Cuales son los procesos sociales basicos


SOCIOLOGÍA DE LAS TELECOMUNICACIONES

El marco global de las (TIC) viene constituido por la llamada sociedad de la información, y por ella creemos que se debe entender la sociedad actual como conjunto, al menos en el mundo de cultura y desarrollo caracterizados por lo que entendemos el modelo occidental. Los rasgos más netos y trascendentes de esta sociedad de la información hace tiempo que vienen demostrando su enorme capacidad de influencia en todos los órdenes, prácticamente, de la vida social ordinaria. Así, pues, hemos de reconocer que toda nuestra sociedad es y debe ser considerada como sociedad de la información, reconociendo el poder determinante global que poseen, actualmente y con dinámicas siempre crecientes, los flujos y sistemas de información.
En segundo lugar, al aludir a una sociología de las telecomunicaciones no pretendemos más que caracterizar empírica y reflexivamente, un entorno global, eminentemente técnico y equivalente en todo a lo que hemos definido como (SI) pero del que escogemos, como objeto privilegiado y singularizado de análisis, el complejo tecnológico que llamamos telecomunicaciones. Se trata de un conjunto de técnicas, generalmente complejas y altamente racionalizadas, destinadas específicamente a materializar lo que puede entenderse por comunicación mecánica a distancia, siempre por el intermedio de procesos físicos, generalmente de tipo eléctrico y electrónico.

Qué es la sociología y qué estudia

La sociología es una ciencia de la sociedad, que estudia y contempla de forma global o parcial, general o especializada, las diversas colectividades, asociaciones, grupos e instituciones sociales que los hombres forman, según Giner; es decir, cualquier expresión emanada de las sociedades humanas. Puede definirse, en resumen, como la rama del conocimiento cuyo objeto es la dimensión social de lo humano. Y siendo una ciencia de las interrelaciones, la sociología acomete sobre todo el estudio de los hechos y de las relaciones sociales, desmenuzando sus contenidos, explicando su sentido y estableciendo sus influencias de todo tipo, tanto en el ámbito interno como en relación con el entorno. Son, pues, típicos objetos de estudio la naturaleza del hecho o la institución, su estructura y los procesos en los que intervienen o se ven inmersos.
La sociología es una ciencia social, evidentemente, pero también es inevitablemente ciencia humana, y por eso en su objeto de estudio siempre destaca el hombre y sus problemas, actividades e ideales. Es la sociabilidad lo que caracteriza a los humanos y la sociología fija sus intereses, es decir, sus análisis y su prospectiva racional, sobre todo cuanto afecta a esta sociabilidad.
pueden ser objeto de estudio sociológico, todas las instituciones humanas, por ejemplo la ciencia o la tecnología, con un enfoque funcional o histórico, acometiéndolas bien como un todo, bien en alguna de sus versiones o concreciones. Así, se establece una Sociología de las Telecomunicaciones ya que éstas constituyen un conjunto de técnicas perfectamente identificadas y sobre cuya especificidad como productos de la sociedad actual nadie duda en estos inicios del siglo XXI.

Podemos, entonces, establecer como principales objetos de estudio de la sociedad de la información éstos:
1. Las relaciones sociales inmersas en un mundo tecnificado y cada día más influenciado y modulado por las TIC.
2. Las propias vías y formas de afección de rasgos y caracteres entre el complejo Ciencia-Técnica y los hechos y relaciones sociales; en ambos sentidos.
Y como el análisis sociológico prescribe, este estudio de relaciones e influencias ha de acometerse desde distintos puntos de vista y enmarcados en los diferentes ámbitos epistemológicos (del conocimiento) que sean de aplicación. En definitiva, hay que preguntarse -y responder- al cómo en primer lugar, pero sobre todo al por qué y al para qué y, si procede, al para quién.

