Principios Éticos en el Ejercicio Profesional y el Trabajo Social

Origen y características de las éticas prácticas actuales

El origen de las éticas prácticas actuales se da a partir de la década de 1970, donde se ve necesario aplicar la reflexión ética a los diferentes ámbitos de la vida social.

La ética práctica sería una nueva forma de saber y de reflexionar sobre problemas morales inéditos hasta ese momento. Han ido surgiendo precisamente como respuesta a problemas e interrogantes para los que no existía experiencia previa.

En periodos históricos anteriores, siempre han existido, las éticas aplicadas surgidas en estos últimos años (bioética, ecoética, infoética, o las respectivas éticas profesionales: médica, de la empresa, del periodismo, etc.), tienen algunos elementos que son totalmente novedosos.

  1. No nacen principalmente de la curiosidad o de la iniciativa de los filósofos de la ética, sino que suele ser la realidad social la que lleva la iniciativa y nos obliga a buscar respuestas a problemas inéditos la mayoría de las veces. En las recientes éticas prácticas están implicados los gobiernos que han ido invitando a establecer las llamadas “Comisiones de Ética”. Las Comisiones de Ética son grupos en forma de comités, asociaciones, etc., para el asesoramiento ético en la toma de decisiones a través de la emisión de documentos, recomendaciones…
  2. Las éticas aplicadas no las elaboran tampoco, por lo tanto, solo ni principalmente los académicos, ni siquiera los éticos. Se trata de una tarea interdisciplinar entre expertos profesionales, éticos, afectados, los trabajadores relacionados, etc., en comisiones y comités abiertos a la participación de todos ellos.
  3. El producto de tales comisiones tampoco es publicado primariamente en libros, sino sobre todo en documentos públicos, generalmente breves (informes, declaraciones, orientaciones y códigos deontológicos con fuerza normativa en el ámbito público respectivo). Son dados a conocer por las revistas especializadas, las organizaciones profesionales, las universidades, y asociaciones de todo tipo, que se apoyan sobre todo en los medios de comunicación, para que lleguen al público en general. Entre los documentos establecidos destacan los códigos deontológicos, otra nueva figura en el ámbito de la ética, que van ligados a las asociaciones profesionales respectivas.
  4. Aquellos que trabajan en las éticas aplicadas tampoco son solo ni primariamente los éticos o los expertos profesionales respectivos, sino también las organizaciones civiles y políticas a todos los niveles: local, estatal, transnacional (Unión Europea), o global (Unesco). Y a este último nivel, se han ido elaborando declaraciones y códigos éticos mundiales (lo que puede considerarse un primer peldaño hacia una “ética cívica transnacional”). Pueden destacarse el Código de Nuremberg (1946), el Comité Internacional sobre el SIDA (1989), y el Comité Internacional de Bioética de la Unesco.

Sentido ético y dimensiones de la ética profesional

Durante siglos, el concepto de “profesión” estaba reservado a solo tres actividades humanas, que constituyen las profesiones clásicas: sacerdotes, médicos y juristas. Los demás trabajos eran “oficios”, pero no profesiones propiamente dichas. Se trataba de dedicaciones nobles, reservadas a los “mejores”, con lo que el acceso a las mismas estaba restringido a un pequeño número de personas (a veces por nacimiento o por pertenencia a un estamento social privilegiado). Conllevaban un largo proceso de aprendizaje regulado por normas estrictas, al concluir el cual se realizaba un “juramento solemne” que implicaba un compromiso público explícito de realizar las prácticas correctas, desde el punto de vista ético (êthos profesional). Destaca, como ya decíamos, el Juramento Hipocrático en la medicina como el primero y muy influyente, incluso aún hoy en la actualidad, código deontológico en la historia. Es el paradigma de la ética médica y modelo, en cierta medida, de toda ética profesional.

