Eje cronologico edad moderna

Introducción al Mundo Moderno (Siglos XVI-XVII)


Cuando se habla de Mundo Moderno como tal tratamos esto como un elemento académico para poder referirnos a este período de la historia. Este período parte desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII. La modernidad fue un concepto que remitía a lo más reciente o actual de aquello que le había precedido al período histórico en el que apareció el concepto de modernidad como tal. El concepto Mundo Moderno ya se empleó como tal durante los siglos XII y XIII, pero en los siglos XIV y XV comenzó a vincularse con la evolución de determinados ámbitos como la literatura, la pintura y la arquitectura. Fue un término empleado para definir una reacción frente a las formas tradicionales que habían sido impuestas  anteriormente en estos sectores de la sociedad. Además, este concepto se ampliará posteriormente a las innovaciones tecnológicas, dándole un sentido de cierta superioridad para las nuevas generaciones de los siglos XV y XVI. Al mismo tiempo, esta época fue testigo del surgimiento de distintas corrientes religiosas que cuestionaron los ritos y tradiciones de la Iglesia de Roma. El Cristianismo sufrió el mayor cisma de la historia eclesiástica, hecho que transformó el viejo continente europeo. La Reforma se presentó como un valor más de la modernidad, como la suma de las conquistas progresivas. Durante el siglo XVI dio comienzo un proceso de maduración de la conciencia europea de estar viviendo una fase histórica claramente superior a las anteriores, pero no será hasta los siglos XVII y XVIII cuando esta idea tomará mayor importancia. Este proceso de ascenso a la superioridad se desarrolló junto con una admiración por el mundo antiguo. La definición de Mundo Medieval como tal sobrevino mucho más tarde, casi en la segunda mitad del siglo XVII y no estuve exenta de connotaciones negativas. Así, la Edad Media fue reconocida como el período que mediaba entre la gloriosa Antigüedad y la afirmación de la Modernidad. Como categoría histórica se impuso lentamente, con una mezcla de luces y sombras, como consecuencia de la proyección de las distintas pasiones culturales de los siglos XVIII, XIX y XX.  La historia de Europa tan solo puede entenderse de forma clara si se la relaciona con la de sus vecinos territoriales. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (finales del siglo V), Europa se convertirá en la frontera con el mundo islámico durante, casi, mil años. El corazón de la Europa latina prevaleció tras los sonoros fracasos que representaron las sucesivas cruzadas para la recuperación de los Santos Lugares. No será hasta el año
1492 cuando se de la unificación definitiva del mundo cristiano en la Península Ibérica. El fracaso de las cruzadas cristianas va a ser una de las causas por las que los turcos lograron expandirse sin grandes problemas por Asia Menor hasta invadir por completo Bizancio. La caída de Constantinopla en 1453 franqueó las puertas de Europa al Imperio Otomano. La Sublime Puerta fue, sin duda alguna, una amenaza para Europa hasta el fallido asedio a Viena en 1683. Las grandes empresas de descubrimientos iniciadas por Portugal y Castilla desde mediados del siglo XV van a permitir a Europa lograr su expansión más allá del viejo continente. La Edad Moderna representa el protagonismo político, cultural y social de Europa Occidental. El protagonismo de Asia en el Mundo Moderno ha sido cuestionado recientemente con la incorporación de historiadores asiáticos al debate, pero esto ha permitido sostener la idea de que Asia fue el continente más desarrollado económicamente del mundo entre 1400 y 1800. El desconocimiento o la ignorancia del mundo extraeuropeo ha relegado del debate historiográfico a los espacios ajenos a la concepción eurocéntrica del mundo, lo que ha prevalecido hasta hace, relativamente, poco tiempo. La idea de superioridad europea comenzó a fraguarse poco después de la conquista de América, durante el período renacentista en Italia. Europa sufrió un impacto considerable con el descubrimiento del nuevo continente y se vio sacudida por la gesta de unos centenares de arriesgados aventureros españoles venciendo en poco tiempo a las civilizaciones indígenas centenarias y poderosas. El desconocimiento de la teoría patogénica de las enfermedades y la causa de la gran mortalidad de las poblaciones amerindinas, permitió a los pueblos mantener un discurso de superioridad hasta finales del siglo XVIII. La superioridad de la religión cristiana, de la civilización occidental y desde el siglo XVIII del pensamiento secular, racionalista y científico, contribuyeron a acrecentar una argumentación equivocada.  La primera Revolución Industrial y la Revolución francesa de 1789 reforzaron estos razonamientos de la conciencia europea, al destacar que los europeos eran distintos al resto del mundo y progresaban con rapidez, mientras los demás se estancaban. La antigua herencia de la Grecia