La sociedad de la información: génesis moderna, complejo universalista

Pero si hemos de asumir que el marco en el que nos hallamos es lo que entendemos por SI, que evidentemente engloba al entorno técnico y humano de las telecomunicaciones, es inevitable explicar, al menos esquemáticamente, el desarrollo y los rasgos más definitorios de la misma, como paso previo necesario a la construcción de una Sociología de las Telecomunicaciones.
Es verdad que esta SI, de tan densa presencia en el mundo técnicamente avanzado, muestra una trayectoria larga, de movimientos inicialmente lentos pero de velocidad de crucero creciente y, desde luego, de vocación globalizadora. Va adquiriendo forma desde finales del siglo XIX como un producto incontestable y natural de la Revolución industrial y de su dinamismo racionalizador. Pero por ello mismo esta forma crecientemente informatizada, es decir, matematizada, es deudora de la etapa anterior, es decir, de los siglos XVII y XVIII, que son el marco temporal en el que se construye el mundo moderno, mientras tienen lugar, primero, la revolución científico-técnica, después la Ilustración y la formación de la economía liberal y finalmente, como producto y resumen de todo ello, la Revolución industrial. 3
Como bien se sabe, el impulso bélico y el control del Estado sobre los ciudadanos y sus actividades aparecerán permanentemente caracterizando estos esfuerzos de racionalización y estas novedades en la búsqueda de una sociedad más y más racionalizada, unificada y matematizada. A lo largo de la historia, las realidades de la guerra han afectado gran cantidad de creaciones científico-técnicas.
Armand Mattelart, en su magnífica obra Historia de la sociedad de la información, resume de forma magnífica esta génesis subyugante, crecientemente avasalladora, de que la idea de una sociedad regida por la información está inscrita, por así decirlo, en el código genético del proyecto de sociedad inspirado por la mística del número… El pensamiento de lo numerable y mensurable se convierte en el prototipo del discurso verdadero, al mismo tiempo que instaura el horizonte de la búsqueda de la perfectibilidad en las sociedades humanas. Y por eso este autor data los primeros pasos históricos de esta forma de sociedad bastante antes de que se instalara la noción de información en el lenguaje y la cultura de la Modernidad, ya que es muy anterior el proceso en el que se consagra a la matemática como modelo del razonamiento y de la acción útil.
La SI, según vemos, se constituye como un sistema de elementos heterogéneos y de interrelaciones de muy distinta naturaleza. El cuadro quiere representar, aun esquemáticamente, este despliegue de realidades sociales, con esta descripción:
a) El núcleo constitutivo de esta nueva sociedad que llamamos de la información son las telecomunicaciones, una mezcla de ciencia y técnica de fulminante expansión, sobre todo como artículos de consumo general.
b) La realidad de la SI corresponde al marco más global (toda la realidad es social, y a ella la llamamos SI).
c) Esta realidad puede analizarse según coordenadas diferentes, atendiendo al marco espacial (con su diversidad cultural), al marco temporal (estudio histórico) o el marco ético (según normas de moral común).
d) Hay dos componentes materiales muy significativas: el territorio y la actividad económica, ambas interactuando. En este apartado entrarían las afecciones al medio ambiente, cuyo estudio se refiere generalmente a los impactos paisajísticos y fisiológicos a partir de la ubicación de las instalaciones.
e) Y siempre hay otros dos elementos inmateriales a considerar, como son el marco políticojurídico (con sus diferenciaciones obvias) y el del riesgo inherente a toda tecnología con contenido conflictual.
De esta manera, toda referencia a la sociedad de la información es una alusión a la realidad social amplia, que está notable y crecientemente afectada por las TIC; éstas a su vez repercuten en todas sus coordenadas y elementos, tal y como refleja el cuadro. De ahí que la SI sea, por una parte, una realidad convencional, es decir, histórica y material; y por otra novedosa y generatriz.