Se establecen tres dimensiones diferentes, estrechamente relacionadas entre sí, en cuanto a la ética de las profesiones:

  • Dimensión teleológica: que se pregunta por el fin (telos) de la actividad de las profesiones, qué bienes pretenden realizar, para qué sirven y para quiénes trabajan, etc.
  • Dimensión deontológica: que apunta al conjunto de principios y normas que regulan la profesión, cuáles son las obligaciones o compromisos profesionales a respetar para lograr el fin profesional, y qué tipos de relaciones es preciso mantener con el usuario, con los colegas y con el resto de la sociedad.
  • Dimensión pragmática: que se ocupa de las acciones concretas, de qué debo hacer en una determinada situación, de qué es correcto hacer o quién es un buen profesional ante los conflictos o dilemas morales que se nos plantean en la práctica concreta de la intervención social.

Labor y finalidad del Trabajo Social (Opinión personal)

El trabajo social promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas. El trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar.

Como ha escrito Cordero Pando, la profesión descansa en un fundamento ético: el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, sin el cual el Trabajo Social ni siquiera tendría sentido.

La finalidad del trabajo social radica en trabajar por las necesidades y los derechos de las poblaciones más vulnerables y desprotegidas de la sociedad.

Por lo que la profesión del Trabajo Social requiere de una sensibilidad ética especial, en el sentido de tratarse de una verdadera “vocación”, espoleada por un fuerte sentido de la injusticia; de un tipo de trabajo que no debe convertirse en una mera tecnología asistencialista y burocrática. No es un trabajo “neutral”, de un mero funcionario o gestor de recursos públicos, sino que, como decíamos, trata de promocionar a la persona, de potenciar a los seres humanos con los que trabaja. No cabe duda, por tanto, que el bien que el Trabajo Social presta a la sociedad (acompañar a las personas en situación de marginación o exclusión) es de gran valor para la sociedad en la que se inserta, y responde a una exigencia de justicia para toda sociedad civilizada, que de no ser satisfecha convertiría a tal sociedad en radicalmente injusta e inhumana.

El Trabajo Social como fenómeno relacional (Valoración personal)

El TS es, ante todo, un fenómeno relacional, como señala García Roca; un fenómeno que se enfrenta con problemas generados por relaciones sociales, a los que si queremos darle solución, sería conveniente modificar (situaciones que requieren cooperación, ayuda mutua, participación e inclusión de los implicados, etc.). Por lo que muchos autores señalan que para las profesiones sociales, como el Trabajo Social, lo verdaderamente importante es la relación que se establece con otros seres humanos. Como su mismo nombre indica, el Trabajo Social es “social” y lo es porque se sitúa en el ámbito de las relaciones entre seres humanos. El trabajador social se desenvuelve en la realidad social, en la vida cotidiana de la gente, lo que define radicalmente su tarea es el contacto directo con la gente.

Mi valoración personal acerca de este tema coincide con la de García Roca, ya que estoy de acuerdo en que en nuestra profesión nos enfrentamos a problemas que han surgido o que han generado las relaciones sociales. Además, muchos autores coinciden en que lo más importante de la profesión de trabajo social son las relaciones que se establecen entre los seres humanos. Y también estoy de acuerdo con eso, puesto que el trabajo social es “social” porque se sitúa en el ámbito de las relaciones sociales, en la vida cotidiana de las personas, se desenvuelve en la realidad social… es decir, el contacto directo con la gente.

Principios éticos en Trabajo Social

Origen histórico de los principios: Bioética y Trabajo Social

Como veíamos, la ética profesional es una “ética especial” que, basándose en unos mínimos normativos de carácter universal, expresan su particularidad a través de una serie de valores y virtudes propios. Estos mínimos normativos universales se reflejan en unos principios de carácter general y en unas normas más concretas que se reflejan en los códigos éticos profesionales. Los principios generalmente aceptados para la mayoría de las éticas profesionales proceden de la bioética.

El concepto de bioética aparece a comienzos de la década de 1970 para referirse a una serie de trabajos científicos que reflexionaban sobre una variedad de fenómenos vitales, desde la investigación con humanos, a intervenciones clínicas, o experimentación con animales.

