La revolucio n industrial y en nacimiento del turismo moderno

T5: LA REVOLUCIO N INDUSTRIAL Y EN NACIMIENTO DEL TURISMO MODERNO


CONDICIONES PARA LA APARICIÓN DEL TURISMO MODERNO. El siglo XIX experimentó una gran expansión económica, seguida de una revolución industrial y científica. Ya antes de 1850 se dan una serie de factores que irán conformando el turismo de placer. Los turistas de finales del siglo XVIII, los turistas neoclásicos, y sobre todo los de principios del XIX, los turistas románticos, cambiaron la concepción de sus viajes y se interesaron cada vez más por la observación de los lugares que visitaban. Conocer mediante una observación visual los principales monumentos, paisajes, lugares históricos, etc., de una determinada región o país. Varias circunstancias permitían este gusto por la observación permanente: las mejoras en los medios de transporte, el acceso generalizado al viaje como forma de ocio y diversión, la aparición del turismo organizado y la normalización de ciertas formas y períodos para planificar viajes como fueron el turismo termal, el turismo de costa, los cruceros o la proliferación de actividades de montaña o deportes de invierno como el esquí. La primera gran revolución de los transportes la produjo la invención y el desarrollo del ferrocarril. En 1830 se abrió la primera línea de pasajeros entre Manchester y Liverpool. En 1859 George Pullman construyó el primer vagón con literas y trasformó por completo el viaje: introdujo los vagones-restaurante, cuartos de baño e incluso casinos. En 1876 George Nagelmacker creó en Londres la compañía de lujo Wagons Lit, que compitió con Pullman en Europa hasta la Primera Guerra Mundial. La necesidad de desplazamiento de forma libre y masiva apareció cuando los países alcanzaron un determinado nivel de renta nacional y cuando esta renta comenzó a repartirse de forma más o menos equitativa. La concentración en los grandes núcleos urbanos de las masas rurales llevó a su proletarización. Al someterse estas masas trabajadoras a muy duras condiciones de vida, aprovechaban su tiempo libre para satisfacer su necesidad de evasión. Desde el siglo XVIII, los viajeros pertenecientes a la nobleza habían ampliado sus desplazamientos gracias a la capacidad para pagarse un transporte privado y exclusivo. La revolución de los medios de transporte en la primera mitad del siglo XIX facilitó que primero los burgueses y luego las clases obreras imitaran los comportamientos de la nobleza. Otros sectores sociales alcanzaron los santuarios del turismo de élite, como las playas o los balnearios de moda. Las conquistas sociales de los trabajadores son otro de los elementos clave para comprender la evolución histórica del turismo. La industrialización creo dos nuevas clases sociales que conformaron los nuevos contingentes de turistas modernos. La primera fue la clase obrera urbana. De ella salió el principal mercado de pasajeros para el ferrocarril y para las excursiones programadas como las de Thomas Cook. La segunda clase que puede identificarse es la de los intermediarios financieros, que junto a los nuevos empresarios burgueses, compusieron precisamente la clientela de los grandes balnearios, de los primeros cruceros, o de excursiones organizadas del más alto nivel. Otra de las características de este nuevo turismo fue la aparición de la estación turística. Hasta el momento los turistas del Grand Tour disponían de todo el año para viajar y no se preocupaban por tener unos límites temporales. Solo algunas actividades como la misma concurrencia a los balnearios, las travesías marítimas o los viajes a los Alpes se realizaban en verano. Solían preferir viajar en invierno para librarse de los fríos y las lluvias de su país. En la década de 1870 los destinos clásicos de los turistas de principios del siglo XIX continuaron siendo los mismos: la playa, los balnearios y la montaña. Con la expansión del ferrocarril y la progresiva aparición de nuevas agencias de viajes, se multiplicó el número de los turistas que acudían a los nuevos resorts. Conllevaba eso, para los aristócratas, la invasión por una nueva clase de turistas de los espacios antes considerados como propios, y el desplazamiento de estos a otros destinos que, más tarde, también se pondrían de moda. Para que proliferara y se consolidara el turismo en diversas localidades de la geografía europea habría de darse un hecho fundamental: el disfrute de cuarenta y tres años de paz ininterrumpida en el continente desde 1871, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. A partir de la década de 1870, dos países tan importantes para el turismo europeo como Alemania e Italia empezaron a aparecer en las guías Baedeker y en los hand-books como países unidos, sin aduanas interiores y con sistemas monetarios unificados. Francia y Suiza despuntaron, junto con Gran Bretaña, como centros turísticos ya tradicionales.
