Relacion de la etica con la matematica

Que es la ética?


Es un tipo de saber que busca orientar la acción humana en un sentido racional. Hay saberes fundamentalmente teóricos, contemplativos, que no les importa en principio orientar la acción, la ética es en esencia un saber para actuar de un modo racional.

Desde los primeros pasos de la ética occidental en Grecia, unos 400 años antes de Cristo, suele realizarse una primera distinción en el conjunto de los saberes humanos entre los teóricos, preocupados por averiguar ante todo que son las cosas, sin un interés explicito por la acción y los saberes prácticos, a los que si les importa discernir lo que debemos hacer, como debemos orientar nuestra conducta. Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos que dirigen la acción para obtener un objeto o un producto concreto (como el caso de la técnica o el arte) y los que siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar bien racionalmente, en el conjunto de la vida entera, como es el caso de la ética.

 

Modos del Saber Ético (Modos de Orientar Racionalmente la Acción)


Estos modos son fundamentalmente dos:

1) aprender a tomar decisiones prudentes

2) aprender a tomar decisiones moralmente justas

Obrar racionalmente significa saber deliberar antes de tomar una decisión con objeto de realizar la elección más adecuada y actuar según lo que hayamos elegido. La ética tiene por tarea mostrarnos como deliberar bien con objeto de hacer buenas elecciones. Pero no solo en un caso concreto sino a lo largo de nuestra vida.

La palabra ética viene del término ETHOS que significaba CARÁCTER o MODO DE SER. El carácter que un hombre tiene es decisivo para su vida porque aunque los factores externos los condicionen en un sentido u otro el carácter desde el que los asume es el centro último de decisión.

La ética es pues en un primer sentido, el tipo de saber que pretende orientarnos  en la forja del carácter, siendo consciente de que elementos no está en nuestra mano modificar, transformemos los que si pueden ser modificados, consiguiendo un buen carácter, que nos permita hacer buenas elecciones y tomar decisiones prudentes. La ética se propone como decía Aristóteles, aprender a vivir bien.

Fines, Valores y Hábitos

Tener conciencia de los fines que se persiguen y habituarse a elegir y obrar en relación con ellos es la clave de una ética de las personas y de una ética de las organizaciones. A los modos de actuar ya asumidos  que nos predisponen a obrar en el sentido deseado y que hemos ido incorporando a nuestro carácter por repetición de actos, lo llamamos hábitos.

La ETICA en un primer sentido, es un tipo de saber practico, preocupado por averiguar cual debe ser el fin de nuestra acción, para que podamos decidir que hábitos hemos de asumir, como ordenar las metas intermedias, cuales son los valores por los que hemos de orientarnos, que modo de ser o carácter hemos de incorporar con objeto de obrar con prudencia es decir tomar decisiones acertadas.

El hecho mismo de que existe el saber ético, indicándonos como debemos actuar, es buena muestra de que los hombres somos libres para actuar en un sentido u otro por muy condicionada que este nuestra libertad, porque si “debo” es porque “puedo”: si tengo conciencia de que debo obrar en un sentido determinado, es porque puedo elegir ese camino u otro. De ahí que la libertad va estrechamente ligada a la responsabilidad, ya que quien tiene la posibilidad de elegir en un sentido u otro, es responsable de lo que ha elegido: tiene que responder de su elección, porque estaba en su mano evitarla.

Libertad y responsabilidad son indispensables en el mundo ético pero también lo es un elemento menos mencionado habitualmente: el futuro. La ética necesita contar también con proyectos de futuro desde los que cobran sentido las elecciones presentes. Los proyectos éticos no son proyectos inmediatos sino que necesitan contar con un futuro, con tiempo y con sujetos que por ser en alguna medida libres, puedan hacerse responsables de esos proyectos, puedan responder por ellos.

Ejemplos de Principios Éticos sencillos

  1. Haz el bien y evita el mal.
  2. No quieras para otro lo que no quieres para ti.
  3. No actúes en contra de la naturaleza humana.
  4. Se debe favorecer la dignidad humana.
  5. No vale todo.
  6. El mal no debe hacerse ni para conseguir un bien.

Para muchos la mejor regla ética es ésta: «Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo«. Amar significa desear el bien de modo que esta regla de amor busca el mayor bien para sí mismo, acierta con el bien para los demás y cumple los seis principios anteriores.