Clásica fue redescubierta durante el período renacentista, elaborada por la Ilustración y realizada a través de las Revoluciones americana y francesa. No cabe duda de que las comparaciones existentes entre las virtudes de occidente y los defectos de oriente se remontan al pensamiento griego anteriormente mencionado, pero a los europeos del siglo XVII les impresionó la riqueza y gobernanza de los países asiáticos, especialmente China. Pero si en el siglo XVIII Europa “ascendió” en su estatus, en el siglo XIX será cuando alcance su máximo esplendor. Al tiempo que se producía la Primera Revolución Industrial, los economistas británicos clásicos (Adam Smith, Thomas Robert Malthus y David Ricardo) defendían las ideas del desarrollo capitalista como “progreso” de Occidente, en contraposición con Asia (y en consecuencia el resto de continentes) como “Atrasado”. Estas concepciones erróneas han lastrado posteriormente el pensamiento europeo durante siglos, dando lugar a argumentaciones aún más descontextualizadas. Así, por ejemplo, no debe olvidarse en cualquier estudio sobre el mundo moderno que Asia, en su vastedad y complejidad política y administrativa, representaba las dos terceras partes de la población mundial y era mayor que Europa prácticamente en todos los aspectos. Europa y Asia no son, para nada, comparables y sería totalmente necesario establecer un punto de vista global para estudiar el Mundo Moderno. A pesa del desconocimiento general, el motor económico que impulsaba el comercio global, y con él los intercambios de ideas, de nuevos cultivos y de manufacturas, estaba íntegramente en Asia. Probablemente, ya en el año 1000 d. C. el crecimiento económico y demográfico de China estimulaba toda la actividad productiva de todo el continente euroasiático. Hacia el año 1400 se produjo una nueva oleada que duró, aproximadamente, hasta 1800. Asia aumentó considerablemente su demanda de plata americana para sostener el crecimiento de economías como China o India. Fue la mayor fuente mundial de especias y bienes manufacturados de lujo, como especias, tejidos de seda o porcelana. Esto se verá influido por la expansión de los imperios islámicos entre los siglos VII y XVII hacia el oeste por el Mediterráneo y el Índico, llegando hasta Indonesia. Mientras que Asia atraía la atención y el interés de comerciantes de todos los puntos de Asia y Europa, el imperio islámico bloqueaba el acceso directo de Europa a las riquezas que se encontraban en el continente asiático, lo que estimuló a los europeos a buscar nuevas rutas marítimas por el Índico y China de acceso a los mercados. Ni siquiera el descubrimiento del continente americano ni la navegación de Gama por África en busca del océano Índico o la circunnavegación de Magalhanes o El Cano supusieron fortuna para Europa de no ser por el acceso privilegiado a la plata americana y a los esclavos africanos para las explotaciones. La creación en unas pocas regiones avanzadas de Europa de instituciones modernas y de fuentes de riqueza y poder les permitieron establecer su dominio sobre el resto del mundo fue contingente a estos y otros desarrollos. Aún en 1750, cuando algunas partes de Europa se aproximaban a niveles de desarrollo alcanzados en ciertas zonas clave de Asia, todas las regiones avanzadas de Eurasia comenzaron a toparse con límites ambientales al crecimiento, a excepción de Inglaterra, donde los depósitos de carbón de fácil acceso permitieron a los británicos escapar de aquellas fronteras gracias a una industrialización basada en la fuerza de vapor. A principios del siglo XIX esta nueva fuente de energía aplicada a la tecnología militar hizo posible, solo entonces, inclinar la balanza del lado europeo. Con los británicos a la cabeza, Europa consiguió el dominio global a partir de entonces. La Europa Moderna de los siglos XVI-XVIII.