“TOMAR LAS AGUAS”: EL TURISMO TERMAL Y LOS BALNEARIOS. Al auge del turismo más o menos generalizado contribuyó también otro elemento: el higienismo. Fue una tendencia desarrollada por diferentes médicos desde finales del siglo XVIII, destacaron tanto la falta de salubridad de las ciudades industriales como las pésimas condiciones de vida de los obreros fabriles como resultado de la industrialización. Aunque el origen del termalismo es antiquísimo, los romanos lo practicaron ampliamente desde el siglo XVIII, empezó a estudiarse como una rama más de la medicina la curación por medio de las aguas minerales. Los progresos en el campo de la química contribuyeron a esta nueva valoración de las aguas minerales, los escritos médicos y las propias medidas adoptadas por el Estado desempeñaron un papel fundamental en la difusión de la creencia en las características curativas de las aguas termales. Al principio solo tuvieron eco entre la aristocracia y la burguesía adinerada. Pero esta práctica del viaje se asoció también a otras posibilidades que los balnearios y establecimientos termales enseguida comenzaron a ofrecer. Las aguas o los spas fueron un lugar clave en la aparición de las primeras formas de turismo unidas a una especial sensibilidad hacia la naturaleza. Aunque el tipo de balneario moderno surge en Inglaterra, como Bath como primer centro importante, la forma clásica que toman se desarrolla en la Europa central de influencia alemana. Es ahí donde se produce el fenómeno de la construcción de un ritual para la “buena sociedad” europea donde se encontrarán miembros de la alta sociedad y la nobleza de muy diversas nacionalidades. La costumbre de salir de casa para “tomar las aguas” fue inicialmente exclusiva de las clases altas. Emperadores, reyes y príncipes favorecieron determinados spas con su patronazgo y asistencia, lo que supuso que se hicieran cada vez más socialmente aceptables y populares. En los siglos XVIII y XIX era costumbre en los círculos aristocráticos pasar los meses más calurosos del año en hoteles ubicados en complejos de ocio saludable. Algunos desplazamientos se justificaban por la necesidad de una cura y suponían el traslado también de sirvientes y una enorme cantidad de equipaje. Junto con los mencionados de Bath, Spa y Vichy, los recintos termales más famosos en el siglo XIX se situaban a lo largo del Rin llegando a Bohemia y a los Alpes. Muchos de estos complejos servían como oasis de divertimento al disponer de teatros, salas de baile y de conciertos. También se instalaron en muchos de ellos casinos. Ya en la Antigüedad se observaban prácticas semejantes a las de ir a “tomar las aguas”. Dos cuestiones destacan en esta época. Por un lado el desplazamiento y sus costes, si lo que uno quería realmente era curarse, muy probablemente habría cerca de casa algún manantial con aguas salutíferas. El desplazamiento, pues, no estaba justificado en sí mismo si no se le unían algunos detalles más. Aquí viene la segunda cuestión, el interés por lo pintoresco, las aguas situadas demasiado cerca de las capitales raramente se desarrollaron o continuaron en activo en época romántica. Rápidamente se vio el gusto por la naturaleza y por la montaña. Esto sirvió para la penetración en regiones hasta entonces olvidadas y no explotadas, convirtiéndose el termalismo en un factor de descubrimiento del territorio nacional. Pintores y escritores encontraron la inspiración en estos lugares.