Todo este desarrollo histórico incide sobre un problema: la disyuntiva sobre si debemos hacer todo lo que podemos hacer. Está claro que hay dos cosas que deberían quedar claras:

  • Que no todo lo técnicamente posible es aceptable moralmente.
  • Que se ha de actuar siempre respetando la dignidad humana.

En cuanto a los principios de la bioética, existe un gran consenso sobre los mismos que empezó a fraguarse a partir de finales de la década de 1970. En los EEUU, tuvo lugar la Conferencia de Belmont (1978), que buscaba establecer unos “principios éticos básicos”. En ese contexto, se publicaría un libro, Principios de ética biomédica, que acabaría por consagrar cuatro principios de la ética biomédica: beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia, para el manejo de valores y la resolución de conflictos. Desde aquí se extenderá a profesiones, entre ellas el Trabajo Social.

No existe un conjunto de principios para el Trabajo Social, pero es posible determinar cuatro principios básicos relevantes para el Trabajo Social: el respeto y la promoción de los derechos de los individuos a la autodeterminación (autonomía); la promoción del bienestar (beneficencia); y la igualdad y la justicia distributiva (justicia).

Los principios no hay que tomarlos como algo absoluto y definitivo, pues no existe una fundamentación última de los mismos, ni una jerarquización racional definitiva entre ellos, al no existir una teoría ética unitaria aceptada por todos.

Principios de beneficencia y no maleficencia aplicados al trabajo social

Beneficencia

Beneficencia significa hacer el bien. Conlleva la obligación de actuar en beneficio de otros, promoviendo sus legítimos intereses.

En el caso del Trabajo Social, consistiría en promocionar el bienestar social. La acción del profesional ha de ser útil para el usuario que demanda su servicio, pero al mismo tiempo, tal actividad habría de contribuir a incrementar el bienestar general de la sociedad.

Es un principio que viene marcado por connotaciones asistencialistas y paternalistas, ya que se intentaba promover el mejor interés del paciente pero sin tener en cuenta la opinión de este.

Por ello, es fundamental asumir la autonomía del usuario, distinguir entre una beneficencia paternalista y otra no paternalista. Una beneficencia no paternalista es aquella que intenta hacer el bien o ayudar a los demás en lo que necesitan, pero cuando ellos lo pidan o acepten de forma voluntaria. El/la trabajador/a social puede aconsejar, asesorar, presentar alternativas de acción, pero en ningún caso imponer nada de manera unilateral, pues es el usuario el que en última instancia debe decidir.

No maleficencia

No maleficencia, desdoblamiento del principio de beneficencia, consiste en “no dañar”. Hortal considera que este principio es la “sombra” de los otros tres.

La clave de este principio significa no hacer daño o perjudicar a alguien, ya que muchas veces las intervenciones médicas dañan para hacer el bien. Ello le acerca al principio de beneficencia, ya que se trata de que prevalezca el beneficio sobre el perjuicio posible.

Desde el punto de vista del Trabajo Social, habría que subrayar la obligación de mantener una “formación teórico-práctica lo más rigurosa y actualizada posible”, si queremos evitar dañar, perjudicar o no hacer todo lo posible por el bien del usuario.

En un sentido más general: no hacer el mal, no ofender ni perjudicar a los sujetos, no cometer injusticias. En este caso, si para hacer el bien (beneficencia) hay que hacer algo, para no hacer el mal basta con no hacer nada. Si hacer el bien es relativo y debe contar con la autonomía del usuario, evitar el mal es un principio absoluto y depende únicamente de las propias convicciones del profesional, que no ha de tener en cuenta al sujeto.

Principio de autonomía en trabajo social: criterios, límites, consentimiento informado y confidencialidad

El principio de autonomía y el trabajo social

Desde el punto de vista de la ética profesional, por tanto, la autonomía se traduce en que el usuario de los servicios profesionales es una persona autónoma, luego sujeto de derechos, y como tal tiene el derecho a tomar sus propias decisiones. Su opinión, sus convicciones y sus derechos deben ser respetados y hay que informarle debidamente para contar con su aprobación para realizar cualquier tipo de intervención profesional que le afecte.