El carácter de las personas y de las organizaciones:


En lo que respecta a las personas el saber ético les orienta para crearse un carácter que les haga felices: los hábitos que les ayuden a ser felices serán virtudes, los que les alejen de la felicidad, vicios. La felicidad es el fin último al que todos los hombres tienden y la ética se propone, en principio ayudar a alcanzarla. En lo que refiere a las organizaciones, carecería de sentido empeñarse en que su fin sea la felicidad, porque felices son las personas, no los colectivos. Cada organización tiene una meta por la que cobra sentido, de ahí que sea más importante averiguar cuál es su meta, su finalidad y que sus miembros se esfuercen por alcanzarla, que diseñar un conjunto de reglamentos y normas: el sentido de las actividades viene de sus fines y las reglas solo pueden fijarse teniendo en cuenta los fines. El fin de las organizaciones es sin duda un fin social, porque toda organización se crea para proporcionar a la sociedad unos bienes. Estos bienes se obtienen desarrollando determinadas actividades cooperativas. Los bienes pueden ser internos  o externos  a ella. Porque cada actividad persigue un tipo de bienes que no se consiguen mediante otras, sino que solo ella puede proporcionar (internos) y como es obvio también para alcanzarlos unos medios resultan adecuados y otros totalmente inapropiados. Las distintas actividades también producen bienes externos a ellas porque son comunes a todas o muchas de ellas. En el caso del prestigio, el dinero o el poder, que pueden lograrse desde el deporte, el arte, la empresa, etc. no siendo privativos de ninguna de ellas.

Ética de las Organizaciones

Para diseñar una ética de las organizaciones sería necesario recorrer los siguientes pasos:

  1. determinar claramente cuál es el fin específico, el bien interno a la actividad que le corresponde y por el que cobra su legitimidad social.
  2. averiguar cuáles son los medios adecuados para producir ese bien y que valores es preciso incorporar para alcanzarlo
  3. indagar que hábitos han de ir adquiriendo la organización en su conjunto y los miembros que la componen o para incorporar esos valores
  4. discernir qué relación debe existir con las distintas actividades y organizaciones
  5. como también entre los bienes internos y externos a ellas

A la hora de diseñar los rasgos de una organización y sus actividades, es imprescindible tener en cuenta, además de los cinco puntos mencionados, los dos siguientes:

  1. cuáles son los valores de la moral cívica de la sociedad en la que se inscribe,
  2. que derechos reconoce esa sociedad a las personas. Es decir, cual es la conciencia moral alcanzada por la sociedad.

Fundamentos de la Ética

La ética es tan innata al individuo, que cuando esta se desvía él siempre tratará de vencer su falta de ética.

En el momento en que aparece en él un punto débil en cuanto a su ética, lo sabe. En ese momento comienza a intentar volverse ético, y en la medida en que pueda contemplar conceptos de supervivencia a largo plazo puede tener éxito, aunque carezca de la tecnología de ética.

No obstante, demasiado a menudo, el individuo se pone a sí mismo en una situación fuera de ética, y si no tiene tecnología con que resolverlo de forma analítica (racional), su “solución” es creer o pretender que se le hizo algo que provocó o justificó su acción no ética; y en ese punto comienza su declive. Cuando eso ocurre, realmente nadie le hunde más que él mismo.

Y una vez en declive, sin la tecnología básica de ética, no tiene modo de volver a ascender: se derrumba directa y deliberadamente. Y aunque tenga muchísimas complejidades en su vida, y haya otras personas acabando con él, todo comienza con su desconocimiento de la tecnología de ética.

Los hombres son estructuralmente morales

La moral es un saber que acompaña desde el origen a la vida de los hombres, aunque haya ido recibiendo distintos contenidos. A la parte de la Filosofía que reflexiona sobre la moral la llamamos “ética” o filosofía moral y llamamos moral (a secas) a ese saber que acompaña a la vida de los hombres haciéndoles prudentes y justos. Se trataría de distinguir entre “moral vivida” (moral) y “moral pensada” (ética).

La ética como filosofía moral tiene tres funciones:

  • aclarar que es lo moral, cuáles son sus rasgos
  • fundamentar la moral, tratar de inquirir cuales son las razones para que los hombres se comporten moralmente
  • aplicar a los distintos ámbitos de la vida social los resultados de las dos primeras, que es lo que hoy se viene llamando “ética aplicada”.

