Nociones basicas de etica y moral

CAPÍTULO 1

La ética del trabajo es una norma de vida con dos premisas explícitas (afirmaciones explicadas con claridad)
y dos presunciones tácitas (suposiciones que se sobreentienden).

1ª premisa:


si se quiere conseguir lo necesario para vivir y ser feliz, hay que hacer algo que los demás consideren valioso y digno de un pago. Quid pro quo.

2ª premisa:


está mal conformarse con lo ya conseguido y no buscar más.

1ª presunción:


la mayoría de la gente tiene una capacidad de trabajo que vender y puede ganarse la vida ofreciéndola para obtener a cambio lo que merece.

2ª presunción:


solo tiene el valor moral confirmado por la ética del trabajo aquel trabajo cuyo valor es reconocido por los demás.

 Cuando hablamos de ética, es casi seguro que a alguien no le va a satisfacer la forma de comportarse de otros y que prefiera que actúen de otra manera. Desde que apareció este concepto de “ética del trabajo” en la conciencia europea, ha servido a filósofos, políticos y predicadores para criticar el modelo de vida fijado por el capataz (jefe o cabecilla), el reloj y la máquina. Después, este concepto se incorporó al debate público, y los obreros tradicionalistas explicaron que una vez cubiertas las necesidades básicas no le encontraban sentido a seguir trabajando o ganar más dinero, pues se podía vivir decentemente con muy poco.

Cómo se logró que la gente trabajara


John Stuart Mill se quejaba de buscar, entre las clases obreras en general, el orgullo de hacer un buen trabajo a cambio de una buena remuneración: pues en la mayoría de los casos la única aspiración era: recibir mucho y devolver lo mínimo posible.

El problema central que encuentran los pioneros de la modernización es que tienen que obligar a la gente a dedicar su esfuerzo en cumplir unas tareas que otros les imponen y controlan: están obligados a obedecer sin pensar, se los priva del orgullo del trabajo bien hecho y se los obliga a cumplir tareas que no entienden su sentido.

 Werner Sombart comenta que el nuevo régimen fabril necesita “partes de los seres humanos”, ya que los considera como pequeños engranajes sin alma integrados en un mecanismo más complejo.

 El verdadero sentido que esta cruzada tenía para las víctimas fue retratado por un pequeño industrial anónimo en 1806. Esta cruzada suponía la batalla por imponer el control  la dominación, obligaba a los trabajadores a aceptar una vida que iba en contra de sus principios morales e implicaba renunciar a la libertad. Si se hubiera llegado a incorporar totalmente, habría reemplazado a las demás actividades humanas, limitándose a “cumplir con las obligaciones”. De haberse impuesto la ética del trabajo, se habría dado prioridad a “lo que se puede hacer” por encima de “lo que es necesario hacer”.

 > J.L. y Barbara Hammonds.


Dentro de los nuevos obreros había una mezcla entre los que tenían una mentalidad preindustrial y antimoderna, con lo que defendían la nueva visión de un mundo maravilloso que surgiría como resultado de la invención humana y del dominio humano sobre la naturaleza.
Wolf Lepenies observa que desde finales del XVII el lenguaje usado para referirse a la naturaleza está lleno de conceptos militares.
Francis Bacon opina que la naturaleza debe ser obligada a trabajar duro para servir los intereses y el bienestar humano.
Descartes comprara el progreso de la razón con una serie de batallas victoriosas libradas con la naturaleza.
Diderot reúne a varios teóricos y prácticos en sometimiento de la naturaleza.
Marx define el progreso histórico como la marcha del hombre hacia el dominio total de la naturaleza.

