Institucionalismo americano

LA  CIENCIA  POLÍTICA  EMPÍRICA  (II)

Enfoques de investigación

1.  ENFOQUES Y TEORÍAS

   Un enfoque de investigación expresa una preferencia de qué observar a la hora de aproximarse a la realidad.  Así, los primeros conductictas se centraron en la observación de las conductas individuales.  Los teóricos de la elección racional enfocaron su atención en las estrategias (interacción entre conductas).  Finalmente, los institucionalistas se centraron en las instituciones (a veces entendidas como organizaciones y otras como reglas del juego).

Un enfoque ilumina una parte de la realidad, nunca ésta en su totalidad.  Un enfoque no explica nada por sí mismo:  lo que permite es construir teorías.  Una teoría es “una especulación razonada y precisa sobre la respuesta que cabe dar a una pregunta de una investigación, e incluye una declaración de por qué tal respuesta es la correcta”. La utilidad de un enfoque y, su auge o caída, vienen dadas por la riqueza y validez de las teorías que permite generar.  Los enfoques constituyen herramientas útiles para la construcción de teorías y explicaciones sobre la realidad y será la experiencia de cada investigador lo que determine finalmente la herramienta más útil para estudiar cada fenómeno.

2.  EL ENFOQUE CONDUCTISTA

2.1.  Características del conductismo

Tuvo su aparición y consolidación en los años 50 con el programa de investigación conductista.  El conductismo es considerada la primera revolución científica en la ciencia política.
Tuvo su origen en la sociología y, sobre todo, en la psicología.

El conductismo o behaviorismo debe su nombre a su énfasis en el estudio de la conducta política de los individuos.   Supuso  una apertura a un nuevo campo de investigación centrado en el comportamiento de los principales actores del juego político (electores, gobiernos, partidos…)    Hasta ese momento, el estudio de la política se había situado en el campo de la filosofía o el derecho.  Los conductictas rechazaron que la política fuera un arte (como pretendían los filósofos políticos desde Aristóteles) y sostuvieron que ésta podía ser estudiada de forma científica enfocando la atención en el comportamiento y las actitudes de los individuos.  Así, para ellos, el estudio de la política constituía la “teoría y práctica de la lucha por el poder”.

   La ciencia política anterior al conductismo estaba íntimamente relacionada con el derecho político y todos los trabajos previos se enmarcaban en la “teoría del Estado”.  Los primeros politólogos se limitaron a hacer una descripción de las leyes que regulaban la política, así como de las competencias y prerrogativas de las principales instituciones públicas.

Frente el derecho político y los estudios jurídicoformales, el marxismo (el otro enfoque entonces dominante en ciencia política) adoptó un supuesto de partida contrario, pero de similares consecuencias para el estudio de la política.  En el marxismo, el derecho, el marco formal-legal en el que se sustentaban los Estados u otros tipos de organizaciones simplemente reflejaba las relaciones de dominación existentes en cada sociedad en cada momento histórico.  Así, el Estado liberal del momento representaba el instrumento de dominación del que se servía la burguesía en una sociedad capitalista para ejercer su dominación sobre las clases trabajadoras.  Los Estados constituían, por tanto, las “superestructuras” de las sociedades.

   Desde esta perspectiva, los politólogos debían estudiar los modos de producción económicos y las relaciones de dominación existentes en cada sociedad, no las instituciones políticas.  Por tanto, aunque el propio Marx apuntara (en su estudio de la II República francesa) la necesidad de estudiar las instituciones políticas, el estudio de la política como disciplina autónoma sólo arraigó antes de la Segunda Guerra Mundial en algunas universidades estadounidenses.

   Antes de los politólogos estadounidenses, un reducido número de estudiosos europeos habían comenzado a observar la política desde presupuestos que conferían cierta autonomía a la política y, también, al comportamiento político de los individuos.  Los estudios de Robert Michels, Wilfredo Pareto o Caetano Mosca abrieron la vía para la consolidación de la corriente elitista o la teoría de las elites, de acuerdo con la cual en todas las sociedades cabía identificar una clase dirigente (elite) que concentraba el poder político y económico.

   Sin embargo, frente al marxismo y al elitismo, el conductismo parte de la necesidad de observar y analizar empíricamente los fenómenos políticos y, más específicamente, las actitudes y los comportamientos de los individuos y grupos.  El conductismo se interesa por las conductas o comportamientos de los actores políticos, sean éstos los ciudadanos, las organizaciones políticas, los representantes parlamentarios, los miembros del gobierno o los empleados del Estado.