La ética empresarial seria una de las partes de la ética aplicada.

Eudenomismo

Aristóteles (384-322a.C) escribió los primeros tratados sistemáticos de ética, en los que expone aquello que explica el comportamiento moral de las personas. Su teoría ética defiende que el fin último del ser humano, lo que explica su comportamiento moral, es alcanzar la felicidad. Felicidad es eudaimonia en griego, de ahí el termino eudemonismo para referirse a su ética. Aristóteles sostiene que todos los seres humanos desean, por la naturaleza. ser felices, pero es evidente que pocos lo consiguen. La principal razón es que toman decisiones equivocadas y confunden la felicidad con la ambición personal, la riqueza o el prestigio. Aristóteles cree que es preciso hacer uso de la razón y no elegir la opción más beneficiosa a primera vista, sino la más prudente, la que  se sitúa en el término medio entre el exceso y el defecto.

Hedonismo

Todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor, tenemos que reconocer como primera premisa que el móvil del comportamiento animal y del humano es el placer. La moral es entonces el tipo de saber que nos invita a perseguir la mayor felicidad del mayor número posible de seres vivos, a calcular las consecuencias de nuestras decisiones, teniendo por meta la mayor felicidad del mayor número.

El origen etimológico de la palabra hedonismo es griego. Procede del término hedonismos que se conforma por dos partes claramente diferenciadas: hedone que es sinónimo de placer y el sufijo ismos que puede definirse como cualidad o doctrina.
Se denomina Hedonistas a los defensores de esta posición, que nace en Grecia de la mano de Epicuro. Pero a partir de la modernidad la más relevante de las posiciones hedonistas en Ética es el llamado “utilitarismo”, que utiliza la máxima de la mayor felicidad del mayor número como criterio para decidir ante dos cursos alternativos de acción. Como para hacer ese cálculo es preciso tener en cuenta las consecuencias de cada uno de los cursos de acción y valorarlos desde la perspectiva del placer que proporciona cada uno de ellos, se denomina a este tipo de ética teleológica o consecuencialista y se le suele contraponer a las éticas llamadas deontológicas, que se preocupan ante todo del deber y de las normas que nacen del respeto a determinados derechos de los hombres. Los clásicos del utilitarismo son Bentham, Mill y Sigdwich.

AUTONOMIA Y DIGNIDAD HUMANA (Kantismo)


Otra posición defiende que, aunque todos los seres vivos tiendan al placer, no es esta la cuestión moral por excelencia, sino mas bien la de que seres tienen derecho a ser respetados, que seres tienen dignidad y no pueden ser tratados como simples mercancías y por tanto que deberes han de cumplirse en relación con ellos.

Entre todos los seres existentes, solo los hombres tienen dignidad, porque solo ellos son libres. Son libres porque pueden elegir y porque pueden regirse por sus propias leyes. El fundamento de la moral es entonces la autonomía de los hombres, el hecho de que pueden darse leyes a si mismos que son por lo tanto validas para todos ellos.

Estas éticas que consideran como elemento moral por excelencia los deberes que surgen de considerar a los hombres como sujeto de derecho, se suelen denominar deontológicas, en contraste con las teleológicas, que ven en el cálculo de las consecuencias el momento moral central. Quien por primera vez defendió esta posición ética deontológica fue Kant, su afirmación de que los seres racionales son fines en si mismos, tienen un valor absoluto y no pueden ser tratados como simples medios es defendida por las éticas actuales y constituye el fundamento de la idea de dignidad humana.

 

Ética del dialogo

 La razón humana es dialógica y por lo tanto no se puede decidir que normas son morales si no es a través de un dialogo que se celebre entre todos los afectados por ellas y que lleguen a la convicción por parte de todos de que las normas son correctas. Esta posición recibe el nombre de Ética dialógica, comunicativa o discursiva, son sus creadores Apel y Haberlas y tiene hoy en día seguidores en muchos países.