Convencionalismos aparte, más o menos aceptados, podríamos establecer con criterios objetivos orientativos que la Edad Moderna dio comienzo en 1500, primer año del siglo XVI. Otras fechas trascendentales por diversos motivos nos remiten a mediados del siglo XV, como la caída de Constantinopla, la invención de la imprenta moderna que pasó de a xilografía a los tipos móviles o el descubrimiento por parte de Castilla del Nuevo Mundo.Hablamos de Edad Moderna por una serie de acontecimientos clave: el cisma del Cristianismo occidental, provocada por movimientos renovadores prerreformistas y sus posteriores Reformas y Contrarreformas; la ampliación de las dimensiones culturales, influidas por el prestigio de la Roma antigua y el auge de la Antigüedad Clásica griega, por la poesía trovadoresca, fiestas y ceremonias vinculadas al ideal caballeresco de las cortes principescas italianas, y por el auge de la literatura devota, entre otras cosas; y el Renacimiento y el Humanismo, a pesar del “divorcio” entre el conocimiento y al experimentación, entre ciencia y técnica predominante en las universidades del siglo XVI, resultado de la anterior concepción general del saber. Las llamadas “artes mecánicas” eran menospreciadas durante esta época pese a que entre ellas se incluía desde la anatomía hasta la escultura, la pintura o la orfebrería. Esa vieja concepción era sostenida por las categorías de la cultura oficialmente dominante, como la teología, la filosofía, los profesores universitarios, etc. Pese a todo, en este período se crearon y consolidaron los tipos de saber y de técnica que resultaron decisivos para la propia Europa, al menos hasta el siglo XVIII. El arte se vio afectado por la negativa de los médicos a realizar prácticas con cadáveres, por lo que los pintores y escultores se dedicaron a estudiar la anatomía humana pese a estas prohibiciones y dificultades. El arte fue un campo en el que se abrieron nuevos horizontes artísticos, como el Trecento, Quattrocento y Cinquecentto, teniendo como centro  de este cambio a Brunesechi (1377-1446), innovador en la representación de la perspectiva, arquitecto y urbanista e ingeniero militar. En pintura, uno de los primeros introductores dl nuevo estilo fue el florentino Masaccio. Este pintor enmarca su Trinidad (1428) en un espacio inmaculado. De ahí en adelante, ningún contenido, infernal o celeste, milagroso o místico, debía escapar a los dictados del nuevo saber- No pretendía ser aquello un signo de irreverencia, sino que se trataba de una decidida manifestación de superioridad técnica. Nombres de insignes artistas aparte, quién recogió las aplicaciones del método nuevo, de sus criterios, fue Leon Battista Alberti en su tratado Della Pittura (1435), el primero en toda Europa de una serie de escritos similares que se sucedieron durante más de un siglo. El Renacimiento se gestó en la Toscana y, posteriormente, se extendió por toda Italia en el transcurso del siglo XV. El nuevo estilo convivió con el viejo gótico hasta, incluso, el siglo XVII, el período gótico tardío. El sector artístico, muy versátil, pudo responder a las exigencias religiosas, incluso a las más próximas a la sensibilidad colectiva. De hecho, la jerarquía católica postrentina, a la que desde el Concilio se volvió a hacer responsable de la iniciativa cultural, contribuyó a tales procesos. Más complejo fue, en cambio, el viraje en el campo de la construcción. El magisterio de la Antigüedad fue decisivo en la revolución arquitectónica, arte en la que fue clave Brunelleschi. La cultura arquitectónica renacentista asumió una forma de iglesia (de planta central y con los dos brazos iguales inscritos en un círculo), que sin imponerse sobre la tradicional planta de cruz latina, encarnaría una nueva estructura alternativa frente a la tradición, como es en el caso de la nueva basílica de San Pedro de Vaticano, iniciada por Bramante siguiendo ese modelo.  