evasión de impuestos y a sacar oro de contrabando.  Muchos comerciaban con traficantes extranjeros que llegaban a la Costa Atlántica, especialmente a Riohacha y Santa Marta.  En la región del Chocó, la Corona se vio obligada a prohibir la navegación por el río Atrato durante 20 años, a finales del siglo XVII.
Por su alto costo, sólo podían adquirirlos los ricos terratenientes y mineros.  El consumo de los estratos populares (blancos pobres, mestizos, indígenas) era mínimo y lo poco que compraban se producía en los centros artesanales del oriente, como Socorro y Tunja.
Situado en plena zona tropi­cal, sin el complejo sistema de montañas andinas que lo atravie­san de sur a norte, el territorio colombiano tendría un clima cálido y altamente húmedo, muy semejante al de la actual selva amazónica o al de algunos países tropicales africanos como el Congo.
Las tres grandes cordilleras en que se dividen los Andes suramericanos al cruzar la frontera de Colombia y el Ecuador, modifican la climatología colombiana creando una gama muy variada de climas de altura, cálidos en los valles y cuencas hidrográfi­cas, suaves en las laderas cordilleranas medias, fríos y apropia­dos para el desarrollo, de la vida humana en las altas mesetas como la Sabana de Bogotá, donde se encuentra el epicentro de su desarrollo histórico y la actual capital de la nación.
La comunicación y el transporte a través de esta barroca geográfica, han sido el mayor obstáculo para el desarrollo colombiano, sobre todo, si se tienen en cuenta dos factores: el débil y lento desarrollo demográfico del país durante el período colonial y todavía en el siglo XIX, y el hecho de que su poblamiento, por circunstancias muy particulares de su historia, se hizo a partir del interior andino del territorio, asiento de su más densa población indígena y de sus más desarrolladas culturas, como la chibcha, lo que significaba mano de obra para la explotación de los nuevos territorios, donde además estaban ubicadas sus mejores tierras agrícolas.  También alejados de los mares y de las vías de acceso a los puertos estaban colocados sus más ricos territorios mineros como los de Antioquia y el Cauca.
Las enormes dificultades del transporte desde el hinterland hasta los puertos marítimos y de unas regiones a otras que tuvo el país durante las tres centurias de la historia colonial, que sólo empezaron a superarse en la segunda mitad del siglo XIX con el establecimiento de la navegación a vapor por el río Magdalena y el todavía incipiente desarrollo de los ferrocarriles, ha tenido para el desarrollo económico de Colombia numerosos efectos nega­tivos, entre los cuales deben destacarse dos: el alto costo de sus productos, sea de los destinados a los mercados externos o a los internos y a la lentitud conque se ha formado un mercado nacional.
La comunicación de los distintos centros poblados al río Magdale­na, la arteria fluvial que recorre el país de sur a norte y es la vía natural de acceso a los puertos del Atlántico, se hizo duran­te la colonia y hasta muy avanzado el período republicano por caminos estrechos, escarpados, atravesando regiones de intensas lluvias que los mantenían en condiciones deplorables, hasta el punto de ser intransitables por mulas y caballos y sólo ser posible el transporte con peones cargueros.
Cartagena y los puertos del Atlántico consumían harinas europeas y americanas, porque las del interior del país resultaban más caras debido a los altos costos del transporte y además, llegaban en mal estado a su lugar de destino dadas la duración del viaje y las primitivas condiciones de los medios de transporte.
En general, las vías de comunicación en Nueva Granada durante estos siglos fueron escasas y difíciles.  Combinaban ríos, puertos y caminos.  La principal vía terrestre era el Camino Real, que unía Lima, capital del virreinato del Perú, con Caracas, pasando por Quito y Popayán.  Allí se dividían en dos ramales, uno hacia Santa FE y otro hacia Antioquia.  A la red principal llegan caminos secundarios.  Por estas vías transitaban mulas en recuas, caballos e indios cargueros.  La topografía hacia que los viajes fueran largos y complicados.  En Europa, los caminos neogranadinos eran considerados como lo más difíciles de las Indias.