La dualización que imprime la SI

Aunque todavía tienen cierto éxito los planteamientos, o teorías, que confieren a la SI un poder homogeneizador en lo social e incluso en lo económico y lo político, la realidad es que con su extensión y consolidación se han abierto nuevos procesos de disgregación, principalmente dualizando la sociedad, es decir, diferenciándola en dos grandes grupos a partir de la presencia y el protagonismo de las TIC. 5
Este fenómeno de la dualización social atribuible, al menos en parte, a las TIC ha sido estudiado atentamente por el sociólogo Manuel Castells con la pretensión de elaborar nada menos que una nueva teoría del espacio y, a través de ella, una nueva teoría de la sociedad capaz de interpretar los nuevos fenómenos de nuestra era: la era de la información. Para ello desarrolla su concepto de ciudad dual, reconociendo que éste es un tema clásico de la sociología urbana, pero llamando la atención sobre una nueva forma de dualismo urbano en auge, una forma conectada específicamente al proceso de reestructuración y expansión de la economía informacional.
Desde luego que esta dualización afecta en primer lugar a las relaciones capital-trabajo, con el proceso creciente de diferenciación entre una economía formal basada en la información y otra informal basada en la fuerza de trabajo descualificada. Y por lo que se refiere a la estructura ocupacional esta dualización se expresa con la notable reducción de los niveles medios en beneficio de los extremos: un estrato social superior connotado por privilegios, valores y cualificaciones y un nivel inferior distante y desmotivado. La ciudad dual, manifestada en la coexistencia espacial de un gran sector profesional y ejecutivo de clase media con una creciente subclase urbana, ejemplifica el desarrollo contradictorio de la nueva economía informacional y la conflictiva apropiación de la ciudad central por grupos sociales que comparten el mismo espacio mientras que son mundos aparte en términos de estilo de vida y posición estructural en la sociedad. Este proceso ha continuado el iniciado en la década de 1970, agudizándolo. Así, tres fenómenos interrelacionados han añadido complejidad a la nueva estructura social urbana:
1. La explosión de la economía informal, con numerosas actividades de ingresos no regulados.
2. La reducción del nivel de participación en la fuerza de trabajo, lo que se relaciona con las formas económicas antes citadas, que también se conoce por economía sumergida.
3. La proliferación de la economía criminal, particularmente la relacionada con el tráfico de drogas y armas, prostitución, pederastia…
También los salarios siguen una pauta dual, advirtiendo Castells su polarización en las industrias de alta tecnología como la microelectrónica… (en la que) tienden a tener dos niveles en la distribución de los ingresos (alto y bajo)… De alguna manera la reducción del número de trabajos con retribuciones medias es producto de la tecnología, así como también de la existencia de un ambiente no sindicalizado.
Los mitos de la sociedad de la información
En este texto llamamos la atención sobre la propagación y vigencia de numerosos mitos en relación con la entidad, influencia y promesas de las TIC, constituyentes caracterizadas de la sociedad desarrollada contemporánea. Penetrada 6
por estos mitos, esta sociedad, llamada de la información, o cibersociedad, asiste además a una exhibición de euforia sin precedentes. Al mismo tiempo, como contrapartida necesaria las falacias y contradicciones en que incurre esta cibersociedad apenas adquieren tratamiento, difusión o predicamento, quedando arrumbados en la marginalidad tanto los disidentes de ese optimismo generalizado como el incipiente movimiento social crítico, que cada día aporta y describe nuevos impactos negativos de muy variada índole, que van desde lo físico-natural a lo político y cultural, pasando por lo fisiológico, lo psicológico y lo espiritual. Llama la atención, efectivamente, la escasa producción crítica surgida desde las ciencias sociales, y al mismo tiempo la gran abundancia de abanderados de esas tecnologías y de esa sociedad, que desde ese mismo campo son asumidas como si fuesen traídas por fuerzas un tanto misteriosas y casuales, pero desde luego benéficas y maravillosas. La actitud acrítica, generalmente suplida con el entusiasmo y la cibereuforia, consigue un extenso consenso en sintonía y coincidencia con el vigor y las pretensiones de las poderosísimas fuerzas económicas que impulsan este sector.