La diversión y la socialización estaban previstas siempre en las estancias balnearias. Todas las guías de los balnearios incluían un repertorio de los lugares próximos como posibles destinos para el paseo: cascadas, bosques, ruinas de castillos o abadías estaban unidos por una red de caminos a las ciudades balnearias. No solamente se visitaban las infraestructuras termales y las plantas de embotellamiento, sino también las fábricas de jabones, las papelerías, las fábricas de hilados y de confección. La llegada de extranjeros y turistas a regiones tan aisladas como los balnearios de montaña, tuvo un efecto directo en el desarrollo económico y cultural. Nuevas infraestructuras de transporte fueron creadas por lo que no resulta extraño pensar que la existencia de estos balnearios fuera la que agilizara la llegada del ferrocarril en algunas regiones alejadas. Su dimensión higiénica y terapéutica y el marco natural donde las estaciones termales se ubicaban eran factores clave que reforzaban su atractivo. El plano de los balnearios termales de Europa muestra claramente su concentración en los sectores montañosos o forestales en razón de las formaciones geológicas que facilitaban la formación de las fuentes y manantiales. Los balnearios no eran solamente infraestructuras necesarias para la práctica de un turismo de salud en la naturaleza, también fueron lugares de diversión turística. A los balnearios se iba también para tomar parte en las actividades lúdicas que en ellos empezaron a ofrecerse, dando paso a muchos elementos placenteros más allá de lo puramente medicinal. Algunas ciudades termales se revelan así como modelo de futuras ciudades de vacaciones, lo que les llevó, como en Bath y Chelteham, a ampliarse mucho más. En el siglo XIX en algunos países, como Francia, Bélgica o Alemania, los juegos fueron prohibidos, salvo en las estaciones termales, medida que fue enseguida extendida a las estaciones balnearias. En Francia fue un decreto de Napoleón, del 24 de junio de 1806, el que prohibió los juegos de azar, excepto en París y en “los lugares donde hay aguas minerales, durante la estación de aguas solamente”. Se trataba oficialmente de contribuir a la financiación de los trabajos de construcción y cuidado de los baños. Hay un último componente que caracteriza la visión que el siglo XIX da del termalismo y que comparte con otros centros de vacaciones y los nuevos lugares del turismo: el cosmopolitismo. Podemos rastrear el fenómeno del termalismo también para el caso español. El triunfo del paradigma higienista, las transformaciones que se estaban dando en la sociedad española y las progresivas mejoras que se produjeron en los medios de transporte terrestre de la época favorecieron la expansión de la práctica turística en España. Se tiene noticias, por ejemplo, de la puesta en funcionamiento de algunos centros termales en pleno siglo XVIII como el de Solán de Cabras. A finales de ese siglo se abrieron otros establecimientos como los de Sacedón y Trillo, Marmolejo o Puente Viesgo. España contaba con un considerable número de aguas minerales, en 1877 había registradas 1865 fuentes. La distribución no era homogénea y su presencia era mayor en las provincias del norte, sobresaliendo Guipúzcoa y Vizcaya. Desde principios del siglo XIX la oferta de centros termales fue ampliándose. Se estima que en 1851 había 85 establecimientos de este tipo que contaban con un médico director. En 1877 se alcanzó la cifra de 143 sitios termales, elevados a 188 en 1889. Los balnearios históricos españoles se pueden clasificar de la siguiente manera:  Enfermedades digestivas y de nutrición: Cestona (Guipúzcoa) y Mondariz (Galicia). Enfermedades urinarias: Corconte (Burgos) y Alzola (Guipúzcoa). Enfermedades respiratorias: Panticosa (Huesca) y Urberuaga (Guipúzcoa). Reumatismos y artritismos: Puente Viesgo y La Hermida (Cantabria).  