Centros emisores de turismo

T 8. LA ERA DEL TURISMO DE MASAS


En 1950, apenas cinco años después de terminar la Segunda Guerra Mundial, Europa occidental se lanzó a viajar. Hartos de las carencias y privaciones de la guerra y la inmediata posguerra, cruzaron las fronteras y se dispusieron a olvidarse de todo tumbados al sol en las playas del Mediterráneo. Italia, el sur de Francia y Grecia comenzaron a recibir millones de turistas. España y Portugal eran demasiado pobres, demasiado atrasados industrialmente y sufrían además las consecuencias de las dictaduras salazarista y franquista. El este del continente estaba sumido todavía en el período más negro del estalinismo y se encontraba cerrado a cal y canto. A la altura de 1960, más de cincuenta millones de personas veraneaban a lo largo y ancho del continente europeo. ¿QUÉ ES EL TURISMO DE MASAS? Por turismo de masas se entiende la generalización de la práctica viajera desde 1945 en adelante. La utilización del término turismo de masas ha sido puesta en duda por quienes plantean la necesidad de observar qué países viajan y a qué países se viaja. Señalan que el aumento del turismo en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX se dio en cinco países. Estados Unidos, Italia, Francia, España y Reino Unido. El término de masas ha recibido también lecturas muy críticas de quienes consideran que si nos referimos a quienes están hoy desarrollando algún tipo de tour internacional, estos no son muchos más de los que lo hicieron en otros momentos de la historia. Hay quienes abundan en lo peyorativo del término turismo de masas porque diferencia entre lo que se entiende como viajero de “alta calidad” y los que han sido inducidos a consumir turismo como lo harían con cualquier otro producto. Bajo estas premisas incluso el término turista empezó a sonar despectivo. Fue entonces, en la década de 1980, cuando quienes no querían ser así llamados se buscaron otro título: viajero, explorador, experto en arte y viajes, etc. Más allá de apreciaciones terminológicas, una serie de características y evoluciones en las prácticas sociales y culturales del turismo pueden ayudarnos a entender por qué desde 1945 en adelante el turismo se define como un fenómeno masivo. Si vemos al turista como un consumidor, podremos entender que el surgimiento del turismo de masas parte del nacimiento, existencia y mantenimiento de una industria que se ocupa de ofrecer productos a sus consumidores. El enfoque empresarial propio de la década de 1950 fue el de la producción en masa, el de las economías de escala, el de la producción estándar y el de los bajos precios. Todos estos elementos fueron propios de la economía industrial posbélica. Se unieron en ese mismo tiempo los cambios en la estructura de la demanda, al incorporarse también los trabajadores como demandantes de productos turísticos. No obstante, gracias al aumento de los niveles de renta y al acceso a mayores niveles educativos la tendencia masificadora del turismo comenzó a establecer diferencias entre quienes buscaban solo vacaciones y los que se interesaban especialmente por los destinos culturales. EL TURISMO DE MASAS HACIA EL MEDITERRÁNEO El turismo de sol y playa fue la forma típica adoptada por el turismo de masas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El origen de este fenómeno en parte se debe a la transformación de la mentalidad desde las décadas de 1920 y 1930 del siglo XX, cuando la ciencia médica comenzó a alabar las virtudes medicinales del sol y el aire del mar y cuando las clases altas, en un intento populista de acercarse al pueblo, comienzan a dejarse broncear. Sin embargo, la razón esencial de este rápido cambio de costumbres y de la extensión masiva de las vacaciones parece residir en el cansancio psicológico de las poblaciones del norte de Europa, en especial de las más castigadas por la Segunda Guerra Mundial. El Mediterráneo se convirtió en el paraíso perdido donde la vida era más sencilla, plena y el sol brillaba todo el año. Ya no se iba a la búsqueda de los restos de la antigüedad romana, sino que se anhelaba tenderse sobre la playa cálida y olvidarse de la vida cotidiana en ciudades aún destrozadas por la guerra. Esta perspectiva hacia el viaje suponía un reto al antiguo viaje de las élites, con su consciente objetivo de autoeducación y aprendizaje. El predominio de las clases medias en el Estado que comenzaba a ser el de bienestar, conducía a otro tipo de paraíso: las vacaciones en familia junto a mares cálidos. La situación económica de posguerra permitió el consumo masivo del automóvil, que se convirtió en el vehículo principal para el viaje turístico, en especial el de corta o media distancia. El coche contribuyó de forma muy notable al despegue del turismo. En la Francia de los años 1964 y 1965, hasta un 70% de los viajes turísticos se realizaban en automóvil. Con el tiempo el avión se fue generalizando para viajes medios y largos. El desarrollo de la oferta comenzó por los países que mayor tradición tenían en el Mediterráneo, Francia e Italia. Durante la década de 1960 les siguió España y después continuaron Grecia, Malta y Yugoslavia. El crecimiento tuvo mucho que ver con las políticas oficiales y las estrategias turísticas de los países. Los países que, como Francia, iban siendo alcanzados, intentaba desarrollar