Una vez explicado este fin último, el único valor que se le reconoce a los emprendimientos prácticos es el de acortar la distancia que separa a la gente del fin último: la naturaleza. Todo lo que contribuyese a la victoria sobre la naturaleza se consideraba bueno y ético porque servía “a largo plazo” al progreso de la humanidad. Los propulsores de la creación del nuevo mundo defendían que los auténticos portadores de progreso eran las mentes creadoras de los inventos.
James Watt (1785) sostuvo que los demás hombres solo debían funcionar como máquinas y apenas debían usar el razonamiento. Mientras tanto, Richard Arkwright se quejaba de que era difícil educar a los seres humanos para que se pasaran unas 10 horas diarias vigilando que las máquinas funcionasen correctamente, ya que estos no querían renunciar a sus hábitos de trabajo.

 Lograr que los pobres se pusieran a trabajar no era solo una tarea económica sino también moral.
P. Gaskell (un escritor que pasó a la historia como uno de los amigos más compasivo de los pobres) pensaba que

Trabaje o muera


Se pensaba que la ética del trabajo resolvería, por un lado, la demanda laboral, y atendería, por otro, las necesidades de quienes no se adaptaban a los cambios. Pero no todos podían adaptarse, porque había varios indigentes.

 Brian Inglis, un historiador y periodista irlandés,  explicó que la idea de que se podía prescindir de estos indigentes había ido ganando peso poco a poco, y que se pensaba que había que encontrar un “modo sencillo de sacárselos de encima”, una alternativa.
Thomas Carlyle explicó esta alternativa, que consistía en hacerles la vida imposible. Sin embargo, esto no dio resultado, ya que la ética afirmaba la superioridad moral de cualquier tipo de vida, con tal de que se sustentara en el trabajo del propio salario.

 Se aplicó el principio de “menor derecho” a cualquier ayuda no ganada mediante el trabajo. Este principio consistía en ofrecer ayudas a los parados, pero unas ayudas tan poco valiosas que hasta envidiasen las malas condiciones de los obreros pobres y desgraciados.

 Estas consideraciones se hicieron importantes en las décadas de 1820 y 1830 para los reformistas de la Ley de pobres, que establecieron que había que limitar la entrada a las poorhouses (casas para pobres) a los indigentes de la sociedad (llamados “desecho” o “escoria” de la población por Jeremy Bentham). Esta Ley de pobres trajo ventajas: como se separaba a los auténticos mendigos de quienes se hacían pasar por tales, se evitaban molestias en los trabajos estables; la abolición de la ayuda externa obligaba a los pobres a pensar dos veces antes de decidir que las exigencias de la ética del trabajo “no eran para ellos”; la Ley protegía a los pobres que trabajaban de contaminarse con los que no lo hacían y no había esperanza de que lo hicieran.

 Pero este proyecto de separar totalmente a los “auténticos mendigos” de los “falsos mendigos” no llegó a tener total éxito. Aunque es verdad que la creación de nuevas condiciones repulsivas y atroces para quienes habían “elegido” ser condenados al flagelo de la mendicidad, hacía que los pobres adoptaran una actitud más receptiva hacia los dudosos atractivos del trabajo asalariado (por muy mal pagado que fuera).

Jeremy Bentham se negaba a distinguir entre los regímenes de las diferentes “casas de industria”: workhouses (asilos para pobres), poorhouses (hospicios) y fábricas. Insistía en que todos esos establecimientos se enfrentaban al mismo problema: tenían que imponer un patrón único de comportamiento predecible sobre una población de trabajadores muy diversa y desobediente. Al adoptar esa posición, Bentham se hacía eco del pensamiento económico de su tiempo; no le interesaban las pasiones ni los motivos de los trabajadores, sino que le interesaba que estos vieran lo importante que era trabajar para poder conseguir grandes lujos. Si los trabajadores se iban a comportar según los preceptos de la ética del trabajo, no sería como consecuencia de su conversión moral, sino porque no tenían otra alternativa y tenían que actuar como si hubieran aceptado y asimilado en su conciencia el mandato impuesto.

 El negar cualquier forma de ayuda fuera de los asilos era una de las manifestaciones de la tendencia a instaurar una situación “sin elección”. Otra forma de instaurar esta situación, era la de mantener los salarios de los trabajadores tan bajos que apenas pudieran sobrevivir un día, y así al día siguiente vieran el trabajo nuevamente como una necesidad.