En esta actitud, mayoritaria y clamorosa, es muy raro encontrar la menor indagación sobre cuáles han sido los móviles principales -económicos, políticos, históricos- en el desarrollo de las TIC, y tampoco abundan los análisis que partan, sencillamente, de plantearse preguntas tan sencillas, directas e inaplazables como el qué, el cómo, el por qué y el para qué (incluso el para quién), siempre en relación con los contenidos y el desarrollo de la cibersociedad. La ingeniería, muy eficazmente apoyada en el impulso comercial, quiere y consigue que el panorama de creaciones y sugerencias de las TIC se cubra con el qué y el cómo, y obstaculiza de hecho que las ciencias sociales se planteen las otras preguntas, el por qué y el para qué, mucho más interesantes y trascendentes.
En la crítica de la sociedad de la información creemos en primer lugar que habría que distinguir, en el terreno de lo objetivo y directo, entre lo sustancial y lo accidental, y entre los avances científico-técnicos tangibles y percibidos y el progreso humano-social, mucho más incierto y esquivo. Y en segundo lugar, convendría comprobar si la implantación de la cibersociedad es paralela, coherente o contradictoria con el proceso de desarrollo general y global, tanto en lo humano-social como en lo geográfico-territorial. Porque, mientras asistimos a la liquidación del Estado de bienestar con el empobrecimiento de cada vez más amplias capas de población, la dualización de la sociedad y la lenta desaparición de la clase media, parecería de ilusos cantar sin más las ventajas del proceso científico-tecnológico.
Algunos mitos e ilusiones de la sociedad tecnológica moderna
Parece fuera de toda duda que el mundo desarrollado y las sociedades contemporáneas crecientemente integradas por el nexo tecnológico construyen y cultivan mito tras mito a lomos de los avances científico-técnicos, lo que genera una y otra vez fracasos y decepciones que, sin embargo, logran ser discretamente ocultados e incluso enmascarados como triunfos y avances. Concretamente, los 7
cibermitos vienen logrando un alto y extenso reconocimiento social pese a sus evidentes y, en gran medida, crecientes aristas y secuelas negativas.
Antes de describir algunos de los mitos de mayor aceptación tengamos en cuenta los elementos básicos de la definición de mito, en definitiva un lugar común, una referencia estable o una promesa ideológica que, precisamente por serlo, pocas veces se somete a discusión; pero también es verdad que no son construcciones espontáneas ni inocentes y que conllevan una particular manera de contemplar la realidad social. La cibereuforia necesita alimentar sus mitos tanto más aplicadamente cuanto más difícil resulta su justificación.
1. La información útil y veraz

El mito primero, básico y fundacional es quizás el más insostenible, ya que no es posible ignorar que en la sociedad de la información en la que vivimos precisamente la información -sea flujo, sea mensaje, sea mercancía- alcanza unos niveles de degradación, manipulación y falseamiento que resultan difíciles de ubicar en algún otro momento, no bélico, de la historia moderna. La proliferación de modos y vías de información libre y autónoma -que es una realidad de evidente potencial positivo y que mueve a esperanza en la lucha frente a los poderes- no llega a neutralizar los efectos globales devastadores de los grandes sistemas informativos e informacionales.
Esa realidad incontrovertible de la abundancia de los flujos de información en la cibersociedad, nota cuantitativa, difícilmente puede ser incluida entre sus ventajas, entre otras razones porque la plétora y la saturación de información resulta al menos tan negativa y desesperante como lo contrario; y no digamos nada sobre la inmensa capacidad de la propagación de perversidades, bulos y falsedades que la cibersociedad nos brinda. Scott Lash destaca la paradoja de la sociedad de la información, ya que su aparente racionalidad puede resultar en la increíble irracionalidad de las sobrecargas de la información, la información errónea, la desinformación y la información descontrolada. Se juega aquí una sociedad desinformada de la información.