otros métodos para atraer a clientes. El sentido de huida y de necesario descanso tras la guerra que tenía este tipo de turismo en Europa se fue cambiando con el tiempo. A medida que los lugares de antaño idílicos se transformaban y el consumo turístico devoraba uno tras otro los sitios vacacionales, los turistas habituales iban cambiando y trasladándose hacia otros lugares, aún no tan conocidos. Con el tiempo, los mismos ciudadanos mediterráneos comenzarían a viajar, siguiendo una pauta similar, ir “descubriendo” lugares “nuevos”. Una parte de estos turistas se mantenía leal al lugar de vacaciones mediante la compra de segundas residencias que, en la vejez, a veces se convertían en lugares donde pasar el invierno. Pero en general, el movimiento turístico era muy lábil y dependía mucho de modas y mentalidades. EL TURISMO DE MASAS Y LOS ANCIANOS La aparición en el siglo XX de viajes organizados para ancianos definió un nuevo grupo de turistas que comenzó a incrementarse sobre todo después de la consolidación del modelo de turismo de masas. Un perfil de un nuevo turista que irrumpió a finales de los setenta y se incrementó con fuerza en los últimos años del siglo XX. Se trataba de personas que cuentan con una pensión que les permite llevar una vida sin estrecheces, suelen ser mujeres, tienen frecuentemente un nivel de estudios medios o superiores y consumen tanto turismo cultural como de sol y playa. Con una previsión vital más larga, con buena salud, sin limitaciones horarias ni calendario y con la curiosidad y las ganas de viajar intactas, las posibilidades que los ancianos tienen de acceder al turismo son mayores que en ningún otro momento de su vida. Dadas las diferencias de género en la esperanza de vida, ha aparecido igualmente lo que se ha llamado “circuitos de viudedad” para turistas, o lo que es lo mismo, para mujeres viudas que, generalmente, viajan en grupo. Los programas de jubilación anticipada animaban a hacer más viajes, a comprar segundas residencias y contribuían al desarrollo de centros turísticos como los de Florida, California, Toscana, y la costa mediterránea española. Las estadísticas se han complicado porque muchos jubilados se han trasladado a las áreas costeras y están de vacaciones perpetuas. La posibilidad que tienen los turistas mayores de viajar en temporada diferente a la que marcan las vacaciones escolares también ha contribuido a compensar las temporadas turísticas. Además, los turistas ancianos pueden proporcionar viajes de vacaciones o segundas residencias para sus nietos mientras los padres jóvenes trabajan. Y este lugar de vacaciones se acaba convirtiendo en el punto de encuentro de tres generaciones. EL CASO ESPAÑOL: LA ORGANIZACIÓN DE UNA INDUSTRIA TURÍSTICA El final de la guerra de España había conducido a una situación catastrófica en el turismo español. Cientos de miles de españoles habían huido ante el avance de las tropas franquistas y las carreteras hacia Francia se habían colapsado. A las enormes destrucciones que produjo el conflicto se añadieron las políticas del nuevo gobierno. Aunque las fronteras siguieron cerradas a cal y canto, hubo algún momento de excepción con la de Portugal, régimen fascista amigo, con el que se estableció en 1940 la posibilidad de cruzar de un lado a otro con poco más que el carnet de identidad. Viajar al extranjero se convirtió en principio en algo posible solo para los jerarcas y simpatizantes del régimen o para quienes se atrevían a cruzar las fronteras de forma clandestina. Apenas cinco meses después de terminar la Guerra Civil española, comenzó la Segunda Guerra Mundial. Cualquier posibilidad de normalizar la situación desapareció. Las actividades turísticas en España quedaron reducidas a las tradicionales: peregrinajes, procesiones, fiestas populares o baños para las élites. El final de la Guerra Mundial trajo una situación todavía más oscura. Los aliados de Franco habían sido derrotados, el régimen español fue aislado, se retiraron los embajadores. Al mismo tiempo, la política de autarquía de Franco hizo que el país se volcara sobre sí mismo. Una larga serie de medidas para controlar el flujo de extranjeros hacía muy difícil y poco atractiva la entrada en España. La infraestructura hotelera y gastronómica no había mejorado y la vigilancia de la Iglesia sobre las costumbres era omnipresente. El régimen hacía gala de su nacionalismo y despreciaba a los extranjeros. Una pequeña pero creciente cantidad de europeos occidentales acudía a España como pioneros de una nueva época. Estos turistas dejaban a un lado la dictadura y buscaban playas que todavía eran vírgenes y en las que podían disfrutar en solitario. Esto condujo, poco a poco, a la irrupción del turismo de masas. El fomento del turismo se fijó como asunto permanente hasta el día de hoy. La industria turística fue desde aquel momento y hasta nuestros días un sector estratégico en España. Pero conseguir que España en pleno franquismo fuera un destino atractivo para los turistas de todo el mundo requería dos esfuerzos previos: primero, presentar al régimen político en el país algo menos intransigente y menos duro de lo que era y parecía y tomar una serie de medidas que mejoraran las infraestructuras españolas y que involucraran plenamente al Estado en el impulso de este sector de su economía. España