Creen que es posible establecer una distinción entre dos tipos de racionalidad: la racionalidad comunicativa de que hace uso quien considera a los afectados por una norma como interlocutores perfectamente legitimados para exponer sus intereses y para ser tenidos en cuenta en la decisión final, de modo que la meta del dialogo es llegar a un acuerdo que satisfaga los intereses de todos los afectados por ella y la racionalidad estratégica, de que hace uso quien considera a los demás interlocutores como medios para sus propios fines y se plantea el dialogo como un juego en el que trata de intuir que jugadas pueden hacer los demás para preparar la suya y ganarles.

Se suele entender que la empresa debe regirse por la racionalidad estratégica, dirigida a obtener el máximo beneficio, mientras que el momento moral es el de la racionalidad comunicativa, pareciendo entonces que empresa y ética son incompatibles. Sin embargo, cualquier ética aplicada (también la empresarial) debe recurrir a los dos tipos de racionalidad, porque ha de contar a la vez con estrategias y con una comunicación porque la que considera a los demás como los interlocutores validos.

La ética discursiva es, en principio, deontológica porque no se ocupa directamente de la felicidad ni de las consecuencias, sino de mostrar como la razón humana si ofrece un procedimiento para decidir que normas son moralmente correctas: entablar un dialogo entre todos los afectados por ellas que culmine en un acuerdo, no motivado por razones externas al dialogo mismo, sino porque todos están convencidos de la racionalidad de la solución. Es esta una posición deontológica que exige tener en cuenta las consecuencias en el momento de la aplicación.

Ética aplicada

La ética aplicada tiene por objeto aplicar los resultados obtenidos a los distintos ámbitos de la vida social, tendremos que averiguar de que modo pueden ayudarnos a tomar decisiones la máxima utilitarista de lograr el mayor placer del mayor numero, el imperativo kantiano de tratar a los hombres como fines en si mismos y no como simples medios o el mandato dialógico de no tener por correcta una norma si no la deciden todos los afectados por ella, tras un dialogo celebrado en condiciones de simetría.

La ética de la empresa es, en este sentido, una parte de la ética aplicada. Por eso la tarea de la ética aplicada no consiste solo en la aplicación de los principios generales, sino en averiguar a la vez cuales son los bienes internos que cada una de las actividades debe proporcionar a la sociedad, que metas debe perseguir y que valores y hábitos es preciso incorporar para alcanzarlas.

La fundamentación filosófica puede proporcionar aquel criterio racional que pedíamos al final del apartado pero este no puede aplicarse sin tener en cuenta la peculiaridad de la actividad a la que quiere aplicarse y la moral civil de la sociedad correspondiente.

Ética cívica

Según Pedro Laín Entralgo ética cívica es aquella que cualquiera que sean nuestras creencias últimas (religión positiva, agnosticismo o ateísmo), debe obligarnos a colaborar lealmente en la perfección de los grupos sociales a los que pertenezcamos: una entidad profesional, una ciudad, una nación unitaria o, una nación de nacionalidad y regiones. Sin un consenso tácito entre los ciudadanos acerca de lo que sea esencialmente esa perfección, la moral cívica no parece posible”.

En lo que se refiere a la moral, una buena parte de la población puede entenderla como una parte de la religión. Se pensaba que si la ética quiere indicarnos que carácter o estilo de vida hemos de asumir para ser felices, nadie puede descubrirlo a nuestros ojos  mejor que Dios mismo que nos ha creado. Se creía que la moral debía quedar asumida en la religión, que era como el saber para forjar un estilo de vida o para llegar a decisiones justas. Y en este sentido, debía dividirse en dos partes: la ética individual, que se refería a los deberes y virtudes que un individuo debe asumir para alcanzar su perfección, y la ética social, preocupada por las relaciones que los hombres entablan entre sí en la familia, en el trabajo y en la vida política.

Las cuestiones empresariales quedaban englobadas en la ética social, que era, a su vez una parte aplicada de la religión; sin embargo, hay que reconocer que el poder político tiende a atender a la iglesia en cuestiones de moral individual que en cuestiones de moral social. En cualquier caso, la ética aparecía como parte de la religión y como fundamentada exclusivamente en ella.