Raquitismos y escrófulas: La Toja y Arteijo (Galicia).  De piel: Grávalos (La Rioja) y Alceda (Cantabria).  Neurosis: Sacedón y La Isabela (Guadalajara). Si nos fijamos concretamente en la provincia de Guipúzcoa sabemos que el balneario de Cestona fue abierto en 1806. En 1807 se produjo la apertura del de Santa Águeda en Mondragón. En la década de 1840 fueron inaugurados otros tres balnearios, los de Baños Viejos de Arechavaleta, Urberuaga de Alzola y San Juan de Azcoitia. En 1854 abría sus puertas el de Ormáiztegui y en la década de 1860 hacían lo propio los de Insalus de Lizarza, Escoriaza, Gaviria y Otálora de Arechavaleta. Y, por último, en 1884 fue inaugurado el de Los Remedios de Atáun. En total se abrieron once sitios termales a lo largo de todo el siglo. El avance experimentado en la investigación química, la falta de recursos que curaran de forma efectiva dolencias concretas y la moda impuesta por la nobleza, unidas al papel desempeñado por la publicidad y la mejora en la calidad de los establecimientos termales, son en su conjunto las causas que en el largo plazo mejor nos explican el surgimiento y éxito de los balnearios en España. En el caso español, no obstante, no llegaron a surgir auténticas ciudades termales, pudiéndose hablar más bien de meros centros de baños sin casi ninguna proyección internacional. La mayoría de los clientes era de origen nacional. El higienista francés doctor Jules Rochard, aún en 1895, desaconsejaba las estancias en España por considerar que la ausencia de confort era absoluta. EL TURISMO DE COSTA O DE OLA Una vez institucionalizada la moda de los balnearios, comenzaron a proliferar también los primeros baños de mar. Surgieron así una serie de puntos geográficos especialmente atractivos: Biarritz, en Francia, la Riviera francesa y también la costa italiana del Adriático. Fue en Inglaterra donde se produjo el primer desarrollo de la ciudad especializada en baños de mar. Desde mediados del siglo XVIII, se popularizaron no solo los balnearios del sur, como Brighton y Margate, sino también los de las aguas frías del Mar del Norte.
La aristocracia también se interesó por los complejos turísticos al borde del mar. Ello dio lugar a una oleada de visitantes a las costas británicas a comienzos del siglo XVIII. El gusto por este tipo de turismo se dio una vez que se habían construido complejos y urbanizaciones exclusivos junto al mar. Enseguida estos espacios comenzaron a ser frecuentados también por las clases medias, lo que supuso que la nobleza británica se alejara de ellos y emprendiera el descubrimiento de la costa francesa del Mediterráneo. A partir de 1830 los complejos turísticos de la Costa Azul fueron extremadamente populares para los viajeros ingleses. Alrededor de los balnearios se construyeron también casinos, foco de atracción de clientes y que tuvieron una importancia decisiva en el desarrollo de estos primeros centros en la costa. En Alemania el primer complejo al borde del mar se construyó alrededor de 1800: Heiligendamm y Travemünde. Al calor de la construcción del primer casino en Travemünde en 1825, visitantes adinerados de Europa central y oriental empezaron a abarrotar sus mesas de juego. El patrocinio de la casa real también sirvió para popularizar algunos balnearios. España no fue en ese sentido una excepción aunque su desarrollo fuera más tardío. Numerosos médicos vieron en el baño de mar un poderoso agente para la conservación de salud. Se tiene noticia, por ejemplo, de la existencia de visitantes a las playas de San Sebastián durante los años anteriores a la Primer Guerra Carlista.
