Audiencias Activas: Desafíos y Críticas a la Sensibilización Cinematográfica en Colombia

El Mito de la Formación de Públicos: Una Crítica Necesaria

Permítaseme hacer una conjetura respecto a la necesidad de ‘formar públicos’: en parte, el objetivo es aumentar la disposición de los espectadores hacia las películas colombianas, hechas en su mayoría con acceso al Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), de donde también provienen los fondos para la formación. Por supuesto, esto en detrimento de la acogida que tiene el producto extranjero (es decir, el de Hollywood), que, como todos sabemos, es de inferior calidad y no busca más que subyugarnos culturalmente.

Seguramente, los públicos que necesitan formación no están entre el par de millones que vio Rosario Tijeras y Soñar no Cuesta Nada en 2005 y 2006, respectivamente. Entonces, ¿dónde están?

La formación de públicos en Colombia carece de cualquier fundamento serio y no es más que una falacia basada en un mito: el de las audiencias pasivas.

El Marco Oficial y sus Implicaciones

A diferencia del desarrollo de guiones, que existe por fuera de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura, la Formación de Públicos poco se usa por fuera de esos círculos.

Oficialmente, la Convocatoria del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) en Formación de Públicos establece:

Dirigida a apoyar proyectos de formación que busquen sensibilizar a los públicos para un consumo activo frente a las obras audiovisuales. Un Proyecto de Formación de Públicos es aquel que contempla, de manera integral, la gestión, programación y exhibición de obras audiovisuales de alta calidad artística, acompañadas de actividades educativas como seminarios, talleres u otros, producción de material educativo, estudio de públicos y actividades culturales, tales como exposiciones gráficas o fotográficas relacionadas con la programación. *

Eso está muy bien, ¿no? Todos queremos que ese tipo de proyectos se apoyen, ¿o no? Sin duda, el propósito de la convocatoria parece ideológicamente invulnerable. Se oyen ecos de palabras no escritas en la definición: hegemonía, alienación, recepción pasiva, imperialismo cultural; el lineamiento parece dictado por Antonio Gramsci.

Paternalismo Cultural y Audiencias Activas

Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, el propósito es imperfecto desde su premisa, habitualmente (o no tanto) aceptada sin objeción por todos en el país. «Sensibilizar a los públicos para un consumo activo frente a las obras audiovisuales». Es decir, que «los públicos» son insensibles consumidores pasivos. Es bueno saberlo, pero, ¿dónde están las pruebas? Si consideramos esta pregunta por fuera de un ámbito puramente teórico, los colombianos tenemos todo derecho a sentirnos ofendidos con semejante posición. ¿Dónde definen quienes hablan de sensibilización en qué consiste un consumo activo de las obras audiovisuales y, más importante aún, dónde se demuestra que «los públicos» no corresponden a ese ideal? Por cierto, ¿de qué públicos hablamos exactamente?

Es un paternalismo irracional e inaceptable que se pretenda formar una audiencia que ni se ha definido ni se ha mostrado como poco sofisticada. Se puede alegar que el alfabetismo audiovisual necesario para entender una telenovela, un noticiero, una gran película clásica y una gran película contemporánea (inserte acá dos de su preferencia, querido lector) o una película mala como Date Movie o El Trato es fundamentalmente el mismo y lo posee cualquier colombiano con acceso a un televisor. Por supuesto, dirán los entendidos, hay una diferencia enorme entre entender y «entender». La implicación es siempre que los formadores «entienden» mientras que el público no formado no.

Esta es la versión simplificada y resumida del concepto de hegemonía cultural introducido por Antonio Gramsci a comienzos del siglo XX. Sería terrible que nuestro modo de entender la cultura tenga casi cien años de atraso respecto al campo de Audience Studies de no ser porque nuestro cine tiene un atraso similar respecto al arte cinematográfico mundial.

Desafortunadamente, ponernos al día con la teoría implicaría estudiar e investigar, así como proponer políticas de Estado en lugar de dar dinero para presentar «obras audiovisuales de alta calidad artística», con base en la decisión de jurados ocasionales. No es concebible conceder el menor crédito a los públicos (colombianos o en general) cuando conceptos como codificación/decodificación, Audiencias Activas (una pista: TODAS lo son), Interpretaciones Preferidas y Oposicionales y Usos y Gratificaciones de los Medios solo llevan treinta años de estudio y discusión por parte de los sociólogos y teóricos de los medios a nivel mundial.

Sin haber determinado que los públicos en Colombia necesitan formación, sin haberlos estudiado como audiencias a la luz del conocimiento académico contemporáneo en el área, fomentar su «formación» con base en la proyección de películas y actividades culturales indefinidas asociadas no parece más que una serie de medidas tibias improvisadas, más con el ánimo de mostrar resultados e invertir unos fondos que de proponer algún cambio de fondo.

Desafíos Teóricos y Prácticos en la Asignación de Valor Artístico

Sin embargo, no se piense que los inconvenientes con los modelos de formación de públicos en Colombia fallan solo en aspectos teóricos o abstractos. Considérese el problema de la asignación de importancia artística a las obras. Who Gets to Call It Art?, como el nombre del documental. ¿Significa eso que solo las películas que forman parte de un Canon hacen elegibles los proyectos de formación? En ese caso, ¿cuál Canon, quién lo decide? Peor aún, ¿qué pasa si las películas de «alta calidad artística» provienen de Hollywood? Afortunadamente, en este país los expertos en cine abundan y cualquiera sabe que un Mizoguchi es mejor que un Ulmer y que un von Trier es mejor que cualquier Joe Dante.

Nótese también la notoria falta de mención al valor histórico de las películas. Parece que, o bien la formación de los pobres públicos solo debe ser en películas contemporáneas de gran valor artístico o, como nos temíamos, la historia del cine es solo la historia de las películas buenas. Lástima. Ojalá no surjan inconvenientes como, por usar nuestro ejemplo comodín, presentar El Triunfo de la Voluntad como una película muy «lograda» e influyente por su gran valor artístico (por demás innegable). Vean con qué maestría copia George Lucas las composiciones y el «sentido épico» de Leni Riefenstahl. Es arte, por supuesto, el contexto no es importante.

El Problema de «Predicar a los Convertidos»

Por otro lado, parece un caso agudo de preaching to the converted que quienes participan en concursos de formación (y los ganan) sean entidades con nombres como Cine-Club Kill Bill, Cinemateca Cundiboyacense y Festival de Cine de Los Curos. Uno esperaría que el tipo de públicos de estos espacios sea precisamente el que no necesita formación, el más entusiasta y mejor dispuesto para ver «propuestas diferentes» de manera crítica. Si los festivales y cineclubes necesitan apoyo del Estado para cumplir sus labores, no deberían competir entre sí, sino ser estimulados directamente. Si solo un festival o un cine-club es al mismo tiempo culturalmente relevante y económicamente viable por su cuenta, sin acceso a fondos estatales, premiar a los que no lo son no es nada diferente a fomentar la mediocridad y nivelar por lo bajo, es decir, política cinematográfica tradicional en Colombia.

Conclusión: ¿Quién se Beneficia?

¿A quién beneficia el fomento a la formación de públicos? Pues a los «formadores», a quienes, hasta que alguien demuestre el mito de las audiencias pasivas e insensibles, el Estado les paga por mostrar un cierto tipo de cine vagamente definido como bueno a las personas que de todas maneras quieren y pueden verlo.