   Gracias a su rigor científico, las investigaciones conductictas siguen siendo, todavía hoy, un ejemplo muy bueno.  Así tenemos “¿Quién golbierna? De Robert Dahl (1961) que3 es un microestudio detallado de la dinámicas de poder en una pequeña ciudad estadounidense que se convirtió en una obra de referencia para el debate entre elitistas y pluralistas.

   También destaca La cultura cívica de Gabriel Almond y Sydney Verba (1963) que es una obra de referencia en los estudios sobre cultura política y también es clave para el análisis de las transformaciones a las que están sometidas las sociedades democráticas del siglo XXI

2.2  Crisis y balance del conductismo

   El conductismo empezó a caer en descrédito a finales de los 60.   Fueron tres frentes los que se abrieron contra el.

  • Proveniente de la “nueva izquierda” que argumentaba que el conductismo desconectaba de la realidad sus investigaciones, convirtiéndose en una ideología conservadora del statu quo.
  • Proveniente de la economía neoclásica que cuestionó la cientificidad del método inductivo y planteó una alternativa basada en el modelo de razonamiento deductivo.
  • Proveniente de la crítica neomarxisma al pluralismo, que acusó al conductismo de concebir el Estado como un espacio neutral.  Los neomarxistas defendieron la necesidad de estudiar el Estado y sus instituciones como un agente activo en la producción y reproducción de los sistemas y las clases sociales.

   A pesar de estas crítica, el balance del conductismo es positivo.  Para Dahl, el único elemento aglutinador del conductismo y de los conductistas habría sido su vocación científica, o sea, la convicción de que la política puede ser estudiada científicamente.

   La pluralidad del conductismo se ve en la dispersión de los temas abordados.  Destacan estudios sobre el comportamiento electoral y la participación política.  El conductismo también abrió el campo de estudio del comportamiento y de la cultura política.  Finalmente el enfoque conductista también fue útil para el estudio de la violencia política.

   De igual forma, la pluralidad del conductismo tampoco permite reducirlo a un enfoque de tipo individualista.  El conductismo revolucionó también el llamado “análisis de sistemas”, las teorías acerca de la adopción de decisiones.

   Para concluir podríamos describir como conductismo todo lo que aúna teoría empírica y observación de la realidad.  Por tanto, lo cierto es que el conductismo tuvo su origen y estuvo siempre profundamente anclado en el positivismo, es decir, en la concepción de la ciencia como conocimiento fundado exclusivamente en la experiencia.  Su principal mérito fue establecer una separación clara entre teoría “normativas”, centradas en el “deber ser”, y teorías “empíricas”, basadas en la observación estructurada de la realidad.

   Como conclusión diremos, que aunque el conductismo nació de la insatisfacción de los enfoques históricos, filosóficos e institucionales dominantes en la ciencia política de los años 20 y 30, proponiendo un método alternativo de acercarse a la realidad, nunca llegó a ofrecer una teoría unificada acerca de la política.

3.  EL ENFOQUE DE LA ELECCIÓN RACIONAL

   La economía constituye la otra gran fuente de influencias y presiones que han incidido en la ciencia política en los últimos 50 años en cuatro campos: 1.el comportamiento electoral de los individuos. 2.el análisis de los procesos por los que los actores forman y establecen las preferencias que definen sus posiciones en el juego político. 3.el estudio de los modos en los que la información, la comunicación y la coordinación son relevantes a la hora de explicar los resultados de la acción política. 4.los análisis sobre la influencia de las instituciones.

   Este enfoque económico de los fenómenos políticos o teoría de la elección racional (también teoría económica de la política) ha sido considerado la segunda revolución de la ciencia política.  Este enfoque permite con la sencillez de sus supuestos que cualquier investigador pueda verificar lo ajustado de las explicaciones o plantear nuevos modelos.

    En muchos sentidos, la teoría de la elección racional no es más que un enfoque de investigación;  nos dice qué debemos observar y cómo debemos hacerlo pero también nos permite elaborar teorías concretas que expliquen lo ocurrido o predigan qué comportamientos políticos son más probables bajo determinados supuestos.

Los orígenes de la teoría económica de la política

Se remontan al utilitarismo de Jeremy Bentham (Introducción a los principios de moral y legislación)  que preconizaba que todo acto humano,  norma o institución, debían ser juzgados según la “utilidad”, o sea, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas.   Proponía formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas a través de medidas que dieran cuenta de la satisfacción, el beneficio o la utilidad de cada acción o decisión concreta para cada individuo.