2. La mejor intercomunicación social
Resulta grotesco, por otra parte, anunciar la buena nueva de la cibercomunicación a la sociedad disgregadora en la que sobrevivimos, predicando este segundo mito que pretende describirnos una sociedad en rápida e irreversible marcha hacia la intercomunicación universal cuando -siendo evidente que vivimos una etapa de comunicación ubicua, masiva, aparentemente insaciable- asistimos a la eclosión de todas las formas de incomunicación o de comunicación conflictiva: internacional, socioeconómica, política, cultural, familiar… Y como muestra, y sólo dentro del apartado político-internacional, contemplemos cómo proliferan los muros, las verjas, las restricciones y los rechazos, nada virtuales, que separan países, pueblos y 8 ; y cómo el etnocentrismo, el racismo abierto, las relaciones coloniales y los abusos marcan en medida creciente las relaciones humanas globales. 9
Actualmente son muchos los que creen que no se debe descartar el advenimiento, en un horizonte temporal cada vez más definido, de una cibersociedad sin libertades. Las utopías negativas –distopías- con que nos han regalado algunos espíritus críticos y sagaces del siglo XX no deben considerarse tan distantes ni exageradas3 . Por lo demás, es frecuente que en sus informes anuales la prestigiosa organización Amnesty International califique la situación general, concretamente por lo que a derechos humanos se refiere, de panorama de barbarie o tendencias regresivas.
3 Hace tiempo que la opresiva sociedad tecnológica descrita en la famosa obra 1984, de Orwell, ha dejado de ser, precisamente, utópica. Para el análisis comparado de las tres sociedades tecnológicas reflejadas por las famosas distopías 1984, Un mundo feliz, 1984 y Fahrenheit 451 ver Costa Morata, Pedro (2006): Tecnoutopías de la desolación del siglo XX.
4 El País, 23-11-2006.
5. Los avances democráticos
El mito quinto, el de la democracia avanzada en general, y la ciberdemocracia en particular, se enfrenta a realidades espesas y punzantes, poco prometedoras y que plantean con presión urgente la discusión sobre las insuficiencias, así como las trampas, de la democracia occidental, que siendo una creación instrumentalizada de la burguesía de los siglos XVII y XVIII, ha mantenido sus vicios originales e incrementado su incapacidad democrática. Podrían incluso aumentar las vías de intervención corrupta en los asuntos públicos con novedades tan atractivas y publicitadas como el voto electrónico (que, por cierto, no acaba de convencer, menos a técnicos que a políticos). Un estudio del Brennan Center, holandés, informaba recientemente de que un equipo de doce hackers podría cambiar el rumbo de unas elecciones… y (los expertos) detectaron 120 formas de sabotaje a las que son vulnerables estos aparatos4 .
Cada avance tecnológico -desde el telégrafo óptico hasta la informática, pasando por el teléfono, la radio y la televisión- ha levantado algo más que esperanzas en cuanto a los avances democráticos (tanto en cantidad como en calidad) y la afirmación del progreso; y una y otra vez se han visto incumplidos las promesas y el optimismo que esos despliegues tecnológicos suscitaban. Armand Mattelart nos recuerda que con cada generación técnica se reavivará el discurso salvífico sobre la promesa de concordia universal, de democracia descentralizada, de justicia social y prosperidad general. Cada vez, también, se comprobará la amnesia respecto a la tecnología anterior.