Tanto Brunelleschi como otros autores reconocieron, por ejemplo, en los tres estilos helénicos y en los elementos característicos de la construcción antigua el lenguaje obligado en toda construcción noble y digna de no perecer al paso del tiempo. La introducción de estos modelos de producción fue mucho más restringida y lenta que la de los paradigmas figurativos. En la mayoría de los casos, edificios y ciudades tardaron en someterse a los dictados de la perspectiva. La transformación arquitectónica chocó con obstáculos económicos y urbanísticos y con dificultades sociológicas y de gusto colectivo. La fuerte tradición municipal y republicana de las ciudades germánicas y flamencas, llevó a los comerciantes ricos a identificar sus ideales civiles con los modelos de su propia construcción tradicional. Sin embargo, entre la burguesía comerciante meridional europea, esencialmente italiana, triunfó el nuevo estilo. Firenza y Venezia vieron surgir hacia el siglo XV lo que sucedió en Génova y Roma entre los siglos XVI yXVII. La nueva arquitectura tenía aspectos políticos y sociales notables, al ser un estilo adoptado por la nobleza, el alto clero y los grandes príncipes y monarcas. Las formas renacentistas y, posteriormente, manieristas y barrocas, de inspiración clásica, se hicieron distintivas de la supremacías y el poder político o religioso. Las grandes inversiones, es decir, las construcciones a lo grande, fue la seña de identidad de la nueva forma de edificar.


Aparte del arte, aparecieron técnicas militares, mercantiles y tipográficas contribuyeron igualmente definir la nueva era. El mundo mercantil se había fortalecido durante los largos siglos medievales, tanto en las ciudades como en los mares. Los incesantes contactos económicos con el mundo musulmán contribuyeron a que las zonas de vanguardia comercial estuvieron en el Mediterráneo centrooccidental, entre Italia, España y el sur de Francia. Se produjo, a su vez, una generalización de la letra de cambio, un auge de la gran banca y del sistema crediticio, debido a las grandes necesidades de financiación de los grandes monarcas. Además, se produjo la creación y consolidación de las grandes redes de comerciantes, asenristas y banqueros, conexiones entre compañías, familias y “naciones”, como en el caso de Génova, Holanda, Portugal, Venecia, etc. El mundo moderno también experimentó importantes cambios en lo relativo a las formas de combrate y armamento. La invención de la pólvora, que tuvo lugar en China en el siglo IX y que llegó a Europa durante el siglo XII de manos de bizantinos y musulmanes, la cual tuvo un paulatino proceso de uso en la artillería, también favoreció en una nueva forma de guerra. Se produje un declive lento pero inexorable de armas blancas, aunque siguieron usándose hasta bien entrado el siglo XVII. Poco a poco, la artillería comenzó a introducirse en la artillería de las embarcaciones, desde las galeras a las naos. A su vez, se produce una renovación de la construcción naval, produciéndose un auge en el campo de los astilleros, en especial a partir de la expansión de las rutas comerciales. El uso generalizado de la artillería de asedio impulsó un tipo de construcción defensiva de torres, murallas, bastiones, baluartes, etc. Las principales innovaciones en el campo de la poliorcética vinieron de Italia, no en vano durante los siglos XVI al XVII uno de los principales escenarios bélicos del continente. De manera muy similar a la artillería, aunque bastante menos anónima, la imprenta, cronológicamente más tardía, se impuso a mediados del XV y las primeras décadas del XVI. Una nueva modalidad tipográfica con caracteres móviles vino a sustituir a la tradicional imprenta xilográfica. Las primeras composiciones, con letras metálicas y móviles, fueron obra de Johannes Gutemberg en torno al año 1450 