La red de comunicación más importante fue la fluvial, en especial los ríos Magdalena y Cauca.  El Magdalena comunicaba los puertos de la costa en el interior.  El Canal del Dique construido en 1650, lo unió con Cartagena y se evito el transporte terrestre de mercancías hasta el río.  Los viajes salían de la Barra de Malambo en la costa y después de unos 800 Kms.
se llegaba al puerto de Honda.  El río de Cauca se uso entre Cali y Cartago.  Otros ríos utilizados fueron el Atrato y el San Juan en el Choco, el Patía, el Meta y el Casanare en los llanos orientales.  Durante la colonia se utilizo el champán, una canoa de 15 mts de largo por 2 de largo, que podía transportar 30 kilos.  Su cubierta de guagua, en forma de arco protegía la carga y los pasajeros de las inclemencias del clima.  10 a 16 bogas o remeros los maniobraban.  Río arriba avanza 25 Km por día y río abajo duplicaba la velocidad.   En un comienzo bogas y cargueros fueron indígenas.  Más tarde los reemplazaron negros y mestizos asalariados.  Donde no habían puentes, ríos y hondonadas se cruzaban en tarabitas, estas eran unas cuerdas gruesas, tendidas entre los extremos, de las cuales colgaban una cesta en la que iba la persona o la carga.   También era común colgarse por la cintura e impulsarse hasta el otro lado.   
Pepas de cacao, plumas vistosas o esmeraldas.    Las monedas que circularon en América fueron españolas: el real de plata, el escudo de oro, el peso, la macuquina, el maravedí, y fracciones como los patacones, cuartos y cuartillos.  La escasez de moneda circulante en las colonias fue severa en ciertas épocas.  Por esto se hizo necesario utilizar nuevamente pepas de cacao, oro en polvo y esmeraldas, como patrón de cambio.  Algunas regiones de nueva granada utilizaron moneda oficial tardíamente, como en Antioquia, en donde apenas circulo en el siglo XVIII.  El escudo era de oro, con ley 0.9166 y un peso de 3 gramos, el real era de plata, con ley 0.9305 y un peso de mas de 3 gramos.  Por un escudo se recibían 10 reales.  El peso era de plata pura y la macuquina era aleación de plata y cobre.  El maravedí era la moneda que los gitanos utilizaban en la península.  En nueva granada la corona autorizó los particulares para cuñar moneda en 1590, actividad que iniciaron en 1627.  Funcionaron casas de fundición de oro en Cali, Cartago y Anserma.   
Compuesta por el factor y por los dos oficiales reales, el tesorero y  el contador, la Real hacienda estuvo encargada de la administración de los principales impuestos coloniales como la avería, el almojarifazgo, el tributo indígena, la media anata, la alcabala, el diezmo, el quinto real, la sisa, los valimientos, el subsidio y la mesada eclesiástica, las bulas de cruzada y el impuesto de la Armada de Barlovento, así como de la organización y asignación o administración directa, según el caso, de las rentas estancadas, entre las que se contaban las del aguardiente, el tabaco, los naipes, la pólvora, la sal, el azogue y el platino Funcionarios reales se encargaban del régimen tributario.  En las colonias hispanoamericanas había tres tribunales de cuentas: una en Lima, otra en México y el tercero en Santa Fe, y dos contadores especiales en Caracas y la Habana.
Con la creación de los virreinatos aumentaron los gastos administrativos y bajo la cuantía de las rentas que se remitían a España, pese a la existencia de ricas minas de plata.  Cerca del 40% de las entras se destinaban a la administración.  Durante el siglo XVII los gastos militares consumieron el 70% de los ingresos.
El Tributo de impuesto que pagaban los indígenas.  Variaba entre 5 y 8 pesos anuales, que se pagaban en productos agrícolas o en moneda.  En cada pueblo indígena se hacia una lista de tributarios.  Los caciques y sus hijos no estaban obligados a contribuir.  En algunas regiones de Nueva España los zambos (hijo de padre negro y madre india) tuvieron que pagar tributo.
El diezmo, era el impuesto eclesiástico que pagaban los propietarios de tierras, de acuerdo con la producción agrícola y las cabezas de ganada.  Los reyes católicos y sus sucesores podrían cobrarlo, gracias a una bula del Papa Alejandro VI, en 1501, a cambio de sostener el culto y construir y dotar a los templos.  También se introdujo en las colonias la venta de indulgencias, cuyo producido se destinaba al sostenimiento de las guerras contra los infieles.