Más allá de estos orígenes filosóficos, el punto de arranque se genera en los planteamientos de Joseph Schumpeter (Capitalismo, socialismo y democracia — 1943)  que esboza un modelo de comportamiento político basado en el supuesto de racionalidad económica (toda acción humana está orientada a la maximización de algún tipo de interés).   Es el primero en proponer que el comportamiento de los políticos y, subsidiariamente, de los electores, se estudiara sobre la base de sus motivaciones e intereses personales, y no de la retórica en torno al interés general.

Kenneth Arrow en Elección social y valores individuales (1951) destacó un fenómeno que vino a llamarse la “paradoja de Arrow”  que consistía en demostrar que no existe ningún proceso de toma de decisión que produzca resultados racionales desde el punto de vista colectivo.  Arrow demostró cómo la regla de la mayoría puede producir resultados sumamente arbitrarios.

Las ideas de Arrow y de otros como William Riker sirvieron para demostrar que la conformación de la voluntad popular es resultado del tipo de reglas de decisión que se adopten.

La Teoría económica de la democracia (1957) de Anthony Downs supuso el primer intento sistemático de trasladar este supuesto de racionalidad económica a la política.  Downs planteó la política y el poder como un mercado en el que votantes y partidos intercambian votos a cambio de políticas favorables, y en el que la motivación de votantes y representantes está exclusivamente orientada a la satisfacción del interés personal.  De acuerdo con los argumentos de Downs, dado que la probabilidad estadística de que nuestro voto sea decisivo en unas elecciones generales es mínima, los individuos no deberían ir a votar.

Más adelante Mancur Olson planteó un análisis de los problemas de cooperación entre individuos con vistas a la provisión de bienes públicos, que sigue siendo aplicado a múltiples problemas políticos.  La cuestión de los bienes públicos es central en nuestras sociedades.  Un bien público es aquel que reúne una doble característica: Que no se puede excluir de su consumo a aquellos que no han participado en la provisión de dicho bien (principio de no exclusión). Que la cantidad del bien producido no disminuye por el hecho de que más o menos personas consuman dicho bien (principio de no-rivalidad en el consumo).

Por ejemplo, las luces de la calle alumbran a todo el mundo, independientemente de que paguen la contribución o no.  Además la calle no se oscurece por el hecho de que transiten por ella más o menos personas.   Igual ocurre con la defensa nacional:  todos nos beneficiamos de la seguridad independientemente de que paguemos más o menos impuestos.

   En su Lógica de acción colectiva (1965), Olson demostró que no participar en la provisión de bienes públicos podía considerarse como una acción racional.  Olson popularizó el término “gorrón” o “free-rider” para caracterizar al que disfruta de los beneficios de una acción en la que no ha participado.   Según Olson la cooperación entre individuos auto-interesados (es decir, la acción colectiva)
Es posible en dos tipos de situaciones:

  • primero, cuando el interés de uno o varios miembros del grupo en el bien público es tan elevado que deciden promover su consecución unilateralmente, aún a sabiendas de que los demás disfrutarán del bien producido a pesar de no haber contribuido a él.
  • Segundo, la cooperación es posible cuando existen incentivos positivos para aquellos que participan en la acción colectiva, o negativos para los que quieran beneficiarse del bien público sin haber contribuido a su provisión.  Así tenemos el ostracismo que se aplica a los esquiroles, el reconocimiento social de acciones heroicas, la provisión de servicios de asesoría jurídica gratuitos a los miembros de un sindicato, etc., son fenómenos que responden a una misma lógica de incentivos selectivos destinados a facilitar la acción colectiva.

Principales supuestos

Individualismo metodológico


Se rechaza la idea de que las estructuras o instituciones determinan el comportamiento de los individuos.  Se niega el determinismo estructural o institucional.  Para los individualistas metodológicos el principal constreñimiento de las acciones humanas reside en otras acciones humanas. Se refiere a la consideración de la racionalidad económica como motivación básica de las acciones humanas.  Los individuos realizan ciertas acciones para conseguir unos fines.  La teoría de la elección racional supone que existe un mínimo de racionalidad común a todos los individuos que puede ser operacionalizado en el plano agregado.   Debemos hacer referencia de que no estamos en un debate acerca del egoísmo o del altruismo en las acciones. 

Se refiere a la existencia de consecuencias imprevistas o no intencionadas de las acciones humanas.  Se puede ver de forma clara en el famoso dilema del prisionero formulado por A. W. Tucker (1950). 