en Maguncia. La invención tipográfica fue un factor muy relevante en la expansión del conocimiento, en la alfabetización de la población europea y en la espectacular dimensión que asumió la propaganda política y religiosa. La imprenta constituyó una de las producciones más características de Occidente, donde permaneció prácticamente concentrada hasta la implantación de las primeras prensas de la América española. Los principales centros de producción se centraron en los Países Bajos (Brujas, Amberes), en el norte de Italia, en los valles del Rihn y del Danubio y en ciudades de Francia, Inglaterra y España (Segovia, Barcelona, Burgos, Sevilla, Valencia y Madrid). Junto a la imprenta, es preciso nombrar los descubrimientos, exploraciones y nuevas rutas comerciales. Pese a las consecuencias negativas que tuvo la progresiva presencia europea en otros continentes, parece que el único elemento unificador reseñable de la historia mundial a partir del siglo XV reside en la red y conjunto de contactos que fueron estableciendo los occidentales entre los distintos continentes. No se puede hablar de “descubrimiento” como si los pueblos extraeuropeos adquiriesen importancia sólo porque las naves europeas llegasen a sus tierras. Los avances técnicos, como la aparición de la brújula en el siglo XIII, cartas náuticas o las naves oceánicas (naos o carabelas) permitieron el impulso definitivo de las empresas de descubrimiento, es decir, de la búsqueda de nuevas rutas comerciales. Los descubrimientos y conquistas de las Azores y las Canarias abrieron nuevas posibilidades. La experiencia acumulada de los navegantes ibéricos permitió una etapa de expansión comercial y colonial inédita hasta el momento. En el campo de la economía y la sociedad, es preciso resaltar la demografía de “tipo antiguo”, con altos niveles de natalidad y mortalidad, elevada mortalidad femenina e infantil, esperanza de vida de 34 años para los hombres y de 27 para las mujeres. Según algunas zonas, por ejemplo, en Beauvais, en el siglo XVII, la mitad de la población no sobrevivía más de 20 años de edad, mientras que un cuarto de los nacidos no superaban el primer año de vida. Solo a partir del siglo XVIII se comenzaron a notar los progresos de la medicina y la higiene sobre la demografía. Esto se vio agravado por la recurrencia de crisis de subsistencia, con habmbrunas, malas cosechas, escasez de alimentos de primera necesidad, etc. y las epidemias de peste, tifus, gripe o viruela. Esto incidió directamente en la mortandad sobre clases populares. En el Occidente europeo, el campesinado no era considerado como siervos, ya que podían disponer de propiedades y podían emigrar a las ciudades. La economía del momento estaba basada en una fuente agrícola, con gran peso de la agricultura y la ganadería, pese al desarrollo del pauperismo rural y urbano. El incremento de los precios de los productos dio resultado a la Revolución de los Precios, con la llegada masiva de metales preciosos de América a Europa. Para hablar de la sociedad estamental vigente hasta parte de la edad Moderna es preciso referirnos al concepto francés Ancien Régime, Antiguo Régimen. En esta estructura estamental, el grupo socialmente dominante sobre los demás grupos sociales son los nobles. La burguesía se consolidó como grupo social emergente, adoptando formas y comportamientos propios de la aristocracia. Los eclesiásticos integraban el segundo estamento privilegiado, aunque, al igual que ocurría con la nobleza, con grandes contrastes y diferencias en su seno: el bajo clero analfabeto y depauperado, el clero medio formado por capellanes, arciprestes, juristas o letrados, y el alto clero, formado por cardenales y obispos. Entre las clases populares, el llamado Tercer Estado, los tipos sociales eran muy diversos, ya que estaban compuestas por campesinos, labradores, artesanos, burgueses, comerciantes, profesionales