Tal capacidad para tomar decisiones es una “cuestión de grado” (para una cosa sí y para otra no, en un momento determinado y en otro no, etc.) y puede verse muy disminuida en ciertos casos. También es verdad que los trabajadores sociales se mueven mayoritariamente en un ámbito institucional en que las políticas están definidas y hay poco margen de maniobra, tanto para la autodeterminación del usuario como para las propias iniciativas del trabajador social.

Criterios de autonomía

  • El usuario debe QUERER hacer algo relacionado con su deseo de alcanzar un cierto grado de bienestar social.
  • Además, tiene que SABER, tener la información precisa y suficiente para lograrlo.
  • El usuario tiene además que PODER, tener la capacidad para realizarlo, lo que requiere determinadas habilidades e instrumentos.

Límites de la autonomía

  • Cuando el usuario no tiene la competencia o los recursos necesarios para tomar una decisión.
  • Cuando puede producirse un daño grave, previsible e inminente para terceras personas.
  • Cuando la conducta del usuario supone una seria infracción de la legalidad o una grave amenaza a la moralidad vigente, a los valores básicos o a instituciones fundamentales de la sociedad.
  • Cuando el usuario se perjudica a sí mismo o sus decisiones no le benefician en asuntos de interés.

En esta situación conviene, como siempre, tratar de dialogar con el usuario, de persuadirle, o de negociar y buscar alternativas de acción conjuntamente con el usuario.

Consentimiento informado

Consiste en la obligatoriedad de obtener permiso del usuario para cualquier tipo de intervención del profesional. De ahí ha pasado a la mayoría de las profesiones y ocupa un lugar importante también en el Trabajo Social, de cara a respetar la autonomía del usuario, que es fundamental.

El Consentimiento Informado es el derecho del usuario a ser convenientemente informado (exponer toda información relevante al caso y que esta sea comprendida), y a dar su consentimiento (decisión voluntaria de someterse o no a la intervención propuesta). Las condiciones básicas del consentimiento informado son tres: Conocimiento, voluntariedad y competencia.

Confidencialidad

La confidencialidad y el secreto profesional se refieren a la salvaguarda y respeto de los datos referentes a la vida del usuario. Es un deber para el profesional que, en general, debe ser respetado; salvo casos extraordinarios, es un deber guardar la confidencialidad del usuario (y en caso contrario contar con el consentimiento del usuario siempre que sea posible, revelar solo lo estrictamente necesario, etc.).

Un profesional puede verse obligado a revelar ciertos datos confidenciales, incluso sin el consentimiento del usuario (por producirse daños a terceros, por orden de la autoridad administrativa o judicial, etc.). En el caso de España, la confidencialidad está expresamente protegida en el código penal (bajo pena de cárcel, multa o inhabilitación profesional).

Principio de justicia en trabajo social. Valoración personal.

El principio de justicia se hace necesario en el ámbito profesional cuando se plantea la cuestión de cómo distribuir los recursos escasos. En el caso del Trabajo Social, el profesional es generalmente un funcionario o asalariado público que tiene que velar por los intereses generales de la sociedad y en especial por los usuarios necesitados, de un modo que sea justo y equitativo.

Pero en ciertas ocasiones pueden entrar en conflicto la obligación de representar y obedecer a la estructura institucional pública en que se ejerce la profesión.

Así que en esos momentos tenemos que recurrir a la acción transformadora del trabajador social, del deber de contribuir a transformar la sociedad generadora de injusticias. Defendiendo que la conciencia de tal obligación no se ha asumido tanto como las de la beneficencia y la autonomía, si bien que desde los orígenes del Trabajo Social, se insiste reiteradamente en la necesidad de criticar y transformar las estructuras sociales para que sean más justas e igualitarias.