6. La dimensión social de las personas
El mito sexto nos asegura que las TIC, y concretamente diversas funciones de la red Internet (chats, blogs, redes sociales en general), incrementan la dimensión social de las personas lo que, teniendo su parte de verdad, hay que contraponerlo con el incremento del individualismo, tanto el patológico -el aislamiento, o ciberautismo– como el social. En una sociedad en la que los estímulos profundos y estructurales al individualismo y el egoísmo son tan fuertes y numerosos no se entiende bien cuánto podrían hacer, en sentido contrario, las TIC. 10
De ahí que el individualismo que estimulan las TIC sí sea objeto de estudios y análisis, y desde luego parece predominar la opinión de que éste constituye uno de los rasgos más evidentes de la cibersociedad. También lo son las numerosas patologías relacionadas con ese individualismo, en gran medida expresadas como disfunciones de tipo psicológico. El aislamiento social, la adicción a Internet y sus numerosas posibilidades, el descontrol del gasto y otros vicios de generación y desarrollo recientes constituyen ya auténticas ciberpandemias que pesan mucho más que las realidades socializadoras, sin duda existentes pero de cuyos efectos no se debiera afirmar -como tanto se repite- que estén cambiando el mundo.
Por otro lado, el exclusivismo que afecta a esa élite que brilla en el espacio de las TIC, o a esa legión de aspirantes entregados a triunfar en tan atractivo mundo, poco o nada de positivo ha de tener en relación con una sociedad que se pretende democrática. La dualización -que tan rigurosamente analiza Castells en La ciudad informacional, sobre todo en el plano económico-marca contundentemente una sociedad en la que la aristocracia técnica consigue marcar más que nunca las distancias, aunque se pretenda revestir a la cibersociedad de elementos y dinámicas homogeneizadoras e incluso democratizadoras. Lash subraya que en el orden de la información es más central la exclusión que la explotación, y observa, como no podía ser de otra forma, que una supraclase autoexcluida lleva a una infraclase excluida a la fuerza. Así son las cosas en el orden global de la información: el poder y la desigualdad son quizá más detestables y violentos, y la crítica de la información debe lidiar con ello.
7. La reducción del trabajo y el aumento del ocio
No debemos dejar de lado ese mito, el que pretende vincular la cibersociedad con la reducción del tiempo de trabajo y el aumento del ocio, anuncios que, más allá del reciente surgimiento de la cibersociedad, nos venían profetizando los propagandistas del crecimiento económico desde los años de 1960 (entre las maravillas que nos iba a deparar el año 2000).
Hoy, sin embargo, los hechos son muy distintos, y si por una parte se incrementa la jornada real, incluso en la modalidad sin remuneración, por otra se reducen los salarios en términos reales desde los años de 1970/80 en todos los países del mundo, incluyendo significativamente los más ricos. Se agudizan, además, las diferencias, es decir, que la masa monetaria con destino los asalariados reduce su peso en relación con las rentas del capital (es decir, los ingresos de empresarios, accionistas y especuladores). También aumenta el trabajo esclavo.
La propuesta discutida recientemente en el Parlamento europeo sobre la implantación de las 65 horas de tiempo de trabajo semanal en el seno de la Unión europea se inscribe en este proceso, por increíble que parezca, y podemos estar seguros de que ha quedado incrustado en la agenda comunitaria, esperando otra oportunidad para un nuevo asalto. En todo caso, queda claro que, muy probablemente coincidiendo con la etapa histórica de configuración de la cibersociedad, se ha producido el punto de inflexión hacia jornadas más largas, 11
desde los tiempos en que, arrancando en la Segunda Guerra Mundial, mostraban una reducción tendencial.
Quedaría por aludir a la ambigua relación, aparentemente inversa, entre tiempo de trabajo y disfrute del ocio, para dejar establecido que la sociedad contemporánea, que es consumista antes que cibernética, convierte el tiempo libre en nuevas formas de producción económica por lo que, en consecuencia, el ocio modulado (y fagocitado por las TIC) no siempre debe ser considerarlo verdadero ocio.