Si…                                                                      … entonces

A recibe …                           y B recibe…


         El                                                    y el                                años de                                 años de

Detenido A                                     detenido B                            cárcel                                    cárcel

wJg8ShsYg8KpPMpbMJfUqjUEABADs=


 

      Calla                                              Calla                                      2                                              2

      Calla                                             Delata                                   10                                              1

    Delata                                              Calla                                      1                                              10

    Delata                                            Delata                                     5                                               5

La paradoja del juego es:  para minimizar el riesgo de pasar diez años en la cárcel hay que delatar al contrario.  Sin embargo, con ello no se explotan adecuadamente los beneficios de la situación, ya que ambos acaban pasando cinco años en la cárcel cuando podían haber pasado sólo dos.

3.3  Examen crítico y valoración

   El dilema del prisionero y en general, toda teoría de la elección racional muestra cómo determinadas estructuras pueden hacer que comportarse racionalmente vaya en contra de los propios intereses.

   Por ello, la validez o invalidez de la teoría de la elección racional debe ser examinada en función de la capacidad explicativa de los modelos de comportamiento que construyamos de acuerdo con este supuesto.  La teoría de la elección racional parte de una buena posición para estudiar fenómenos tan relevantes como la degradación medioambiental, la falta de participación política en nuestras democracias o los conflictos entre los Estados.

   Por ejemplo, Ignacio Sánchez-Cuenca (2001) ha utilizado la teoría de juegos para demostrar hasta qué punto la lucha del Estado contra ETA se puede entender como un juego en el que las muestras de voluntad negociadora por parte del Estado han sido interpretadas por la banda terrorista como un signo de que los atentados constituían un instrumento eficaz para mejorar sus bazas negociadoras frente al Estado.

   La teoría de la elección racional pone de manifiesto cómo los resultados del proceso político pueden tener que ver más con el diseño de los mecanismos de elección que con la expresión de un genuino interés colectivo.

4.  EL ENFOQUE DEL NUEVO INSTITUCIONALISMO

   Tras varias décadas de concentración en los individuos y, paralelamente, de olvido de las instituciones, se produjo una recuperación del interés de politólogos, sociólogos y economistas por las instituciones.  Sin embargo, ni las instituciones que se estudian ni los métodos que se aplican son los mismos.  La nueva definición de las instituciones centra la atención en hasta qué punto éstas influyen, condicionan, estructuran o determinan las preferencias y estrategias de los actores o los resultados del juego político.

   Para el nuevo institucionalismo, las instituciones son las reglas formales e informales, las normas y prácticas, los hábitos y las costumbres que “influyen” en el proceso político, bien en el nivel “macro” (Constituciones, cultural política, etc), bien el nivel “micro” (reglas de juego, sistema electoral, etc.).  Según Peter Hall y Rosemary Taylor, la variedad de análisis permite distinguir tres categorías de “nuevos” institucionalismos:
  el histórico, el racional y el sociológico.  Pero en realidad, los análisis neoinstitucionalistas “descubren” las instituciones caso por caso.

4.1  El institucionalismo histórico

   Es la línea de investigación, que enfatiza la importancia de los legados históricos e institucionales.  Para los nuevos institucionalistas históricos, “las instituciones configuran las estrategias y los objetivos de los actores y median en sus relaciones de cooperación y conflicto.  Mediante estas vías, estructuran el juego político y condicionan decisivamente los resultados del mismo.  En su gran mayoría, los nuevos institucionalistas históricos han seguido creyendo en la capacidad explicativa de las estructuras frente a las acciones individuales.   En oposición a la teoría de la elección racional, los nuevos institucionalistas han sostenido que las instituciones “definen” las preferencias, que éstas sólo pueden ser entendidas como un producto del contexto político, social e histórico, y que las acciones de los individuos están más orientadas hacia la satisfacción de normas y valores que hacia la maximización de beneficios personales o individuales. 

   Al contrario que la teoría de la elección racional, el institucionalismo histórico ha venido considerando que el comportamiento de los individuos constituía un tema de interés menor frente a las interacciones a gran escala entre actores agregados y estructuras.  Para el nuevo institucionalismo histórico, lo relevante es como explicar el surgimiento de dichas instituciones, los cambios en las preferencias de los actores, las transformaciones institucionales y su impacto sobre el curso de la historia.  Por esta razón, en los estudios que adoptan esta perspectiva institucionalista-histórica han sido recurrentes las consideraciones acerca de :

  1. la influencia de las ideas que albergan los actores políticos
  2. las consecuencias no intencionadas de los diseños institucionales
  3. la forma en que las decisiones adoptadas en el pasado inciden en las decisiones del presente creando una dependencia de senda (path dependency).