¿Podía alguien no creyente tener conciencia de estas cuestiones morales? Desde esta concepción de lo moral el no creyente se encontraba en una situación compleja a este respecto: por una parte se suponía que todos los hombres están dotados de una razón natural que les permite tener conciencia de las obligaciones morales, pero, por otra, el no creyente ya no podía encontrar un fundamento por el que fuera obligatorio cumplir esos deberes. Entonces alguien podría preguntarse: ¿Por qué debo cumplir determinados mandatos, que no son jurídicos, políticos o sociales, sino que interpelan a mi conciencia sin saber cuál es su origen?, el no creyente no pudiera (desde sus perspectivas) responder. Pero es humano se inclina a tratar de averiguar las razones por las que nos sentimos obligados a hacer algo, era peligroso suponer que el no creyente acabara dejando de sentirse orientado por lo moral, al carecer de razones para obedecerlo.

Sin religión, ¿queda algún fundamento racional para seguir presentando a todos los ciudadanos exigencias morales, o es preciso reconocer con el personaje de Dostoievski, Iván Karamazov, que “si Dios no existe, todo está permitido”? Hoy se piensa que no podemos llegar al “todo vale” en materia moral, sino alcanzar una moral cívica, que se ha ido abriendo paso, unos mínimos morales compartidos. A esos mínimos los llamamos “moral cívica”. Este tipo de moral nació con la Modernidad y es uno de los factores que hoy nos permite hablar de una ética empresarial, como también de una ética médica, ecológica, y de las distintas instituciones y profesiones, porque si es una sociedad no existe un núcleo de valores morales compartidos.

Características de la ética cívica

  1. Ética de mínimos:


    que la ética cívica es una ética de mínimos significa que lo que comparten los cuidadnos de una sociedad moderna no son determinados proyectos de felicidad, porque cada uno de ellos tiene su propio ideal de buen vivir, así sea religioso, agnóstico o ateo, y nadie tiene derecho a imponerla a otros por la fuerza. Las concepciones religiosas, agnósticas o ateas del mundo que propongan un modelo de la vida feliz constituyen lo que llamamos “ética de máximos”, y en una sociedad verdaderamente moderna son plurales; por eso podemos hablar en ellas de un pluralismo moral. Una sociedad pluralista es, entonces, aquella en la que conviven personas y grupos que se proponen distintas éticas de máximos, de modo que ninguno de ellos pueda imponer a los demás sus ideales de felicidad, sino que, a lo sumo, les invita a compartirlos a través del diálogo y el testimonio personal. Por el contrario, es totalitaria, una sociedad en la que un grupo impone a los demás su ética de máximos, su ideal de felicidad, de suerte que quienes no la comparten se ven coaccionados y discriminados. Precisamente el pluralismo es posible en una sociedad cuando sus miembros, a pesar de tener ideales morales distintos, tienen también en común unos mínimos morales que les parecen innegociables, y que no son compartidos porque los distintos sectores han ido llegando motu propio a la convicción de que son los valores y normas a los que una sociedad no puede renunciar sin hacer dejación de su humanidad.

2.

Ética de ciudadanos, no de súbditos:

es un tipo de convicción al que nos lleva la experiencia propia o ajena, pero sin imposición, la ética cívica solo ha sido posible en formas de organización política que sustituyen el concepto de súbditos por el de ciudadanos. Porque mientras se considere a los miembros de una comunidad política como súbditos, como subordinados a un poder superior, resulta difícil pensar que tales súbditos van a tener capacidad suficiente como para poseer convicciones morales propias en lo que respecta a su modo de organización social. Lo fácil es pensar en ello como menores de edad, también moralmente, que necesitan del paternalismo de los gobernantes para poder llegar a conocer qué es lo bueno para ellos.

3.

Ética de la modernidad

La Ilustración sería la  época de la entrada de los hombres en la mayoría de edad, en virtud de la cual ya no quieren dejarse guiar como con andaderas por autoridades que no se hayan ganado su crédito a pulso, sino que quieren orientarse por su propia razón. Sapere aude! Es, según Kant, la divisa de la ilustración: “atrévete a servirte de tu propia razón”. El paternalismo de los gobernantes va quedando deslegitimado y en su lugar entra el concepto moral de autonomía, porque aunque la ética y la política no se identifican, están estrechamente relacionadas entre sí, como lo están también con la religión y el derecho, de suerte que un tipo de conciencia política (como es la idea de ciudadanía) está estrechamente ligado a un tipo de conciencia moral (como es la idea de autonomía)

Derechos Humanos

Igualdad no significa “igualitarismo”, porque una sociedad en que todos los hombres fueran iguales en cuanto a contribución, responsabilidades, poder y riqueza es imposible alcanzar sino a través de una fuerte dictadura, que es justo lo contrario de la autonomía que acabamos de reconocer. “Igualdad” significa aquí lograr para todos iguales oportunidades de desarrollar sus capacidades, corrigiendo las desigualdades naturales y sociales, y ausencia de dominación de unos hombres por otros, ya que todos son iguales en cuanto autónomos y en cuanto capacitados para ser ciudadanos.