La alcabala, que era el impuesto con que se grababan todos los artículos vendibles, en la primera venta y en las sucesivas.  Se recaudaba cuando las mercancías llegaban al puerto.  Los dueños de haciendas enviaban periódicamente una declaración juramentada de los productos vendidos.  Los comerciantes ambulantes debían informar de sus ventas y pagar el 2% de impuestos el mismo día que las hacían.  La alcalaba se aplicaba a bienes muebles e inmuebles.  Estaban exentos artículos como caballos, libros, pan, metales depositados por los mineros en casas de moneda y armas.  También lo estaban los productos vendidos por los indígenas y las ventas realizadas por monasterios y parroquias sin ánimo de lucro.
Mesada, media anata y valimientos, que eran descuentos especiales a los sueldos de los empleados públicos.  Un procedimiento para aumentar los ingresos del tesoro real fue la venta de cargos públicos, adoptada por los reyes Habsburgo.  Estos puestos no se otorgan únicamente al mejor postor, sino que además se tenia la en cuenta la idoneidad del comprador.  También se vendieron títulos nobiliarios.
La introducción de la imprenta trajo consigo la creación de los primeros periódicos.  El papel periódico de la ciudad de Santa Fé de Bogotá, fue dirigido por Manuel del Socorro Rodríguez, quien conjugaba el trabajo de carpintería con la lectura de buenos libros de literatura.  El Virrey Espeleta lo designó para este trabajo.  Como Manuel del Socorro Rodríguez era hombre de grandes inquietudes científicas estimuló a través de su periódico las ciencias en el Nuevo Reino, presentando los trabajos de los jóvenes intelectuales, trayendo las noticias de los avances en física.
partir de la segunda mitad del siglo XVI aparecen en el nuevo Reino de Granada las obras de los cronistas, que se propusieron fundamentalmente dar testimonio del proceso de la Conquista Americana.  Sus autores fueron generalmente religiosos españoles y los nombres más representativos son los del franciscano Pedro Simón, autor de las Noticias Historiales sobre el Reino de Nueva Granada y el obispo Lucas Fernández de Piedrahita, autor de una Historia General del Nuevo Reino de Granada.
Aunque estas obras tienen un pronóstico más histórico que artístico suelen ser consideradas como la primera muestra de nuestra literatura.  Pero si queremos ser rigurosos, hay que decir que el primer libro estrictamente literario es el de Juan de Castellanos, titulado Elegías de Varones Ilustres de Indias.  Juan de Castellanos (1522-1607) comenzó como traficante de perlas en época de la Conquista y ya mayor se ordenó de sacerdote ejerciendo el Ministerio Primero en Cartagena, luego pasó a Santa Fé y de allí a Tunja, donde escribió su obra que se puede considerar como la más larga en verso de la literatura en lengua castellana;
Juan Rodríguez Freile (1566-1640) nacido en Santa Fé de Bogotá escribió su principal libro, El Carnero, a los 70 años de edad.  Es una obra donde se conjugan agradablemente la crónica histórica y la literatura costumbrista.  El autor pretende con su obra dejarnos algunas enseñanzas de carácter moralizante.  No podemos concluir el estudio de algunos autores de la literatura colonial sino enunciamos el nombre de la madre Francisca Josefa de la Concepción del Castillo, conocida comúnmente como la madre del Castillo, monja clarisa, nacida en Tunja, y quien con un sentido místico nos presenta a través de sus obras su vida unida a la experiencia de Dios.  Sus obras son: Afectos Espirituales y Vida (su autobiografía  
Se designa con el nombre de Tertulia la reunión de varias personas que se agrupan con el fin de estudiar, comentar o presentar escritos, y los temas de historia y de otras ciencias, a la vez que conocer versos, chistes e improvisar conversaciones o actuaciones jocosas.  Estas tertulias literarias nacen como imitación de las de España y cada una de ellas adquiere unos rasgos especiales que la diferencian de las demás.
La pintura de la época colonial tiene como principal tema los asuntos religiosos: cuadros de vírgenes, santos y Cristos son los más frecuentes y hoy se conservan en templos y colecciones particulares.  Las poblaciones de Tunja, Bogotá y Popayán fueron el asiento de estos pintores que prefirieron imitar los estilos europeos antes de crear un nuevo arte.