4.2  El institucionalismo racional

   El redescubrimiento de las instituciones por parte de los politólogos coincidió con un fenómeno similar en el campo de la teoría de la elección racional.  Salvo algunas excepciones, los conductistas consideraban que las instituciones eran “conchas vacías” que sólo cobraban sentido en función de los valores, los roles y el estatus de los individuos, y que, en consecuencia, no merecía la pena estudiarlas autónomamente.  Igualmente, para los teóricos de la elección racional, las instituciones carecían de valor explicativo.

   Así politólogos, sociólogos y economistas y adoptaron caminos diferentes.  Los politólogos se centraron en el papel del Estado y adoptaron una perspectiva histórica.  Los sociólogos se centraron en el estudio de las relaciones e interacciones sociales.  Los economistas enfocaron su atención en las instituciones.  Douglass North (economistas) destacó la necesidad de emplear un análisis institucionalista.  Según el las instituciones priman o penalizan unos comportamientos frente a otros y estructuran los incentivos de los intercambios políticos, sociales o económicos.

   El redescubrimiento de las instituciones tuvo mucho que ver con la constatación de los problemas que traía consigo la aplicación de los modelos económicos neoclásicos al campo de la ciencia política.

   Los estudios que se agrupan bajo la etiqueta del institucionalismo racional tienen en común cuatro elementos:

  1. el supuesto de racionalidad instrumental y maximizadota de los actores
  2. el planteamiento de la acción política en términos de dilemas de acción colectiva, debido a los cuales la racionalidad individual tiende a producir resultados subóptimos desde el punto de vista agregado;
  3. el énfasis en los comportamientos estratégicos de los actores o la suposición de que todo actor, antes de emprender un determinado curso de acción, intenta anticipar qué harán los demás a continuación;
  4. la consideración de las instituciones como instrumentos designados ex proceso para reducir las incertidumbres inherentes a toda interacción humana.

4.3  El institucionalismo sociológico

   A la par que se desarrollaban las versiones histórica y racional del nuevo institucionalismo, la sociología también mostraba un renovado interés por las instituciones.  El nuevo institucionalismo sociológico adopta el programa conductista, de acuerdo con el cual la realidad está socialmente construida y, en consecuencia, conceptos tales como “racionalidad” o “institución” son inseparables del contexto social en el que se formulan.  De esta manera, las preferencias de los individuos resultan de la interacción social o son creadas por las instituciones, la cultura, el hábito y otras pautas, pero nunca son autónomas, exógenas o individuales.  Por tanto, para los neoinstitucionalistas sociológicos, el comportamiento de los actores políticos responde más a la influencia de pautas culturales que racional-instrumentales.

   El viejo institucionalismo sociológico ya aceptaba que las instituciones reflejaban estructuras de valores subyacentes.  En el nuevo institucionalismo sociológico, el planteamiento cambia:  no se trata tanto de que las instituciones marquen qué es apropiado hacer en cada momento, sino que construyen estructuras complejas de significado para interpretar las acciones individuales en cada contexto.  Indican a los actores lo que deberían preferir en cada momento, y no son, por tanto, simples instrumentos para la realización de sus preferencias.

   Este giro hacia lo cognitivo, es decir, hacia las percepciones, las identidades y la cultura, que plasmado en la definición de las instituciones que adopta el nuevo análisis organizacional:  “las instituciones no son sólo las reglas formales, los procedimientos o las normas, sino los sistemas simbólicos, los guiones cognitivos y las estructuras morales que dan significado a las acciones humanas”.     Powell y DiMaggio escribieron que las instituciones establecen los criterios mediante los cuales los individuos descubren sus preferencias.    Así, las instituciones (la cultura, por ejemplo) serían causa, y no consecuencia, de nuestras acciones.

4.4  Balance y conclusiones

Aunque el nuevo institucionalismo representa una posibilidad de síntesis entre los inductivo y lo deductivo, lo micro y lo macro, las normas y los intereses, esta integración plantea bastantes problemas.   Los tres nuevos institucionalismo están construidos sobre algo más que diferentes premisas.  El análisis de las instituciones desde la teoría de la elección racional, el nuevo análisis organizacional y el institucionalismo histórico suelen conllevar maneras de aproximarse a la realidad incompatibles entre sí:  el primero se sitúa en el marco del individualismo metodológico, el segundo enfatiza los aspectos cognitivos o culturales de la conducta, mientras que el tercero tiende a atribuir un gran peso a las grandes estructuras y procesos históricos.  Por ello, estas tres acepciones del nuevo institucionalismo han acentuado la polémica y han expuesto al nuevo institucionalismo a un cierto descrédito.  A pesar de estas críticas, no cabe ignorar su importante contribución a la explicación que se plantean los politólogos.