Libertad (o autonomía) e igualdad son los dos primeros valores que acogió como suyos aquella Revolución Francesa de 1789, de la que surgió la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Y son efectivamente dos de los valores que componen el contenido de la ética cívica. El tercero es la fraternidad, que con el tiempo las tradiciones socialistas, entre otras, transmutaron en solidaridad, un valor que es necesario encarnar si de verdad creemos que es una meta común la de conseguir que todos los hombres se realicen igualmente en su autonomía.

Los valores pueden servir de guía a nuestras acciones, pero para encarnarlos en nuestras vidas y en las instituciones necesitamos concretarlos, y podemos considerar a los derechos humanos en sus distintas generaciones como concreción de estos valores que componen la ética cívica.

Valores centrales de la ética cívica

En la actualidad podemos afirmar que la historia de la ética, que ha caminado paso a paso con la historia de la humanidad, ha logrado justificar racionalmente seis valores morales fundamentales: la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo, el diálogo y la responsabilidad —la unión de todos ellos constituiría, a su vez, el valor de la justicia—. Estos valores son la base de lo que hoy conocemos como ética cívica. Veamos ahora brevemente en qué consisten esos valores:

Libertad


La libertad es el primer valor a tener en cuenta porque es el presupuesto para la existencia de todos los demás. Cuando la ética nos dice lo que debemos hacer en conciencia, la libertad para escoger entre varias posibilidades tiene que presuponerse. La libertad es, pues, la condición de posibilidad del sentido de cualquier enunciado que se refiera a lo que debemos hacer. Podemos distinguir tres modos de entender la libertad:

  • Libertad como participación. Se refiere con esto a la libertad política de la que gozaban los ciudadanos en la Atenas de Pericles. Libertad significaba “participación en los asuntos públicos”, derecho a tomar parte en las decisiones comunes, después de haber deliberado conjuntamente sobre todas las opciones posibles.
  • Libertad como independencia. En el inicio de la modernidad, es decir, en los siglos XVI y XVII, aparece un nuevo concepto de libertad ligado al surgimiento del individuo; es la libertad como “independencia”. En la modernidad empieza a entenderse que los intereses de los individuos pueden ser distintos de los de su comunidad, e incluso pueden ser contrapuestos. Por lo tanto, conviene establecer los límites entre cada individuo y los demás, como también entre cada individuo y la comunidad, y asegurar que todos los individuos dispongan de un espacio en que moverse libremente sin que nadie pueda interferir. Así nace la libertad de conciencia, de expresión, de asociación, de reunión, de desplazamiento, etc. Es la libertad que nos permite disfrutar de la vida privada: la vida familiar, el círculo de amigos, las asociaciones en las que participamos voluntariamente, nuestros bienes económicos, garantizados por la propiedad privada.
  • Libertad como autonomía. En el siglo XVIII, con la Ilustración, nace la idea de libertad entendida como autonomía, según la cual, libre es la persona autónoma, es decir, la que es capaz de darse sus propias leyes. Una ley no es una simple acción, sino una universalización válida para una infinidad de acciones similares y que legitima cada una de ellas. El uso crítico de nuestra razón nos lleva a reconocer principios universales en las leyes que nos damos libremente a nosotros mismos (por ejemplo, ser coherentes, ser veraces, ser solidarios). Ser libre entonces significa saber detectar esos principios universales y aprender a incorporarlos en la vida cotidiana.

Igualdad


Tiene distintas acepciones: igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, igualdad de oportunidades, e igualdad en ciertas prestaciones sociales. Todas estas nociones son políticas y económicas y hunden sus raíces en una idea más profunda: todas las personas son iguales en dignidad, hecho por el cual todas merecen igual consideración y respeto. La igualdad exige proteger el derecho a la educación, a la atención sanitaria, al trabajo, a la vivienda, a la jubilación, etc. El valor de la igualdad exige que se vaya aprendiendo a degustar cómo los demás son iguales a él, sea cual fuere su raza, sexo, edad o condición social. El racismo y la xenofobia son obstáculos ante la conciencia de la igualdad, pero también el desprecio al pobre —la aporofobia—, al anciano, al discapacitado.