Arquitectura urbana: las poblaciones estaban hechas siguiendo el mismo patrón y de acuerdo con las órdenes de la corona.  Se trazaban las poblaciones alrededor de una plaza central y en sus contornos se edificaban los principales centros religiosos y administrativos: casa cural, iglesia, casa del gobernador, cabildo, real audiencia, etc.  De acuerdo con la posición social de los habitantes, se casa estaba ubicada más cerca o más lejos de la plaza.  Esta construcción del poblado facilitaba la ampliación.  La vivienda se diferenciaba de acuerdo con la característica social de su dueño.  Generalmente las casas de los encomenderos eran de paredes altas y sus habitaciones estaban alrededor de un patio central;
Las clases menos favorecidas económicamente poseía viviendas sencillas con una o os habitaciones y sin tanto lujo como las anteriores.  Se utilizaron en la construcción diversos materiales: piedra, bahareque, adobe, tapia, etc.  Esta arquitectura seguía fielmente el modelo español.
Arquitectura religiosa: la arquitectura religiosa tiene su mejor manifestación en los templos y los conventos.  Las iglesias poseen tres naves, un altar mayor y un coro alto.  Eran construidas en piedra, ladrillo y adornadas con madera tallada, los techos altos y decorados con frescos relacionados con escenas bíblicas.  Algunas de las iglesias de la colonia son: la Catedral de Cartagena.
Arquitectura militar: La arquitectura militar fue realizada con el fin de defender los principales puertos de los ataques piratas, que se habían convertido en una fuerte preocupación para las autoridades coloniales.  El castillo de San Felipe de Barajas, obra con todas las técnicas del momento, permitió la defensa de la ciudad de Cartagena, a la vez que las  murallas encerraron la ciudad y las conservamos  como auténticas joyas de arquitectura y como símbolo del poderío español en tierras americanas.  El resto de la Costa Atlántica tuvo algunos lugares fortificados que van desde el Golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela;
No solo la situación política que atravesaba España a comienzos del siglo XIX influyo en nuestro proceso emancipador, sino también la aguda crisis económica que sufría desde el siglo anterior.  El gobierno peninsular continuaba en su empeño de ser el único proveedor de productos en sus colonias pero ya le era imposible mantener esa posición.  La situación de España era crítica: decadencia política y económica.  Su monarquía estaba debilitada y no poseía una industria desarrollada ni una burguesía suficientemente fuerte para construirla, lo cual lo colocaba en desventaja ante las nuevas potencias industriales como Inglaterra.
En las colonias comenzó a sentirse la desproporción entre la decadente producción española y la enorme demanda americana.  Como consecuencia, se estableció el contrabando entre estas y los países poderosos.  Los comerciantes criollos que acogieron a este contrabando buscaron la forma de librarse de las tabas impuestas al libre desarrollo de esta actividad.
Todos esos factores se agravaron por el creciente descontento de las colonias contra el régimen económico y político impuesto por España durante tres siglos de dominación.  Las innumerables trabas que existían para un pleno desarrollo económico, así como la gravosa política fiscal, dieron origen a una inconformidad que se hizo espacialmente sensible en las clases poderosas americanas, es decir, entre los criollos a quienes el sistema colonial afectaba inmensamente.
Entre los criollos neogranadinos, pertenecientes al estamento social que poseía el poder económico, surgieron los precursores de nuestra independencia.  Su labor fue más que todo intelectual ya que muchos de ellos tuvieron la oportunidad de viajar a Europa y asimilar las ideas liberalizantes de la gran revolución ideológica que vivió Europa en el siglo XVIII.
Las ideas de la ilustración habían encontrado eco en Nueva Granada y al finalizar el siglo XVIII la imprenta comenzó a encaminar sus objetivos hacia un plano educativo.  En 1781, apareció el primer periódico, llamado papel periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogota que, a su vez, abrió camino a la aparición de otros como el redactor americano y el semanario, este ultimo, publicado por Francisco José de Caldas.  Este fue el medio que utilizaron muchos de los precursores de nuestra independencia para difundir las ideas que prepararon el camino de la emancipación.
En 1794, llego a manos de Antonio Nariño una obra titulada historia de la revolución de 1789 y del establecimiento de la constitución francesa, dentro de la cual se encontraba la declaración de los derechos del hombre que pretendía establecer derechos universales basados en el pensamiento de la ilustración.