necesitaba captar turistas y situarse en los circuitos internacionales. En 1958 España ratificó el convenio de Nueva York y que ofrecía facilidades aduaneras para el turismo internacional y en 1961 entró en vigor en España el convenio de París que implicaba la aceptación total de los vuelos chárter de pasajeros. Gracias a la labor de las oficinas turísticas españolas en el exterior, los contactos internacionales fueron cada vez más intensos. Se empezaba a tener claro que el país debía abrirse y ponerse en disposición de montar un operativo eficiente para atraer el turismo. Para conseguir este objetivo, un primer paso necesario era restablecer contactos con las naciones europeas vecinas. España era muy atractiva para las clases medias y trabajadoras de Gran Bretaña, Alemania y Francia. Debían conciliarse ahora varias formas de ver, desde la política y la economía, la importancia que para España tenía el turismo. Estaba clara la ventaja comparativa con la que el país contaba frente a sus competidores europeos, pero aun así, los responsables políticos del régimen seguían temiendo que una excesiva apertura de fronteras debilitara su poder interno. Francia era un gran mercado potencial. Gran Bretaña tenía ya en marcha importantes touroperadores que gestionaban viajes a España, pero las relaciones entre ambos países seguían congeladas. Desde 1950, estas relaciones comenzaron a normalizarse. La presión de las empresas turísticas inglesas chocaba con el excesivo proteccionismo del mercado español. Tras la llegada al Ministerio de Comercio de Manuel Arburúa, se facilitó la toma de una serie de decisiones que afectaron positivamente al sector turístico. Se flexibilizaron las condiciones para acceder y moverse por el país y se mejoró el sistema interno de transportes, en 1948 se autorizó la entrada temporal de autocares de excursiones de turistas del exterior, se reanudaron también los cruceros de turismo por España y el transporte por carretera se facilitó también ante la apertura de las fronteras. Con estos primeros pasos hacia la normalización internacional de España, el gobierno de Franco cambió en estructura. En julio de 1951, el dictador anunciaba la creación de un nuevo ministerio de Información y Turismo.
La política turística de la década de 1950 se concentró en la idea de aumentar el número de turistas que llegaban, en promocionar la actividad turística dentro y fuera de España y en convencer a todos los agentes económicos y políticos implicados en el sector en las bondades económicas del mismo. Los resultaros que se obtuvieron fueron modestos. La inversión en la mejora de los transportes se orientó en una doble dirección: los trenes y las carreteras. En julio de 1950 comenzó a funcionar el Talgo. El Estado firmó un convenio con la sociedad de patentes Talgo que normalizó el uso de estos trenes y que hizo que el itinerario primero atravesara la frontera francesa. En 1953 el gobierno aprobó un plan general de reconstrucción de Renfe. Hasta que los españoles empezaron a comprar coches de forma masiva fue el único medio de transporte que permitía el turismo interior. El Estado también invirtió en el transporte por carretera: se destinaron unos 500 millones de pesetas para modernizar el trazado de carreteras y sus firmes. El empeño de las autoridades era conseguir que fuera la propia industria estatal la que liderase el crecimiento en el sector, pero la escasa solidez de las empresas españolas y su escasa competitividad ante firmas extranjeras hacía que antes o después la liberación y el fomento de la iniciativa privada fueran obligados. En 1952 la cifra oficial de los hoteles era poco más de 1300. Pero los protagonistas de todo este fenómeno fueron los touroperadores. Estos nuevos empresarios del turismo llenaban aviones enteros hacia destinos demandados por los clientes. En España, las primeras localidades donde se ubicó esta fórmula turística fueron Mallorca y Costa Brava. Las conexiones aéreas a esas zonas eran más fáciles, el paisaje era muy atractivo, y los precios resultaban muy bajos para franceses o británicos. Cuando el fenómeno empezó a expandirse, los hoteleros españoles y los alcaldes de las localidades costeras se pusieron al habla con los touroperadores internacionales para ofrecerse como destinos preferentes. A mediados de la década de se detecta en el Mediterráneo español una auténtica lucha entre touroperadores internacionales. Hasta mitad de los cincuenta las autoridades españolas seguían con atención el cumplimiento de las normas de los vuelos chárter y de los touroperadores, pero enseguida el control se extinguió. La llegada masiva de turistas a las costas españolas tuvo también como resultado el surgimiento de las primeras experiencias urbanizadoras. En los años sesenta, España pasó de seis millones de visitantes a más de 24. A mitad de la década de 1960 la capacidad hotelera española era de algo menos de 330.000 plazas repartidas entre unos 6.000 establecimientos. Hasta los primeros años sesenta, todos los indicadores turísticos apuntaban hacia el crecimiento. A partir de 1974 se perdieron cuatro millones y medio de turistas. Desde el ministerio competente se imputaba a la iniciativa privada de no haber sido capaz de reinvertir beneficios y de prepararse para las vacas flacas. La crisis sin embargo demostró ser superable.