8. La mejora del medio ambiente
El mito ciberambiental sigue la estela de una creencia que ya no es fácilmente defendible: que la electrónica en general y las telecomunicaciones en particular (o sea, las TIC) constituyen tecnologías limpias. Y aunque se trate de tecnologías alejadas de otras, de acreditado y bien conocido impacto (las de la industria química o energética, las de las obras públicas…), ya no es posible eximirlas de una neta responsabilidad ambiental. En la fiscalización ambiental de las TIC, que tiene lugar desde principios de los años de 1970 a raíz de la contaminación múltiple dada a conocer en el área del Silicon Valley, han de distinguirse estos aspectos:
1. El problema de la gestión de los desechos electrónicos.

2. El alto consumo en materiales, agua y energía: la industria de lo inmaterial consume abundantes recursos; a destacar el creciente aumento del consumo de energía, tanto en el funcionamiento de los sistemas como en los procesos de fabricación.
3. El problema de la influencia en la salud de los campos electromagnéticos. Que numerosos estudiosos vienen desvelando como resultado de una preocupación surgida, una vez más, de minorías de la comunidad científico-técnica; pero en la que no entraremos aquí.
9. Avances en la calidad de vida
Otro mito relaciona las TIC directamente con la calidad de vida, y aunque este concepto no quede habitualmente bien definido, debido a su complejidad y a los diferentes criterios empleados en su determinación, no es difícil poseer una idea intuitiva e inmediata que nos lo aclare. Desde luego, nuestra calidad de vida no mejora si los medios de comunicación nos manipulan y engañan, si incrementamos el aislamiento tecnológico o si sentimos que nuestras libertades decaen o son vulneradas por alguna de las mil intermediaciones telemáticas; o si somos conscientes de que entregamos cada vez más tiempo, humor y esfuerzo a nuestra empresa a cambio de satisfacciones menos que proporcionales… o si nuestro ambiente se envilece con nuevos contaminantes, aunque sean sutiles e invisibles.
La calidad de vida debe distinguirse claramente, desde luego, del nivel de vida: la primera nos remite a lo cualitativo, la segunda a lo cuantitativo; y también en el 12
caso de las TIC y su consumismo se hace necesario tomar en cuenta las contradicciones e incluso las incompatibilidades entre calidad y nivel de vida. Simplemente considerando que, como debe ser evidente, la calidad de vida tiene que ver con la salud física y por supuesto mental, las afirmaciones que la relacionan directamente con el avance de la cibersociedad quiebran estruendosamente, ya que nunca la agitación y las prisas, el estrés y, en general, ese pobladísimo cajón de sastre en el que encuentran acogida las llamadas patologías de la vida moderna habían alcanzado un nivel tan preocupante como tras el establecimiento de la sociedad de la información. Y esas patologías van directamente contra la calidad de vida. ¿Es el incremento y la ubicuidad de la videovigilancia, por ejemplo, un indicador de nivel de vida o de calidad, positivo o negativo? ¿Y la adicción en la utilización del teléfono móvil?
10. Una revolución digital
El último de esta relación de mitos más socorridos pretende que los cambios que introducen las TIC en la sociedad son tan profundos y decisivos que dan lugar a una situación distinta y trascendente, que debe considerarse revolucionaria. De ahí la usual apelación a estos cambios como revolución, una veces llamada digital, otras veces informática. Sería ésta la quinta5 , al menos, revolución tecnológica desde que la Revolución industrial inició esta cadencia -cada vez más acelerada- de revoluciones… lo que hace dudar de que todas ellas hayan de serlo.
5 En esta serie histórica de revoluciones la industrial, iniciada en las últimas décadas del siglo XVIII, es la primera; la química (más o menos simultánea con la eléctrica) es la segunda; la electrónica es la tercera; y la atómica es la cuarta. La última, la de las TIC, o ciberrevolución, se añade a esa serie, aparentemente excesiva, siguiendo el postindustrialismo (Bell) y en un entorno postmoderno (Lyon).