En el verano de 1845, como consecuencia de una afección cutánea, la reina Isabel II acudió a San Sebastián a tomar los baños. No era la primera vez que un miembro de la familia real se acercaba a la playa de La Concha. San Sebastián empezó a convertirse en el punto de destino del veraneo real, algo que se iría consolidando a lo largo del siglo XIX. Esta presencia real junto con la mejora del ferrocarril sirvió para afianzar la posición predominante de San Sebastián en el panorama turístico español del siglo XIX. Sumado al éxito de la capital donostiarra pueden señalarse otras tantas localidades costeras de las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya y Santander que conformaron el primer espacio turístico costero de España. En Andalucía se desarrollaron algunos centros turísticos también. Núcleos costeros de la provincia de Cádiz. Ya existía la costumbre desde 1840 de tomar los baños en la desembocadura atlántica del Guadalquivir. También en Málaga hubo un intento por convertir a esta ciudad en población turística a finales del siglo XIX. Desde siempre se atribuían a Málaga óptimas condiciones para convertirse en la Riviera española, las conexiones marítimas con Gran Bretaña habían favorecido la instalación de un grupo de turistas de aquel país en la capital malagueña. LOS CRUCEROS. La mejora generalizada de los transportes experimentada en el siglo XIX permitió también la planificación de los viajes por mar o las “vacaciones en el mar”. En 1819 el primer barco de acero movido por palas requirió de 26 días para realizar el recorrido transatlántico que unía Nueva York con Liverpool, pero en la década de 1850 se logró el récord de 8 días. Los barcos de navegación aún seguían necesitando de varias semanas para hacer el mismo recorrido. Entre las primeras líneas de barcos americanos estaban Black Ball y Red Star. El primer crucero transatlántico de la historia se realizó en 1840. Salió de Liverpool hacia Boston. Aunque ya se habían hecho cruceros antes para visitar Escocia, Islandia y las islas Feroe, en torno a 1835. En 1860 un pasaje costaba unos 25 dólares por persona. Si se quería una cabina, el coste rondaba los 100 dólares y si durante el trayecto se quería consumir vino se pagaba como extra. Entre 1891 y 1911 viajaron cerca de 1,8 millones de personas en barco, desde Inglaterra a Canadá. Las compañías marítimas se dieron cuenta de que era necesario que hubiera barcos exclusivamente para pasajeros. En el último cuarto del siglo XIX las grandes compañías de barcos como la Cunard Line, la Red Star Line y la White Star Line, en Inglaterra, o la American Line en EEUU construyeron una línea regular de comercio con América. En Alemania las dos compañías principales de navegación se fundaron en el siglo XIX. EL ALPINISMO Y EL ESQUÍ. En el siglo XVIII había un cierto miedo irracional a las montañas. Esto comenzó a cambiar con el gusto por la naturaleza salvaje y primitiva que trajo la Ilustración y que, durante el Romanticismo, se convirtió en verdadera devoción por lo remoto, inaccesible y oscuro. Fue en el siglo XIX cuando las sociedades de alpinistas se multiplicaron. El termalismo desempeñó un papel fundamental en el descubrimiento de la montaña. Las primeras construcciones de hoteles alpinos en Engadine, situadas justo en Bad Tarasp y Saint-Moritz, entre 1860 y 1864. Algunos balnearios de montaña continuaron desarrollándose gracias a una nueva práctica deportiva, el esquí. En 1884 Saint-Moritz, en Suiza, fue la primera estación termal en ofrecer esta actividad llena de futuro. El primer club alpino se fundó en Inglaterra en 1857, le siguieron otros en Austria y Suiza en 1863 y en Alemania en 1869 y en Francia en 1874. Todas estas asociaciones se encargaron, sobre todo de ampliar la red de caminos para recorrer a pie así como de la construcción de refugios. Las actividades promovidas por el Club se centraron en cinco grandes hábitos: la organización de cursos de montaña, la descripción y mantenimiento de los caminos de montaña, la organización de conferencias in situ, la organización de caravanas escolares para mostrar a los estudiantes las ventajas de practicar este tipo de turismo alpino, y la elaboración y publicación de guías que advirtieran al viajero de los lugares de interés, aconsejara sobre la meteorología y el equipamiento del que deberían ir provistos en las excursiones, etc. La historia de las primeras agencias de viajes modernas comienza con Thomas Cook en Inglaterra en 1841 cuando el 5 de julio de ese año Cook organizó una excursión por tren: 570 personas viajaron desde Leicester a Loughborough…