liberales, artistas, etc. Desde el comienzo del siglo XVIII, la institución de la Monarquía fue adquiriendo mayor protagonismo por oposición a dos instancias universales, el papado y el Sacro Imperio Romano Germánico, y frente a los señores feudales. Se produjo, a su vez, un paulatino fraccionamiento de la república Cristiana en distintas estructuras territoriales “nacionales” o reinos. Sobre estos surgió la Monarquía soberana, en Francia, Inglaterra, Castilla o Aragón. En esta división tuvieron especial incidencia la Reforma Protestante y Contrarreforma católica. Prevaleció el derecho de presentación por parte de cada monarca, y no directamente desde Roma. Con respecto al Sacro Imperio Romano Germánico, heredero del antiguo Imperio Romano de Occidente, encontramos una progresiva debilidad del Sacro Imperio, ya que pasa de tener un carácter supranacional y universal a ser equiparado en la práctica a otros estados modernos. Además, se llevó a cabo por parte del monarca la apropiación de símbolos y atributos del emperador, recibiendo los soberanos el título de Majestad (en España comenzó a hacerse a partir del reinado de Carlos V). Se produjo la adaptación del derecho romano a las exigencias centralizadoras del soberano, además del inicio de la representación del monarca con símbolos y ornamentos imperiales, como la corona, el cetro, el orbe o el manto.   Se produjo la sacralización de la figura del monarca, siendo en Francia el Rey Cristianísimo, en España Rey Católico, en Inglaterra Defensor de la Fe o en Portugal Rey Fidelísimo. El orden social se fundamenta sobre una base religiosa, en la creencia de un orden divino, en el que cada uno ocupa el lugar y el destino que le corresponde. La división estamental y fragmentación jurisdiccional se basó en un fuero militar o eclesiástico, privilegios nobiliarios y eclesiásticos, fueros y privilegios de las naciones, ciudades provincias y reinos, etc.  A su vez, se dio el concepto de la razón de estado, en el que el poder político tenía alternativas para soslayar el orden social siempre y cuando revirtieran sus acciones en beneficio y utilidad de la república Frente a los grandes señores provinciales, los reyes potencian su carácter de primus inter pares, tratan de sobreponerse a la fragmentación del poder feudal fortaleciendo la autoridad municipal mediante cartas de privilegio para vorecer el asentamiento en ellas de ferias, universidades y sedes administrativas como la core real, asumenn los poderes públicos, como el ejercicio de la justicia, sobre un amplio territorio, situando agentes propios para garantizar su mplimiento, constituyen ejércitos permanentes, algo que no se hizo realidad hasta el siglo XVIII, y asumen la creación de grandes monarquías, lo que les llevará a grandes conflictos como la Guerra de los Ochenta Años o la Guerra de los Treinta Años. Ante esto, podemos señalar que las formas políticas en la Europa de la Edad Moderna son totalmente distintas las unas de las otras. Casi todas las Monarquías que se encuentran en este período están fuertemente centralizadas en la tendencia absolutista, como Francia. Se dan también Monarquías compuestas, como la Monarquía Hispánica, la Monarquía británica o la del Sacro Imperio. Aparte, se dan también las llamadas ciudades-estado o repúblicas, especialmente las grandes y relevantes ciudades estado italianas, del norte de la península, como Venecia, Génova, Siena, Pisa o Luca. La excepción es el Gran Ducado de Toscana, que a partir del siglo XVII asume mayor soberanía pese a continuar bajo la tutela de los Habsburgo. Existió también un conjunto de estados alemanes independientes, como los principados obispados, arzobispados y ciudades libres de Baviera, Sajonia, Palatinado, Augsburgo, Hamburgo, Ravensburg o Worg. Aparte, se da también el concepto de Monarquía teocrática como la romana.