No nos preguntaremos aquí qué es una revolución, ni siquiera en qué consisten las de tipo tecnológico, pero sí nos interesa precisar que lo verdaderamente importante es el análisis de la posible revolución social que origina un determinado conjunto de técnicas; y distinguir entre procesos que puedan tener lugar simultáneamente y que produzcan, en consecuencia, confusión y mixtificación. Sobre todo, hemos de tener en cuenta que una revolución es un hecho histórico singular, relevante y positivo, que implica cambios cuantitativos y cualitativos y que afecta a la marcha de la Humanidad. Elementos tan visibles y determinantes en la cibersociedad como son la exclusividad, la desigualdad y diferenciación, las consecuencias negativas, poco conocidas o mal evaluadas, y la afirmación de un poder que tiende a ser global y absorbente en lo económico, lo político y lo cultural… necesitan de mucho más que de la espectacularidad de los avances técnico-comerciales (o de la propaganda abrumadora) como para que sean considerados parte de una situación tan novedosa y deseable que merezca el calificativo de revolucionaria.
Pero son muchos más los mitos, nada menores, que se erigen en leyes e incluso dogmas por la simple fuerza de su repetición y proclamación, y cuya refutación queda como responsabilidad de escasos críticos que, además, no tardan en recibir el calificativo de retrógrados. Uno de ellos es el que dicta que el sector de 13
las TIC es gran generador de empleo, dando por descontada la cuadratura del círculo; porque la finalidad esencial del proceso tecnológico desde el inicio de la era industrial es mejorar los resultados económicos mediante incesantes incrementos de productividad, y esto ha contado, sistemáticamente, con la reducción de la mano de obra. Otro es el que augura una nueva era en la enseñanza -por supuesto, verdaderamente positiva y hasta revolucionaria- debido a la implantación masiva de las TIC en las aulas.
Como conclusión, es evidente que vivimos una etapa histórica en la que los mitos de tipo tecnológico se extienden y consolidan. Se trata, en general, de una sobrevaloración de las ventajas (incluyendo las aparentes) y la correspondiente minusvaloración de los problemas que la cibersociedad presenta y difunde, así como de sus consecuencias. Los mitos prosperan impulsados por el poder sin precedentes de las grandes corporaciones del negocio de las TIC, y concretamente de la publicidad y la presión propagandística a las que vivimos sometidos. Y contribuyen a ello una legión de científicos, intelectuales y ciberexpertos en general.
Pero también esta época es de una alta entropía física y social, lo que debiera resultar radicalmente incompatible con creencias mitológicas, ejercicios frívolos o ilusiones sobre logros y avances de tipo tecnológico. La hipercomunicación, concretamente, supone una incitación irresistible al consumo incesante de cachivaches electrónicos que nos conectan a todo y de forma permanente, pero que a la vez implican una cierta degradación de nuestro entorno físico y mental. Y la proliferación de sistemas basados en las TIC, cada vez más complejos y complicados, introduce mayor fragilidad y vulnerabilidad sociales, no sólo a consecuencia de los propios fallos y riesgos tecnológicos sino también por su propia dinámica, altamente generadora de nuevos y más serios problemas.
Por otra parte, el convencimiento de que las TIC son un logro absoluto del género humano, cuando son un producto de la cultura y la sociedad occidentales, nos lleva a exportar -en realidad imponer- estas tecnologías por todo el mundo, convenciéndonos a nosotros mismos de que nos mueve el generoso y visionario anhelo de procurar el desarrollo para todos en lugar de un pernicioso objetivo económico y cultural de dominación. No hay que investigar mucho, sin embargo, para comprobar que lo sucede es muchas veces lo contrario, siendo atribuible a las TIC, y su ideología, ese novedoso producto de la brecha digital, de vocación y dinámica crecientes, a través de la cual exportamos nuevas diferencias y retrasos a extensas áreas del planeta, con millones de personas que sienten en algún grado la frustración de no poder llegar nunca a lo que, sin embargo, se les ofrece como progreso y salvación.