Con la impresión de los derechos del hombre, Nariño se convirtió en precursor de la independencia, por que con esta actitud se declaro defensor de las ideas que mostraba la necesidad de un cambio y que, al mismo tiempo, recogían el deseo de los criollos granadinos de dirigir ellos mismos la política nacional.
La actitud, los objetivos y la importancia de Nariño se comprenden mejor a la luz de sus declaraciones con respecto al régimen colonial.  A través de un ensayo dirigido a la metrópoli, Nariño afirmo que las trabas coloniales al desarrollo económico, manifestadas en la política fiscal de la corona, causaban un atraso profundo en los territorios americanos.  Debido a la traducción y publicación de los derechos del hombre, Nariño fue acusado y condenado a prisión de donde logro escapar al desembarcar en Cádiz.  Después de recorrer Europa, regreso como incógnito a nuestro país.
La ley es la expresión de la voluntad general.  Todos los ciudadanos tienen derecho de concurrir personalmente, o por sus representantes a su formación.  Ella debe ser la misma para todos, sea que proteja o castigue.  Todos los ciudadanos, siendo iguales a sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos, sin otra distinción que la de sus talentos y virtudes”.
En 1809, ante las noticias desastrosas que llegaban a España, los criollos quiteños se pronunciaron a favor de Fernando VII y realizaron un golpe de estado dirigido por el Marques de Selva Alegre, representante de la aristocracia  quiteña, temerosa de los avances de Napoleón y esperaba obtener el gobierno español poder político y libertades económicas.
Las noticias que llegaron de Quito, unidas al peligro cada vez mas evidente del triunfo de Napoleón, crearon un clima de tensión en Nueva Granada, y comenzaron a hacerse visibles las contradicciones entre los criollos y las autoridades coloniales.  Estos últimos esbozaron su deseo de asumir el poder político en caso de que España calera derrotada.  Las autoridades coloniales, por su parte, buscaron la manera de sostenerse en el poder y elaboraron una lista en la cual figuraban, acusados de traición, los criollos más notables, entre ellos, Camilo Torres y José Acevedo y Gómez.
El objetivo del estamento criollo lo definió claramente camilo torres cuando declaro en una carta su convicción de que los cabildos eran los que debían asumir la dirección política del virreinato.  Este grupo social estaba dispuesto a asumir la dirección política, a ocupar los cargos administrativos que hasta ese momento habían pertenecido a los españoles y romper las restricciones de la economía colonial.
Al comenzar el año de 1810, España se encontraba prácticamente derrotada ante la expansión francesa.  Los ejércitos de Napoleón, al invadir Andalucía, obligaron a la junta cendal de Sevilla a refugiarse en la isla de León.  España necesitaba más que nunca de sus colonias y por eso decidió ampliar su representación y tratar de suavizar de esta forma el viejo problema de desigualdad.
El arribo de Antonio Villavicencio a Cartagena y las concesiones que allí otorgo a los criollos permitiéndoles crear una junta de gobierno alarmaron a las autoridades coloniales de santa fe.  Anticipándose a los acontecimientos, la audiencia decidió, conjuntamente con el virrey, procesar por traidores a los criollos más notables.
Los criollos se enteraron de las intenciones de la autoridad y la situación se complico para ellos puesto que ya no se trataba solamente de lograr la creación de una junta sino de defenderse de las represalias que podían tomar contra ellos el gobierno colonial.  Sin embargo, antes de decidirse a promover  un motín, los criollos trataron de convencer al virrey para que ordenara la creación de una junta que el mismo presidiría.  Las gestiones de Joaquín Camacho en la mañana del 20 de julio no dieron ningún resultado positivo.
El 20 de julio, al medio día, Luis rubio se presento en la tienda de Llorente con el pretexto de pedir prestado un florero para la recepción de los notables celebrarían en honor a Villavicencio.  La aparente negativa del español dio lugar a que los criollos comenzaran el motín.  Bajo el grito Queremos junta y viva el cabildo, salieron a la plaza en donde consiguieron la adhesión del pueblo que causo daños materiales a las residencias y propiedades de los españoles.
Los criollos se erigieron entonces en voceros de la voluntad popular para evitar que el levantamiento adquiera mayores proporciones y dirigir el movimiento hacia la creación de una junta de gobierno por medio de la cual pudieran conseguir lo que se habían propuesto: la representación política dentro del ya decadente sistema colonial.