Cohesión Social y Exclusión: La Dinámica de la Alteridad en el Mundo Actual
La Alteridad y la Cohesión Social
Según Georg Simmel, la sociedad es un conjunto dinámico de interacciones entre individuos y grupos. Estos intercambios, tanto de unión como de separación, son fundamentales para la construcción de la cohesión social. Esta cohesión se basa en la relación con el «otro», es decir, con aquellos percibidos como diferentes. La forma en que nos relacionamos con los «extranjeros» define la identidad colectiva y la unión social. La presencia de lo diferente obliga a una redefinición de valores y límites, lo que puede fortalecer o debilitar la cohesión.
La figura del «extranjero», paradigma de la alteridad, obliga a los grupos a clarificar sus propios límites y valores. Esta relación puede ser de cercanía, favoreciendo la integración, o de distanciamiento, conduciendo a la exclusión. Simmel distinguía entre el «esclavo», un extranjero dentro de la sociedad, y el «bárbaro», un extranjero fuera de los límites culturales y geográficos. La falta de reconocimiento del «otro» lleva a la deshumanización.
En la actualidad, las interacciones con extranjeros varían entre aceptación e integración, y exclusión. Esta última, alimentada por prejuicios, genera divisiones y tensiones. La retórica política, como la de Donald Trump al deshumanizar a los inmigrantes, refuerza la polarización. Simmel explica que la relación entre distancia y cercanía con la alteridad se regula según se destaquen las diferencias o similitudes. Destacar las diferencias aumenta la oposición, mientras que centrarse en las similitudes favorece las relaciones recíprocas.
Simmel distingue tres tipos de similitudes que facilitan la integración:
- Singulares: Propias de un grupo, vinculadas a lazos comunitarios.
- Específicas: Características de ciertos individuos, relacionadas con la pertenencia social.
- Universales: Atribuidas a la humanidad, asociadas a un vínculo moral común.
La modernidad, según Simmel, ha exacerbado la exclusión, reduciendo la densidad moral. Los medios de comunicación juegan un papel crucial al perpetuar narrativas que destacan las diferencias entre inmigrantes y autóctonos, utilizando términos como «invasión» o «crisis migratoria». Discursos políticos que vinculan inmigración con delincuencia o desempleo refuerzan esta percepción. Este enfoque excluyente ignora las similitudes humanas, alimentando divisiones y prejuicios.
La «Nueva Cuestión Social»
La «cuestión social» original se centraba en las condiciones del proletariado durante la Revolución Industrial. La «nueva cuestión social» aborda problemas actuales como la precariedad laboral, la exclusión social y las nuevas formas de desigualdad, resultado de las crisis del Estado de Bienestar, la globalización y el avance tecnológico. Robert Castel destaca que la «cuestión social» es una preocupación por la cohesión social, y estudia la exclusión a través de cuatro zonas: integración, vulnerabilidad, asistencia y exclusión. Estas dinámicas se presentan en tres contextos históricos:
- Preindustriales: La protección social se basaba en redes de socialización primaria.
- Industriales: El trabajo era el pilar de la integración social.
- Postindustriales: La inclusión social se vincula a salarios y consumo.
La «nueva cuestión social» se caracteriza por la vulnerabilidad masiva. Castel distingue entre «vulnerados» (con carencias materiales) y «vulnerables» (en riesgo de sufrirlas). Los «trabajadores pobres» ejemplifican esta vulnerabilidad. La inseguridad laboral, generada por el avance tecnológico, crea un «ejército de reserva» de personas consideradas prescindibles. Esta precariedad y vulnerabilidad, exacerbadas por la desigualdad, no son exclusivas de un contexto específico.
Criminalización y Culpabilización de la Pobreza
La nueva pobreza se interpreta como exclusión social, vinculando a las personas pobres con la criminalización. Se les percibe como económicamente innecesarias, políticamente incómodas y socialmente peligrosas. Wacquant describe esta lógica como de «represión» y exterminio social, un paso del Estado Social al Estado Penal.
Lewis argumenta que la «cultura de la pobreza» es una respuesta adaptativa a la marginación, perpetuando patrones tradicionales en la migración rural-urbana. Sin embargo, sus ideas han sido criticadas por atribuir la pobreza a características personales, ignorando factores estructurales. La «nueva cuestión social» destaca la vulnerabilidad masiva en un contexto de recursos limitados, creando dos categorías: «vulnerados» (criminalizados por el uso de ayudas sociales) y «vulnerables» (merecedores de apoyo). Esta dicotomía se reproduce incluso a nivel intragrupal.
La escasez de recursos fomenta la competencia y discursos de exclusión, donde se percibe que los «extranjeros» usurpan los recursos destinados a la pobreza. Surge la aporofobia (miedo o rechazo a los pobres), visible en la hostilidad hacia las personas sin hogar y en su representación mediática. Los medios refuerzan la estigmatización, asociando a los pobres con características negativas y fomentando el miedo hacia los migrantes. En este contexto, se puede hablar de una cultura de la pobreza/exclusión, donde las personas excluidas son culpabilizadas y etiquetadas como peligrosas. Fenómenos como la competencia por recursos, la priorización de ayudas a nacionales y la aporofobia muestran cómo la criminalización afecta a los más vulnerables, perpetuando un ciclo de pobreza y exclusión.