Producir a los productores

Darle trabajo a todo el mundo era la fórmula para resolver los problemas que la sociedad pudiera haber sufrido como consecuencia de su imperfección o inmadurez.

La nueva sociedad industrial de finales del XIX tenía como meta el empleo universal, estar sin trabajo era la anormalidad. Comunismo y capitalismo estaban de acuerdo en esto. El trabajo era al mismo tiempo el eje de la vida individual y el orden social.

En la vida individual, el tipo de trabajo realizado definía el lugar al que podía aspirar en la sociedad. Era una evaluación individual. Determinaba no solo los derechos y obligaciones relacionados con el proceso laboral, sino también el estándar de vida, el esquema familiar, los entretenimientos, las normas de propiedad y la rutina diaria. Era el punto de referencia alrededor se ordenaban las otras actividades de la vida.

El lugar donde se trabajaba formaba el carácter social. Las fábricas modelaban a los sujetos dóciles que necesitaba el Estado.

La invalidez para trabajar los colocaba fuera del control de la nueva sociedad, eran gente sin patrón. El modelo de salud de la época era el de un hombre capaz de realizar el esfuerzo físico de la fábrica y del ejército.

Este sistema también sostenía la familia patriarcal, dentro de ella los padres cumplían el mismo papel de vigilancia y disciplina que los capataces de fabrica y sargentos del ejército. Así se distribuía el poder.

El poder coercitivo del Estado servía para que la riqueza potencial se transformara en capital (para producir más riqueza) y la fuerza de trabajo de los obreros pasara a tener valor añadido. El éxito o el fracaso de esta política dependía del crecimiento del capital activo y del empleo.

La ética del trabajo desempeñó entonces un papel decisivo en la creación de la sociedad moderna.

Se llamaba a la gente a elegir una vida dedicada al trabajo que significaba la ausencia y prohibición de cualquier elección.

De “Mejor” a “Más”

La nueva ética era la aceptación del régimen y la pérdida de la independencia consecuente. Pero la moralidad que los predicadores buscaban inculcar seguiría siendo inconstante y errática.

La práctica del trabajo reducía o eliminaba de plano la elección. La tendencia en las sociedades modernas era volver irrelevantes lo sentimientos de los hombres con respecto de sus acciones para que estas resultaran predecibles.

La ética del trabajo es un invento europeo. Los estadounidenses afirman que lo que hizo crecer la industria norteamericana fue el espíritu de empresa y la movilidad social ascendente. La constante dedicación al trabajo allí solo era considerada un medio para hacerse rico y así dejar de trabajar para otros, pero no para valorarse. No era preciso considerar el trabajo una virtud moral.

El desprecio a la ética del trabajo se profundizó en EEUU al comenzar el s. XX porque no era posible confiar en el compromiso moral con el esfuerzo. La tendencia culmina en el movimiento de gestión científica que inicia Taylor:

Para Taylor, el compromiso positivo con el trabajo era estimulado con incentivos monetarios, el ideal de obrero de Taylor tenía la capacidad de entusiasmarse ante un billete de un dólar y hacer cualquier cosa por él.

Pero se hizo evidente la necesidad de reducir las esperanzas de alcanzar el “sueño americano” y asegurar la permanencia del esfuerzo en el trabajo. Se encontró en los incentivos materiales al trabajo: recompensas a quienes aceptaran la disciplina de la fábrica y renunciaran a su independencia. El trabajo ya no era el camino a una vida mejor sino un medio de ganar más dinero.

Lo a que a principios de la sociedad industrial era la lucha por la autonomía y la libertad se transformó en la lucha por la porción más grande del excedente. Se fue imponiendo la idea de que esto era la única forma de restaurar la dignidad humana. Las diferencias salariales determinaron el prestigio y la posición social. Se desplazó el ansia de libertad. Comunidad de productores → comunidad de consumidores.

Esto no tuvo el mismo arraigue en todos los países, sobre todo en los comunistas.