Acompañar, Discernir e Integrar la Fragilidad: Claves del Capítulo 8 de Amoris Laetitia
Contenidos Esenciales del Capítulo 8 de Amoris Laetitia
1. Introducción
El objetivo de este seminario es analizar el capítulo 8 de Amoris Laetitia (AL), que, aunque no contiene los temas más importantes de la Exhortación del Papa Francisco, sí complementa la visión cristiana del matrimonio y la familia (capítulos 1-5) y su tratamiento pastoral (capítulos 6, 7 y 9). Este capítulo aborda las situaciones eclesialmente difíciles, moral y canónicamente complejas, y a menudo dolorosas, que antes se denominaban «situaciones irregulares» (cf. FC 79) y que ahora el Papa Francisco llama «de fragilidad«. Este cambio terminológico busca una intervención más atenta, delicada y respetuosa.
El capítulo 8 se titula: Acompañar, discernir e integrar la fragilidad.
2. Las Situaciones de Fragilidad
Las situaciones tratadas en este capítulo son (nn. 293-294):
- a) Matrimonio civil (entre bautizados).
- b) Convivencia estable y pública.
- c) Divorciados en nueva unión, matrimonial o de hecho.
La Exhortación propone pautas pastorales y eclesiales coherentes con las de la pastoral habitual del matrimonio y la familia, evitando la aplicación indiscriminada de una misma norma.
3. Acompañar, Discernir y Reintegrar
Amoris Laetitia insiste en que cada situación es distinta y única, mereciendo atención y discernimiento personalizados. Por ejemplo, el n. 298 detalla las posibles situaciones dentro del grupo de «divorciados en nueva unión«.
Estas situaciones se califican de fragilidad porque contradicen, total o parcialmente, el ideal cristiano. El n. 292 ofrece una definición clara de este ideal:
«El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad» (n. 292).
Se deben distinguir grados, matices y circunstancias, ya que cada situación ofrece posibilidades para «favorecer la evangelización y el crecimiento humano y espiritual» (n. 293).
La finalidad del proceso es integrar, total o parcialmente, a las personas en la vida activa de la Iglesia, incluyendo la participación en los sacramentos. Se trata de «afrontar estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio» (n. 294).
En este recorrido, se deben tener en cuenta las siguientes pautas:
- Acoger y acompañar con paciencia y delicadeza, como hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4, 1-26) (n. 294), con misericordia y paciencia (n. 308).
- Sin disminuir el valor del ideal evangélico (n. 308).
- Sin renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio (n. 307).
- Dejando espacio a la conciencia, sin suplantarla (n. 37; también n. 303).
- Ayudando a encontrar caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites (n. 305).
4. Recursos para Acompañar, Discernir e Integrar
El capítulo 8 ofrece instrumentos y referencias para este proceso.
A) Discernimiento de cada situación
Matrimonio civil o convivencia: La elección de estas opciones (cf. n. 294) puede deberse a diversas causas que deben ser valoradas con una mirada constructiva. Se pueden valorar «aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios» (n. 294) para iniciar un camino hacia la plenitud.
Se debe distinguir entre llegar a estas situaciones por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, o por motivos culturales o contingentes como:
- Esperar mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo).
- Considerar el matrimonio como un lujo en algunos lugares.
- La miseria y la ignorancia que pueden impulsar uniones de hecho.
Divorciados en nueva unión: Esta realidad puede ser resultado de diversos factores (cf. n. 298), como:
- Cuando no es posible volver atrás sin nuevas culpas en conciencia.
- Cuando el bien de los hijos desaconseja la separación.
- Cuando se ha sufrido un abandono injusto, o se ha intentado salvar el primer matrimonio.
- Cuando se está subjetivamente seguro de que el primer matrimonio nunca fue válido.
Estas situaciones son distintas a la de quien ha fallado reiteradamente a sus compromisos o cuando la nueva unión viene de un divorcio reciente.
Es necesario un discernimiento adecuado para no abandonar, excluir ni condenar a nadie para siempre (ver n. 296), sino «revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos, siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo» (n. 297).
B) Discernimiento en la conciencia
El número 300 ofrece una guía para el examen de conciencia, ya que el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos. Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse:
- Cómo se han comportado con sus hijos durante la crisis conyugal.
- Si hubo intentos de reconciliación.
- Cuál es la situación del cónyuge abandonado.
- Qué consecuencias tiene la nueva relación sobre la familia y la comunidad.
- Qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que se preparan para el matrimonio.
Se trata de formar un juicio correcto «sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia, y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer» (n. 300).
C) Recursos convencionales para el discernimiento moral
Amoris Laetitia recuerda algunos recursos morales convencionales, especialmente para determinar el grado de responsabilidad personal y el acceso a los sacramentos:
El criterio de Santo Tomás sobre los principios generales y las situaciones particulares (n. 304):
«Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay… En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; (…) Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación» [ST I-II q 94 a 4]. Las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender, pero no pueden abarcar todas las situaciones particulares» (n. 304).
«Aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma» (n.304).
Atención al discernimiento y la valoración de las condiciones y circunstancias atenuantes en el conocimiento y la libertad: Recordar los requisitos para que exista pecado grave: materia grave, advertencia y libertad. También recordar que «nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal» (Dz 880; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1415).
Distinción entre mal o pecado objetivo, y pecado/responsabilidad subjetiva o personal (n. 302).
El lugar y el papel de la conciencia personal, formada, responsable y consecuente en la vida moral (n. 303; también, n. 37: «Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas«).
La enseñanza de Juan Pablo II: “la previsibilidad de una nueva caída, no prejuzga la autenticidad del propósito” (n. 311, en nota 364).
Juan Pablo II proponía (FC 123) la “ley de la gradualidad”, que Amoris Laetitia expone como: «No es una ‘gradualidad de la ley’, sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos… que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley” (n. 295).
D) Actitudes necesarias
Este capítulo destaca las condiciones espirituales y eclesiales para el acompañamiento y discernimiento, buscando conducir desde la fragilidad hacia la plenitud del ideal evangélico en un clima que favorezca el proceso, conformando «la lógica de la misericordia pastoral» (n. 307). Toda la Exhortación llama a recorrer la Via caritatis (n. 306). «La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cfr. Jn 15,12; Ga 5,14)» (n. 306), especialmente ante personas en situación de fragilidad.
El n. 308 menciona actitudes como humildad y reserva, amor a la Iglesia y su enseñanza, búsqueda sincera de la voluntad de Dios, deseo de alcanzar la mejor respuesta a su llamada.
Se debe evitar (cf. n. 300) la concesión de excepciones a la ligera o de ‘privilegios’ sacramentales, y el riesgo de que la Iglesia parezca practicar una doble moral.
«Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar de los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales» (n. 312).
Vitoria-Gasteiz, Enero 2017