Edades de oro del arte bizantino

EL ARTE BIZANTINO

El imperio Bizantino surge como resultado de la división en dos del Imperio Romano, llevada a cabo por Teodosio en el año 395. La parte occidental se vio asolada por las incursiones de los pueblos germanos  sometiéndose en el año 476. La parte oriental si sobrevivió y Constantinopla fue fundada y convertida en capital del imperio bizantino, en el año 324 por Constantino I, el mismo que en el 313 junto con el Edicto de Milán convirtió el cristianismo en religión oficial del Imperio Romano.

En esta capital se establece una monarquía absoluta, donde el emperador es jefe militar, juez y legislador único. Además es considerado como el elegido por Dios, para la dirección del Imperio cristiano en la tierra. Así el cristianismo se convierte en el elemento de unión de los distintos pueblos del imperio.

El arte tiene la finalidad de construir obras arquitectónicas suntuosas para el desarrollo de la liturgia, a su vez se exalta la grandeza sobrehumana del emperador y mandatarios de la Iglesia. La arquitectura materializa con su monumentalidad el poder de lo divino y de los humano, al igual que los mosaicos los cuales se colocara la imagen de Dios o la Virgen en las zonas más elevadas, las cúpulas o semicúpulas de los ábsides, simbolizando lo celestial. Mientras que las figuras humanas irán a zonas más cercanas a lo terrenal. El arte bizantino (324-1453, invasión de los Turcos), irá dirigido a los sentimientos. Las imágenes no buscan ser reales o bellas, sino que tienen por finalidad hacer visible lo invisible y a través del lujo se busca la admiración del hombre.

OBRAS.- De las tres etapas que se observan la de mayor esplendor corresponde a Justiniano (VI), con poderes religiosos y civiles, cuyos centros artísticos más importantes son Constantinopla y Rávena. Su obra principal es Santa Sofía de Constantinopla (532-537), actual Estambul.  La iconografía intenta elevar la mente del hombre a lo divino, por ello lo más habitual será la figura del Pantocrator. La oposición de los iconódulos en el siglo VIII contra la iconografía cristiana, fue superada y la iglesia colocó las imágenes para consolidar la fe de los fieles, además de ser elementos que provocaban placer estético.

Santa Sofía de Constantinopla. En esta obra se unen todas las características de la arquitectura bizantina, es una obra dedicada a la Sabiduría Divina, realizada por los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, expertos en ingeniería y matemáticas.  El edificio se creo para sustituir a un templo anterior del siglo IV que se destruyo por un fuego provocado por una revuelta. Presenta una novedad con respecto a la tradición: planta basilical con la nave central cupulada, recorrida por nervios y descansando en cuatro recios pilares. Las naves laterales están cubiertas por bóvedas de caños y coronadas por tribunas (cubiertas de bóvedas de aristas) para que el emperador y su corte pudieran seguir desde allí los oficios. La fachada está precedida por un atrio y a continuación el nártex.  La luz en el interior, que penetra por los numerosos vanos que se abren en muros y cúpulas, contribuyen junto con los materiales que recubren la superficie (mármoles, mosaicos, etc) a crear esa atmosfera de espacio transcendental donde se materializa la creencia de que Cristo es la luz del mundo y que quien le sigue no caminará en la oscuridad. La iglesia levantada sobre muros, se convertirá en el modelo para otras construcciones posteriores del mundo bizantino y del resto del mundo medieval cristiano. Aunque este modelo tan grandioso se reproducirá a escala menor y con materiales menos costosos.  Posteriormente, al ser tomada la capital por los turcos, Santa Sofía se convirtió en mezquita y se le añadieron los cuatro alminares. Es de planta centralizada, que utiliza el sistema de contrarrestos, el paso de un espacio cuadrangular a una cubierta circular se soluciona con el uso de la pechina que se apoya en la base cuadrangular. La cúpula central se rodea de otras semicúpulas de menor altitud.  Para contrarrestar los empujes de la cúpula se emplea el ladrillo y un sistema de cúpulas secundarias que soportan el empuje de la cúpula central y lo trasladan a otras cúpulas más pequeñas, dispuestas en diagonal con respecto al eje, que descansan sobre los muros reforzados por contrafuertes.  El resultado del juego de cúpulas que genera ritmos curvos que dan un espacio muy dinámico tanto interno como externo. En el interior se genera un amplio espacio muy diáfano y con gran cantidad de curvas debido a las cúpulas.  Existe un contraste entre el espacio interior y el exterior, el exterior presenta una gran austeridad y sencillez que deja ver los materiales de construcción empleados sin embargo el interior es la zona de atención.  En el interior se genera un espacio multicolor, suntuoso y brillante, con revestimientos de mármol y mosaicos que cubren los materiales de la construcción y contribuyen a la simbología del templo. Las bóvedas, se asemejan al cielo cuajado de estrellas y resplandeciente, unido al brillo de los mosaicos. El resultado de la construcción es que todo llama la atención al fiel sin poder pararse en un motivo concreto.

San Vital de Rávena (siglo VI). Su planta se acerca a los martirias, con planta octogonal cupulada sobre altos pilares que le dan una gran espacialidad ascendente al conjunto. Los empujes de la cúpula se contrarrestan con otras exedras. Su decoración ayuda a exaltar el poder divino e imperial. En el ábside se encuentra Cristo flanqueado por dos ángeles, San Vital y el obispo Eclesio, en el nivel inferior el emperador Justiniano y su esposa Teodora acompañados por su cortejo. La misma decoración muestra la existencia de una jerarquía. Las cúpulas y los ábsides siempre están reservadas a la divinidad, y a medida que se desciende se colocan los elementos relacionados con el mundo terrestre.