Solidaridad


Constituye una versión secularizada del valor fraternidad, que es el tercero de los que defendió la Revolución Francesa. Si la fraternidad hacía referencia a que todos los seres humanos somos hijos de un mismo padre, la solidaridad suprimirá el aspecto religioso de esta idea, pero mantendrá la idea de sentirse ligado al resto de la humanidad. La verdadera solidaridad toma en consideración a todos los afectados por la acción de una persona o de un grupo, y solicita que actuemos por una idea de justicia. Pues bien, la solidaridad tiene que ver con el esfuerzo por llevar la libertad, la igualdad y el resto de valores morales a aquellos que no pueden disfrutar de esos valores.

Respeto activo


En las democracias liberales se entiende que uno de los valores sin los que no es posible la convivencia es la tolerancia. Ciertamente es mejor que la intolerancia de quienes se empeñan en imponer su voluntad, pero la sola tolerancia implica una relación de superioridad hacia la persona “tolerada”, por lo que puede convertirse fácilmente en indiferencia, en desinterés por los demás, dejando “que cada cual piense como quiera con tal de que no moleste”. El respeto activo, en cambio, es el interés por comprender a los otros y por ayudar a llevar adelante sus planes de vida. En un mundo de desiguales, sin un respeto activo es imposible que todos puedan desarrollar sus proyectos de vida, porque los más débiles rara vez estarán en condiciones de hacerlo.

Diálogo


Desde Sócrates, en la tradición occidental se tiene al diálogo como uno de los procedimientos más adecuados para encontrar la verdad, porque partimos de la convicción de que toda persona tiene al menos una parte de verdad que sólo dialógicamente puede salir a la luz. Las soluciones dialogadas a los conflictos son las verdaderamente constructivas, siempre que los diálogos reúnan una serie de requisitos señalados por la ética discursiva. El que se toma el diálogo en serio:

  1. Ingresa en él convencido de que el interlocutor puede aportar algo, por eso está dispuesto a escucharlo.
  2. Está dispuesto a modificar su posición si le convencen los argumentos del interlocutor.
  3. Está preocupado por buscar una solución correcta y, por tanto, por entenderse con el interlocutor. “Entenderse no significa conseguir un acuerdo total, pero sí descubrir todo aquello que ya tenemos en común.”
  4. La decisión final ha de atender intereses universalizables, es decir, los de todos los afectados.

Responsabilidad


La humanidad ha realizado enormes avances tecnológicos, pero la propia tecnología ha generado nuevos problemas y desafíos. La responsabilidad hace referencia al hecho de que se le pidan cuentas a una persona por las consecuencias negativas de algo que ha realizado o dejado de realizar, o se le reconozcan las consecuencias positivas. La responsabilidad, como valor ético, tiene que ver con las consecuencias justas o injustas. Cuando atribuimos a una persona responsabilidad ética pensamos que la persona puede controlar su comportamiento a través de cuatro capacidades:

  1. Libertad de elección, es decir, capacidad de preferir una acción frente a otras posibles.
  2. Reflexión, que consiste en la capacidad de valorar racionalmente los motivos de su acción.
  3. Anticipación,que es la capacidad de considerar las consecuencias previsibles de la acción.
  4. Sentido de la justicia, esto es, la capacidad para distinguir lo justo de lo injusto.

Cuanto mayor es el poder que una persona tiene, mayor es también su responsabilidad.

Justicia


Históricamente ha recibido muchas formulaciones, siendo la más clásica la de Ulpiano, al decir que la justicia consiste en “dar a cada uno lo suyo”. Las tradiciones liberal y social que confluyen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos acabarán reconociendo que la justicia consiste en “dar a cada uno las condiciones para vivir en libertad y en igualdad”. En realidad la justicia es un valor que articula los restantes: el respeto a la libertad y su potenciación, el fomento de la igualdad, la realización de la solidaridad, el respeto a las diversas formas de vida, la toma de decisiones comunes a través del diálogo de manera responsable. Cuando se da todo eso, entonces se da la justicia.